El 15 de abril a las 19 se presentará en el Museo Isaac Fernández Blanco un documental sobre la vida y la obra de las hermanas Isabel y María Castellano Fotheringham. En el Museo José Hernández, hasta el domingo 10 de mayo, está en curso una exposición de obras de ellas y de su madre: “Ceramistas, coleccionistas y apasionadas por el arte”.
En 1949, en la ciudad de Buenos Aires, el arquitecto y mecenas Marcelo De Ridder fundó el Instituto de Arte Moderno. Esta iniciativa privada constituyó un importante espacio para la difusión del arte abstracto y también para el disfrute de música, danza y teatro contemporáneos. Grandes éxitos teatrales se sucedieron a partir de 1950. Obras como Las brujas de Salem de Arthur Miller, Calígula de Albert Camus, Verano y Humo de Tennesee Williams, pudieron conocerse en ese ámbito.
En aquel tiempo, un grupo de amigas asistió a una versión de la Antígona de Anouilh, con Mercedes Sombra en el rol principal. Dos de ellas –hermanas– habían llegado unos años atrás a Buenos Aires desde Río Cuarto, en la provincia de Córdoba. Isabel Castellano, la mayor, es profesora de dibujo y pintura, y ya entonces se interesaba por los movimientos en el campo artístico local, ferviente seguidora de los cursos dictados por Jorge Romero Brest en Ver y Estimar. María, la hermana menor, continuadora de los pasos de su madre –María Isabel Fotheringham– es una reconocida ceramista. Así fue que con el impulso y las energías de sus jóvenes años, junto con tres amigas, Ivonne Fauvety, Nelly Freire y Elena Patrón Costa, fundaron una galería de arte en la primavera de 1954 con el sugestivo nombre de Antígona.
Ese gesto fundacional significará la irrupción de las mujeres en el campo artístico porteño en el rol de galeristas. Antígona estaba sólo gestionada por mujeres. Era significativo porque irrumpía en un espacio dominado por hombres y aparecía en un momento histórico poco propicio para el surgimiento de esas iniciativas. Publicaciones oficialistas denostaban la actividad del Instituto de Arte Moderno por considerarla de un esnobismo extranjerizante. Romero Brest había perdido su cátedra en la UBA; y el año 1955, hasta la caída de Perón en septiembre, fue especialmente turbulento.
Las integrantes de Antígona encontraron un lugar adecuado en el sótano del antiguo hotel príncipe de Gales, posteriormente demolido, y organizaron ese espacio con una sala de exposiciones y otra para cursos y conferencias. Artistas jóvenes, más tarde consagrados, como Clorindo Testa, Antonio Seguí, Carlos Alonso, León Ferrari, Alberto Greco, Víctor Chab, Marcelo Bonevardi, expusieron allí. Cursos como el de dibujo dictado por el artista húngaro Lajos Szalay, de cine a cargo de Tomás Eloy Martínez y Ernesto Schoo, de pintura dirigido por Leopoldo Presas, entre tantos otros, dedicados también al teatro, a la educación por el arte, a la decoración y a la encuadernación, resultaban de gran interés para muchos de sus seguidores. Pronto las actividades se extendieron hacia otras manifestaciones: artesanías indígenas, pintores ingenuos, textiles y joyas, imaginería popular, cerámicas…y se compartieron tertulias con escritores argentinos y extranjeros que muchas veces ejercieron su rol de críticos respecto de las exposiciones que allí se presentaban: el mismo Mujica Láinez, cuya hija Ana acompañó a las galeristas asistiéndolas en su gestión, Ernesto Sabato, Camilo José Cela o Rafael Alberti.
Esos efervescentes años de finales de la década del cincuenta y principios de la del sesenta en Buenos Aires serán un anuncio de los grandes cambios que pronto acontecerán muy cerca de allí, en el Instituto Di Tella. Isabel y María serán también testigos de esos cambios. Porque si bien Antígonase disolverá como galería en los primeros años del sesenta, su espíritu continuará ya que las hermanas Castellano, interesadas en el anticuariado, abrirán un local en la galería del Este. Llevará el mismo nombre y se dedicarán especialmente, hasta su cierre en 1979, a imaginería hispano-americana, platería colonial, textiles y muñecas antiguas. Allí trataron, entre otros, con Jorge Luis Borges y su hermana Norah, que pasaban a menudo por la galería, Marcel Marceau y otras figuras del país y del extranjero.
A través de esos años conformarán interesantes colecciones de piezas arqueológicas argentinas, de postales victorianas y estampas francesas de finales del siglo XIX, y de muñecas provenientes en su mayoría de Francia y Alemania entre los años 1875 y 1935. Generosas donantes, realizaron numerosas ofrendas a los museos Arqueológico de Río Cuarto, Municipal Isaac Fernández Blanco y Municipal de arte popular José Hernández de Buenos Aires, ayudando a incrementar el patrimonio de esas instituciones. Su espléndida colección de muñecas –única en nuestro país– se exhibe en la casa Fernández Blanco de la calle Hipólito Yrigoyen.
La presencia de obras de la ceramista María Castellano embellece iglesias de esta ciudad, tal como puede apreciarse en las de Nuestra Señora de la Merced y del Pilar, en la capilla del Servicio de Pastoral Universitaria y, muy recientemente, en la UCA. Además, tanto obras de María como de su madre lucen en la iglesia de Colonia del Sacramento en Uruguay.
Siempre activas e interesadas por las distintas manifestaciones artísticas, ocuparon los roles de galeristas, anticuarias, coleccionistas, artistas, gestoras e integrantes de la asociación de amigos de museos. Sus vidas son un testimonio estupendo de ese inagotable entusiasmo. Dos mujeres argentinas apasionadas por el arte.
La autora es estudiante de la carrera de Historia del Arte (USAL)