El miedo y la culpa bloquean nuestra vitalidad espontánea, nuestros dones innatos y la dicha de amar y ser amados. El sufrimiento humano, en todas sus manifestaciones, siempre es una petición de ayuda, de amor y de sanación interior.
Cada época histórica y cultural refleja el estado evolutivo de una sociedad, con sus avances y estancamientos. Cada cultura va enhebrando sus hallazgos con sus propios malestares, con formas y modos de expresarse muy específicos. El sufrimiento humano tiene múltiples máscaras y las diversas disciplinas que intentan ahondar en su comprensión, no hacen más que descifrar esa multiplicidad con etiquetas que diagnostican y pronostican el porvenir.
Tanto la depresión como las fobias son tan antiguas como la existencia misma, pero van cambiando las maneras de rotularlas y abordarlas, según el paradigma científico vigente. Existen numerosas y complicadas teorías psicológicas que se basan en hipótesis meramente intelectuales; son debatidas acaloradamente pero están cada vez más alejadas del padecimiento de la gente. Y existen distintas escuelas de psicoterapia con objetivos y métodos diversos. Todas intentan aliviar el sufrimiento psicológico pero no todas logran lo más importante: la verdadera sanación interior.

No hay desarrollo humano sin un crecimiento emocional maduro; por lo tanto, no hay verdadera sanación interior sin una curación emocional. El éxito o el fracaso de una psicoterapia justamente radica en ello: para acceder a cambios profundos y duraderos no se puede ignorar o pasar por alto la comprensión de las emociones, que son la base del psiquismo humano y de la existencia misma.

La enfermedad es una máscara
“Lo que estás buscando no es diferente de tu propio ser” (David Hawkins).
Todos tenemos la capacidad innata para desarrollar la salud, el bienestar, la creatividad, la verdadera felicidad, la paz interior y el amor más hondo. ¿Cómo puede algo innato en nosotros, una parte integrante de nuestro verdadero ser, resultar tan difícil de alcanzar?

Los bloqueos emocionales van cercenando ese potencial con el cual todos venimos a este mundo; toda limitación en cualquier área de la personalidad en que se exprese conlleva un enorme sufrimiento: no poder desplegar nuestro verdadero ser, nuestro genuino potencial. Estamos tan acostumbrados en nombre de la educación, la moral, la familia, la sociedad a forzarnos para encajar dentro de cierto molde que no sólo ignoramos nuestras necesidades y cualidades naturales sino que luchamos contra ellas. Lo que desde afuera se nos pide o se espera que logremos no siempre coincide con los auténticos sentimientos y anhelos interiores. La máscara es la cara que mostramos al mundo para ser aceptados.

¿Quién soy verdaderamente? ¿Por qué no me entrego en mis relaciones? Sufro cuando no me ven, pero ¿cómo me pueden ver si no me muestro, si escondo mi verdadero ser? Cuánto más hay que ocultar más difícil es oír el sonido de la propia voz interior, de nuestra verdad emocional. Cuando no vivimos en coherencia con lo que verdaderamente somos entonces enfermamos.

“La vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir” (Carl G. Jung).

La enfermedad es una máscara de dolor que nos revela lo alejados que estamos de nosotros mismos, de nuestra esencia.
El discurso científico imperante aún sigue postulando el falso concepto de la enfermedad como un aspecto intrínseco de nuestro ser; cuando en realidad es la salud nuestra cualidad natural inherente. Desde esa mirada estrecha y limitada, se patologiza lo que es simplemente un proceso propio de nuestra naturaleza biológica, psíquica y espiritual. El propósito inconsciente de cualquier enfermedad es integrar aquellos aspectos esenciales que tuvieron que ser desterrados o cancelados en nuestro crecimiento. Hay mucha culpa y desvalorización en la mayoría de las personas por sentirse enfermas. No se batalla contra la enfermedad, hay que comprenderla y captar su lección oculta. La salud consiste en integrar cada partícula de la riqueza inmensa de nuestro ser.

El sufrimiento es el pasado
Todo en nuestras vidas está mediatizado por filtros educativos, sociales y por las cargas emocionales del propio clan familiar. Hay una historia oculta e inconsciente que controla nuestra manera de vivir, nuestras creencias y nuestros comportamientos.

Creemos que vivimos emocionalmente en el presente pero, en realidad, vivimos atrapados en el pasado. Las raíces de todo sufrimiento psicológico son sombras del pasado que acechan y oscurecen el presente.

“Y quién vive sólo de recuerdos no puede saber dónde se encuentra” (Antonio Gala).

En general, se proyecta el pasado sobre el futuro y un pasado visto negativamente produce temor cuando se proyecta sobre un futuro imaginario. Cuando el pasado se ha curado, el miedo al futuro no existe. Sanar el pasado nos libera de toda la negatividad y la culpa que albergamos. No se trata de convertirnos en seres especiales sino de desplegar nuestro auténtico ser.

