Ante la masacre de París, una gran manifestación de franceses mostró su solidaridad con los humoristas asesinados. Algunos no participaron, sobre todo de la extrema derecha. ¿Es posible no participar, conservando el ideal de la liberad de expresión?
Tal vez alguien me proponga modificar el título y no poner ofensas “al” Islam sino “del” Islam, al menos de grupos islamistas. Sin embargo, estos grupúsculos que dicen defender su fe, en el fondo son los que más la ofenden. No sólo al Islam como religión sino a la casi totalidad de sus integrantes. Por otro lado, cabe preguntarse si no se dan en Occidente algunas ofensas contra ellos, como las trabas a la inmigración, la limitación para construir mezquitas o la restricción al velo de las mujeres.
La tragedia de París, con los humoristas asesinados, deja de ser un hecho policial, con delincuentes comunes, para conmover al mundo político. Un encuentro de jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea deliberó sobre el modo de afrontar este riesgo, sin caer en los extremos de la línea integrista francesa, partidaria de restablecer la pena de muerte y expulsar a todos los extranjeros indeseables.
La Iglesia católica no aprueba hoy la pena de muerte. Por otro lado, los últimos papas han hablado sobre la hospitalidad hacia los inmigrantes. Esto no significa que se levanten las barreras para que ingresen todos los que lo desean. Se requieren controles y organización. La legalización de varios millones de indocumentados, proyectada por el presidente Obama, muestra que esto es posible y hasta conveniente para ambas partes. El papa Francisco comenzó visitando la isla de Lampedusa con su cementerio desbordado de náufragos. Y ha motivado cambios de actitud.
La identidad cultural
El hecho superó el nivel político de la seguridad nacional para ingresar en el nivel cultural ¿Cuál es la identidad de Francia? De ser una pieza clave en la cristiandad medieval pasó a ser la Francia católica, con sus piadosos reyes, ya que “París bien vale una misa”. Vino después la Francia de la Revolución y de las libertades, en parte guillotinadas, la Francia napoleónica y la República. Por último, llegó la Francia descolonizada, con el retorno de muchos franceses y sus colaboradores en las colonias, ingresando así un sector importante de musulmanes.
No sólo Francia se pregunta hoy por su identidad, constatando el crecimiento acelerado de los de otras culturas. Se plantean ese problema muchas naciones europeas y de otros continentes, como Israel. Cada vez hay más diputados elegidos por los hijos de esos extranjeros, de una cultura diferente. Es posible calcular matemáticamente en qué año podrían formar un gobierno que modificara las tradiciones nacionales. Los pesimistas piensan que los franceses “tradicionales” deberán integrarse, un día, a la mayoría de otra cultura dominante. Los más optimistas, en cambio, piensan que la integración lograda abrirá el camino a nuevas tradiciones nacionales, con la participación de todos. En realidad, así viene ocurriendo desde el nacimiento de las naciones.
La Iglesia católica percibe la complejidad de esta revolución cultural. Prefiere una “evolución” en paz a una “revolución” violenta. Pero aun en las primeras hay personas que se sienten violentadas, como al aprobarse algunas leyes en forma democrática. Acompaña esa evolución, sin pretender imponerle una dirección determinada. En realidad forma parte de esa sociedad y se perciben siempre en ella las tensiones que atrapan a todos. En la segunda mitad del siglo XIX, la Iglesia de Francia estaba dividida en dos mitades equivalentes, siguiendo los modelos de la realeza o de la república.
Como hay tal variedad de culturas en el mundo, la Iglesia católica suele dejar en manos de los obispos y teólogos de cada país o región el observar las relaciones entre fe y cultura. Cuando hace más de una década el gobierno francés prohibió o limitó el velo de las musulmanas en ciertas circunstancias, los obispos franceses protestaron contra esa medida que afectaba tanto a sentimientos religiosos como culturales. Una intervención del papa hubiera parecido una intromisión extranjera. Sin embargo, en razón del proceso de globalización de las culturas, el papa se siente llamado a intervenir para evitar males mayores como en los conflictos del Cercano Oriente.
El nivel religioso
Ahora bien, además de saltar del nivel político al nivel cultural, la tragedia ingresó en el mundo religioso. Todo hecho político repercute en el área religiosa. Pero aquí no repercutió de costado sino de frente. Más aun, la tragedia nació en la dinámica de la fe, en particular en las creencias del Islam. Esto nos muestra que los dirigentes de los países europeos tienen sí la llave de la fuerza pública para reprimir a los violadores de la ley, pero no tienen tan al alcance de la mano las otras llaves, la cultural y la religiosa. Y en un mundo cada vez más laicista, sienten la necesidad de volver sus ojos hacia los que están más atrás o más arriba que ellos.
