El veterano director de El Tambor, versión del libro de Günther Grass que obtuvo el Oscar, volvió a los sets con Diplomacia, presentada en la última y reciente edición de la 59º Semana Internacional de Cine de Valladolid.
El 25 de agosto de 1944, el día que los aliados entraron en París, Dietrich von Choltitz se prepara para ejecutar una orden suprema del Führer: volar por los aires a la “ciudad luz”. Empero, tal como recordará el memorioso cinéfilo que vio Arde París, de René Clement, esa orden no se llevó a cabo. ¿Cuáles fueron las razones por las que Von Choltitz se negó pese a su ilimitada lealtad al Tercer Reich? Esa intriga es la que se propuso develar el realizador Volker Schlöndorff en Diplomacia, añadiendo la vital presencia de Raoul Nording, el cónsul general sueco en París, con los papeles centrales a cargo de André Dussollier y Niels Arestrup. El director vuelve al escenario de la Segunda Guerra, que tan bien conoce, y a Francia, a la que ya había vinculado con el conflicto bélico en su film anterior: La mer à l’aube, en la que retrató a los jóvenes de la resistencia. Diplomacia se presentó con honores en la Competencia Oficial de la Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci).
Schlöndorff es uno de los directores alemanes más fascinantes de las últimas décadas. De sus años juveniles como asistente de dirección de Louis Malle en Viva María! conserva un español un tanto resbaladizo. Varios de sus clásicos están basados en obras literarias como Nido de escorpiones, donde trasladó a la pantalla a Robert Musil; Michael Kohlhaas, el rebelde (hizo lo propio con la obra de Heinrich von Kleist, ambientada en tiempos de la reforma de Lutero); Baal, Bertolt Brecht; El honor perdido de Katharina Blum, Heinrich Böll; Tiro de Gracia, Marguerite Yourcenar; o El gran amor de Swan, con Marcel Proust. Se recuerda su reciente adaptación del libro del sacerdote Jean Bernard para El noveno día, donde relató con notable rigor el debate moral del sacerdote al que los nazis dan ese escaso tiempo para conseguir el apoyo del obispo de Luxemburgo, sino lo matarán a él, a su familia y compañeros del campo de concentración.
Asimismo brilla su adaptación de El tambor de hojalata, de Günther Grass, por la que recibió el Oscar de Hollywood. Sobre su mirada a este gran clásico, Schlöndorff recordaba: “Yo no creo en la demonización de los poderosos ni en la posesión demoníaca de los nazis. Eran individuos estúpidos, ridículos, con poder y ese poder los transforma en peligrosos”, y ante los límites que impone el trabajo sobre un libro original respondía: “Para mi la adaptación literaria es una necesidad porque la realidad es realmente compleja y la transcripta en una obra literaria ya está analizada y sistematizada por el autor en su historia; mi parte es trasladar esa historia a un film. Siempre creí que era la descripción de un estado pero no ideal. Confío en que llegará el día en que el mundo real y el soñado sean uno… de alguna manera”. Schlöndorff lo sabe, ha conseguido esa amalgama gracias a una labor que resume talento artístico y compromiso histórico brindando su sabia mirada a los infinitos recovecos de la tragedia del siglo XX, hecha cine y testimonio.
Un festival con historia
Sobre este veterano encuentro, que el próximo año cumple seis décadas, asimismo deben subrayarse dos situaciones: cuando en 1956 dio comienzo la Seminci era conocida entonces como Semana de Cine Religioso y no entregaba premios, era un “soporte de transmisión de los valores morales católicos”, tal como explica la página web oficial. Los premios llegaron poco tiempo después y hasta 1974 el galardón principal era el Lábaro, que convivía con el premio San Gregorio y el de la crítica internacional Fipresci. La otra particularidad, antes de la actual gestión del renombrado Javier Angulo, la dirigió durante un trienio y hasta su fallecimiento un argentino: el crítico Juan Carlos Frugone.