
Al visitante que ingresa al espléndido Salone dei Corazzieri en el Quirinale de Roma le sería oportuno saber que está en riesgo de sufrir el síndrome de Stendhal, aquel malestar que padecen los viajeros sensibles ante la abrumadora cantidad y la excesiva belleza del arte en Italia.
Con el nombre El Príncipe de los Sueños se exhibieron hasta mediados de abril en el Palazzo del Quirinale los veinte arazzi* renacentistas pertenecientes a la colección de Cosme I Medici, recientemente restaurados y reunidos por primera vez después de siglo y medio. La exposición viajó luego para participar, hasta el 23 de agosto, de los eventos centrales de la Expo de Milán.
La historia de estos tapices comienza alrededor los años 1545 y 1553 cuando fueron encargados por Cosme I, gran duque de Toscana, durante los últimos años del Renacimiento. Para su confección fue necesario fundar la Manufactura de Arazzi del Gran Ducado, la primera en la historia de Italia. La dirección de esta empresa estuvo a cargo de los maestros flamencos Jan Rost y Nicolas Karcher, quienes enseñaron a los artesanos toscanos este arte ya perfeccionado en los Países Bajos. La manufactura funcionó durante doscientos años.
Cosme I ̶ a quien también debemos la Galeria degli Ufizzi y los magníficos jardines de Boboli en Florencia ̶ confió los dibujos preparatorios de estos tapices a quien entonces se consideraba el mayor artista de su tiempo, Jacopo Pontormo, pero los resultados no lo satisficieron y decidió transferir el encargo a Agnolo Bronzino, un discípulo del Pontormo ya convertido en pintor de corte. A Bronzino ̶ hoy célebre exponente del manierismo florentino ̶ se debe gran parte del esquema narrativo de la serie.
Fueron los Saboya quienes desmembraron la colección al decidir llevar la mitad más soberbia con ellos a Roma. No tuvieron en cuenta que el conjunto sigue una secuencia que narra en forma bordada y colorida, los episodios de la vida de José, el personaje bíblico predilecto del gran duque. Tampoco consideraron el hecho de que el lugar natural de estos veinte tapices era el Palazzo Vecchio de Florencia para el que fueron concebidos.
Parece ser que la particular predilección de Cosme I por la figura de José se debía a que veía reflejadas en las desventuras del hebreo narradas en el Génesis, las vicisitudes dinásticas de los Medici. El vinculo alegórico es claro: el patriarca José pierde su condición de hijo dilecto de Jacob a causa de la traición y envidia de sus hermanos, quienes lo venden a unos mercaderes. José debió afrontar el exilio, la esclavitud y la prisión. Gracias a sus especiales talentos intelectuales y a su habilidad comunicativa consigue desafiar la adversidad y desarrollar una brillante carrera política. Hábil orador, consejero e intérprete de los sueños del faraón, José logra salvar del hambre a toda una comunidad al pronosticar siete años de abundancia seguidos por siete años de sequías. Su acertado consejo de acumular riquezas durante los siete años de grandes cosechas que adivinaba en el sueño del faraón, le hizo llegar a la posición de visir en Egipto. Finalmente, actúa con nobleza dando muestras de clemencia y magnanimidad al perdonar a sus hermanos traidores.
El paralelo con la suerte de los Medici ̶ y en particular con la de Cosme I ̶ es evidente. Este debió exiliarse repetidas veces de Florencia y sufrir por ser considerado enemigo de aquella ciudad en la que había ejercido su señorío, para regresar finalmente como soberano de un Estado aún mayor: el Gran ducado de Toscana.
A este primer subtexto alegórico se suma otro, encerrado en las guardas que dan marco a los tapices. Se trata de un mito fundacional: la alusión a un reino mítico de Toscana, aparentemente fundado por Noé después del diluvio universal, y en el que hay referencias al origen de una lengua toscana derivada ̶ etruscos mediante ̶ del arameo y del hebreo, y de ningún modo relacionada con el mundo latino. Acuñadas por los intelectuales de la corte medícea –especialmente por Pier Francesco Giambullari ̶ estas ideas apuntaban a legitimar una identidad nacional toscana y en consecuencia el proyecto de un Estado soberano mediceo.
En nuestras tierras, el patriarca José tuvo también su lugar prominente y su función unificadora. En esos mismos años en que los Saboya se llevaban los arazzi a Roma, el Estado de la joven Buenos Aires encargaba al escultor francés Joseph Dubourdieu un relieve ornamental para el tímpano de la Catedral metropolitana. Nuestra catedral no había contado con un frontispicio por muchos años desde su construcción definitiva en 1822 y, cuando finalmente lo tuvo, carecía de toda ornamentación.
Dubourdieu, quizá a instancia del entonces gobernador Bartolomé Mitre, también acudió al pasaje del Génesis sobre el patriarca José. En particular, al momento en que José luego de ser traicionado, y habiendo ya pasado de la esclavitud al poder como visir del faraón, se reconcilia con sus hermanos. La referencia era Buenos Aires, la hermana segregada y floreciente, que se reconciliaba con la Confederación Argentina, en el Pacto de San José de Flores de 1859.
Algunos eruditos perspicaces han creído reconocer rasgos del gobernador Mitre en el rostro del patriarca… Lo que es evidente es que la alusión política que el relieve encierra apuntó al momento político que el país atravesaba cuando se realizó la obra. Es el símbolo de la fraternidad, de la unión de los argentinos después de largos años de cruenta lucha.
No sería mala idea, uno de estos días, darse una vuelta por la Catedral para apreciar el frontispicio y encender una vela por una renovada fraternidad entre los argentinos.
*arazzi : tapicerías de manufactura toscana
La autora artista plástica