Todos los creyentes condenamos estos hechos de violencia, y más la ejercida en nombre de la religión. En otros tiempos, las religiones fueron utilizadas oficialmente para bendecir guerras y represiones ilegales. Hasta Stalin, invadido por Hitler, dejó en libertad a muchos clérigos para que “bendijeran” y animaran a los soldados rusos. Hoy, en cambio, todas las religiones profesan su vocación por la paz y la justicia. En cuanto a la libertad y el rol de la mujer, algunas están en proceso de evolución, pero en la dirección correcta. Los fanáticos que actúan en forma violenta y en contra de las libertades desacreditan totalmente a su propia religión.
Sin embargo, no todo se reduce a una lucha contra esta violencia mediante la contención física y la mentalización cultural de los extremistas. Hubo ofensas al Islam en Europa, con sentido del humor, como las hay contra todas las religiones. Y creo que debe encontrarse un límite a la posibilidad de ofender a otras personas, creyentes o no creyentes. En realidad, ya no actuamos como en el siglo XVIII, cuando el Iluminismo sostenía la completa libertad de palabra. Cada uno podía afirmar “lo que se le cantara”.
Hoy comprendemos la libertad de expresión con un sentido de mayor responsabilidad. Ante todo, consideramos que la libertad religiosa no es un derecho a creer en cualquier disparate, sino un derecho a buscar la Verdad. Y mientras la buscamos, damos algunos tropezones y cometemos algunos errores. Podemos buscar la Verdad, pero sin atropellar a otros que poseen el mismo empeño, o que no manifiestan poseerlo. Algo similar ocurre con la libertad de expresión. Podemos expresarnos libremente pero sin ofender vanamente a otros. Las sociedades democráticas han emprendido este camino, a veces con leyes, otras con costumbres.
Proteger la libertad
Hay leyes que establecen los delitos de calumnia. Son raros y muy difíciles de ganar los juicios por este motivo, por ejemplo cuando el acusado olvidó colocar el verbo en potencial, como hacen los periodistas. Otras leyes son de protección al menor o a personas con ciertas discapacidades. En Alemania, la negación de la Shoá es un delito. En los otros países europeos, los “negacionistas” (de la Shoá) no son sancionados legalmente pero sí marginados socialmente. En realidad, la negación de la Shoá, al margen de cerrar los ojos ante un hecho histórico verificado, constituye en Alemania una acusación contra el Estado y contra las minorías judías. Durante años habría estado pagando compensaciones económicas por delitos que no existieron. Algo similar hicieron los bancos y el gobierno de Suiza, por haberse beneficiado indirectamente de enormes depósitos que nunca fueron retirados.
Las ofensas al sentimiento religioso varían mucho de un país a otro. En algunos, insultar a un clérigo o ministro puede ser un túnel hacia la cárcel. Aquí, ningún cura se va a molestar por un insulto. A lo más, le responderá con una frase piadosa o irónica. Los católicos toleramos las ofensas contra el papa. Nos desagradó una imagen de Francisco con los labios pintados y calificado de “putazo”. La dejamos pasar, porque sólo desacredita al autor. Además, protestando lograríamos que la foto trucada permaneciera en la pantalla. En cambio, una imagen obscena de la Virgen, no sería tolerada. Irían muchos católicos a romperla y a la policía le costaría trabajo contener a los indignados.
Si los jefes de Gobierno se limitan a condenar firmemente los atentados y descubrir a otros posibles atacantes, harán lo que es necesario en el terreno político, el de la seguridad nacional, pero no lo suficiente y conveniente. Deberán profundizar en los niveles cultural y religioso, dialogar con los dirigentes de la cultura y de la religión, buscando un estilo que no ofenda a otros. Cuando años atrás filmaron una película sobre Mahoma, tuvieron presente que, para sus seguidores, no se debe pintar el rostro del Profeta. La solución fue ingeniosa, ya que la cámara que filmaba eran los ojos de Mahoma. Veíamos a sus fieles que lo aclamaban, pero no su rostro.
Proteger los derechos de la libertad religiosa incluye la protección a los que se encuentran en situación desventajosa como las minorías marginadas. El acoso a los creyentes restringe esa libertad. Porque además del acoso sexual, sancionado por diversas leyes, existe un acoso vivencial, como cuando un grupo elige a uno para burlarse de él. El acosado puede quedar demolido. En algunos países de Oriente, las minorías cristianas son acosadas con el lápiz y con el látigo. No nos conformemos con decir que los humoristas de Occidente no tocan a nadie, que el lápiz no es un arma. Sin caer en la autocensura, busquemos una solución que aún no está a la vista. Pero el ingenio francés, tan elevado como su humor, aportará una luz que permita olvidar las armas.
El autor es profesor en la Facultad de Teología de San Miguel.