Todos los aspectos que no podemos mostrar al mundo porque fueron reprimidos nunca desaparecen. Permanecen almacenados en nuestro inconsciente a la espera de ser integrados. Es el pasado que vuelve y se manifiesta en cada síntoma y en cada malestar. Todo síntoma revela con precisión cuáles son esos bloqueos.
Las situaciones de dolor y conflicto que paralizan nuestro potencial de vida comportan una pregunta clave que nos puede liberar: ¿qué aspecto de mí tengo que aprender a integrar, del cual no soy consciente, para ser una persona completa?

Una psicoterapia debería ser un descubrimiento sensorial, emocional y mental de la verdad reprimida en el pasado, de la historia única y singular de nuestra infancia. Gran parte de la sociedad, incluidos terapeutas, continúan albergando la absurda esperanza de poder corregir el pasado silenciándolo. Uno sólo puede aclarar realmente su situación personal y disipar los miedos, la angustia, el odio, cuando es capaz de sentirlos, no cuando se dedica a intelectualizar sobre ellos -esto explica porqué ciertos tratamientos son interminables-. Cuando adviene la genuina e insustituible comprensión emocional, sin tutelas ni interpretaciones que inducen a la confusión, sólo entonces se descorre el velo para la propia persona. Hay teorías y métodos terapéuticos que son enemigos de los sentimientos y ocultadores de la verdad emocional. Muchas veces, una psicoterapia suele convertirse en un laberinto con pasillos bien cuidados, pero sin una salida que lleve a la libertad.

En todos nosotros encontramos restos de crisis vitales del pasado sin resolver que nos han bloqueado en ciertas áreas de la vida. El devenir natural de todo crecimiento humano ofrece, una y otra vez, la oportunidad para sanar las heridas y recuperar los dones innatos.
La depresión no es un sufrimiento provocado por el presente. Carencias emocionales básicas y situaciones traumáticas de la temprana infancia ensombrecen el ánimo y la voluntad de vivir de la persona. Las causas de los padecimientos psicológicos y emocionales siempre son internas, propias de la historia del individuo; el contexto externo no hace más que jugar el papel de factor desencadenante. Un ejemplo de ello es cómo, ante una situación de crisis económica o social, algunos desencadenan una depresión y otros se sienten motivados para crear soluciones y crecer.

Son muchas las maneras en que tiende a manifestarse un trastorno depresivo. A lo largo de los vaivenes sociales e históricos han cambiado las formas pero el contenido sigue siendo el mismo. Desesperanza, impotencia, desaliento, derrota, vacío, empobrecimiento, frustración, desolación, fracaso, pesimismo, condena, negatividad, aislamiento, tristeza profunda, inutilidad, pérdida, sinsentido, vergüenza, culpa y falta de energía vital. Este es el clima emocional -consciente o no- con el que transita la vida una persona deprimida. Un estado depresivo también puede manifestarse u ocultarse en malestares físicos crónicos, en los conflictos perennes que no hallan solución, en vínculos cargados de agresión y violencia. Aún la ira crónica no reconocida y el resentimiento surgen en nuestra vida como depresión. Su contracara aparece bajo el disfraz de la grandiosidad, tan estimulada en nuestra cultura actual. Se trata de personas que buscan admiración en todas partes y no pueden vivir sin ella, bajo la inaudita presión del éxito, del rendimiento meramente externo, con una actividad frenética para conseguirlo y el stress permanente que conlleva.

En realidad, esa aparente coraza de invulnerabilidad es una defensa contra el dolor profundo que anida en sus almas. Cuando alguien tiene que hacer tanto esfuerzo para ser visto, para ser querido y aceptado, tarde o temprano esa sensación de grandiosidad se derrumbará a través de serios colapsos de autoestima. Ni el delirio del éxito ni la admiración masiva podrán colmar ese viejo agujero emocional que deja el no sentirse amado sencillamente tal como se es. Cuando un niño es amado sólo por sus capacidades, por sus talentos especiales o por su belleza aprende a satisfacer sólo los ideales y las expectativas de los otros. En la vida adulta, se verá forzado a insistir con inagotables esfuerzos para seguir conquistando la aceptación y la valoración de los otros; sus conductas constituyen las fases maníacas de lo que hoy se denomina “trastorno bipolar”.

La depresión es el costo psíquico que se paga por haber tenido que renunciar tempranamente a aspectos esenciales de uno mismo. Es el reino de la culpa y la insatisfacción permanente; uno de los mayores bloqueos a superar para salir de la depresión es la tendencia a culpar. La culpa es autocondena y negación del propio valor; una rabia congelada subyacente, acumulada por años supura como autoinculpación y autocondena o como reproche y culpabilización hacia el mundo externo.

Estar triste no es estar deprimido y un proceso de duelo no implica depresión. Toda pérdida es una conmoción y nos vuelve muy vulnerables al dolor, por eso mismo hay un tiempo personal y propio de cada uno para elaborar el duelo. Los duelos que quedaron sin resolver, porque no fueron vividos con conciencia, se agolpan y refuerzan un duelo actual; de ahí que, a veces, la intensidad emocional sea desproporcionada con la situación de pérdida real. Cuando la tristeza y el dolor persisten a lo largo del tiempo y se permanece atrapado en el sufrimiento, es indicio del comienzo de un estado depresivo. La personalidad media suele ser apática en algunas áreas de la vida. La desesperanza y la impotencia indican una falta de libertad y de eficacia para resolver la propia existencia. Enfrentar abiertamente esta situación vital generalizada ayudaría a dejar de delegar el propio poder de decisión en manos de otros.

La orfandad emocional
“El miedo es tan pandémico en nuestra sociedad que gobierna al mundo. Estamos atrapados entre el miedo a vivir y el miedo a morir” (2).
Todos estamos familiarizados con las múltiples caras del miedo: en las formas más leves nos sentimos ansiosos, preocupados e incómodos y en las manifestaciones más extremas irrumpen el terror y la paranoia. Trastornos de ansiedad, ataques de pánico y fobias habitan el reino del miedo. El temor suele ser la base de todas las inhibiciones y sus efectos paralizantes cercenan los dones y talentos naturales y nuestra capacidad innata de amar.

“En el centro de gravedad de su ser, allí donde una persona se encuentra anclada, donde es auténtica e íntegra…. algo se había roto en su interior, estaba herido y se defendía mostrándose inabordable y reservado” (Sandor Marai).

Cuando se es pequeño se necesita la protección y la seguridad incondicional del mundo adulto y un clima cálido y de comprensión de las auténticas necesidades. Sólo así se puede crecer con la suficiente confianza y la alegría de ser quién uno es y de relacionarse con los otros sin miedos. Cuando no se ha contado con estas condiciones emocionales básicas nos convertimos en personas asustadizas, desconfiadas, a la defensiva, supersticiosas, profundamente inseguras y amenazadas, con un exceso de timidez que llega a la inexpresividad.

La verdadera orfandad es emocional y se la experimenta cuando se vive a la intemperie afectiva, en un entorno insensible e indiferente, y el alma se ve sumergida en una gran soledad y aislamiento. El miedo es una orfandad emocional y anida en todas las fobias, aunque se manifiesten de las más diversas maneras y se dirijan a situaciones y variados estímulos externos. Se necesita mucha energía psíquica y un gran esfuerzo emocional para mantener sepultados los miedos silenciados en el pasado, pero cuando los “dispositivos de pseudoprotección” fallan aparecen en escena el pánico repentino e inesperado, el temor irracional a algo o a alguien y los mil y un síntomas en que puede estallar tanto temor oculto. El miedo crónico suprime gradualmente las funciones del sistema inmunológico; siempre hay mucho miedo inconsciente y latente detrás de toda enfermedad.

Un cuadro fóbico es la expresión inequívoca de temores muy profundos y no hay diferencias estructurales entre las que están enquistadas en la sociedad, como la xenofobia, la homofobia y tantas otras -muy toleradas culturalmente-, y las que se califican como enfermedad en los manuales de psiquiatría.
La proliferación de miedos es tan extensa como la imaginación humana. El temor es la herramienta de control favorita de muchos gobiernos, de los medios de comunicación y de la publicidad. Cuánto más temeroso es un pueblo más necesidad tiene de líderes e ideologías autoritarias.

¿Es posible liberarse del miedo? El proceso de curación comienza cuando se toma conciencia de los miedos que albergamos, dejamos de negarlos y los vamos reemplazando con actitudes protectoras, empáticas y un genuino e insustituible amor hacia nosotros mismos. Y lo que amamos en nosotros lo amamos en los demás.

El poder de la decisión interna
Un problema deja de ser un enigma cuando comprendemos los patrones subyacentes e inconscientes que nos condicionan. El miedo y la culpa provocan la enfermedad y el fracaso en muchas áreas de nuestra vida. Por esta razón, hay tantas personas que utilizan la enfermedad como una forma de vida: atrapadas en la carencia y el sufrimiento.
¿Hasta qué punto una persona es capaz de deshacerse de estos programas y creencias limitantes? ¿Hasta qué punto puedo ser una persona libre? La libertad de elegir es un don propio del ser humano y todos elegimos constantemente, el problema es que elegimos inconscientemente. Tomar conciencia es despertar; es mirar hacia adentro y conectarse con uno mismo a través de algo tan simple como las emociones y los síntomas que las expresan. Siempre que nos encontramos con nosotros mismos, comprendemos que tenemos el poder de decisión y de elegir con claridad de qué manera queremos vivir nuestra vida.

“Suprimir el amor produce un corazón roto” (Griselda Gambaro).

Una relación honrada con nosotros mismos es la premisa para empezar a amarnos tal cual somos. El amor es integración y su efecto siempre es curativo. La curación produce armonía y paz interior porque procede de la integración. Sanarnos interiormente es el mayor servicio que podemos brindar a nuestros semejantes.

(1) “Sol negro: depresión y melancolía”, Julia Kristeva.

(2) “Amar es liberarse del miedo”, Jerry Jampolsky.

1 Readers Commented

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  1. Una psicoterapia debería ser un descubrimiento sensorial, emocional y mental de la verdad reprimida en el pasado, de la historia única y singular de nuestra infancia.

    Me quedo con esa frase del texto, ya que considero que la reelaboración de lo reprimido, y no su definitiva sepultura, es parte esencial del tratamiento y camino al bienestar.

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