Ni izquierda ni derecha: el kirchnerismo excede las definiciones convencionales. ¿Otra prueba más de su unicidad en tanto que experiencia política? No tanto. Argüiremos que el kirchnerismo es un nacionalismo ecléctico que se nutre de ingredientes provenientes de diferentes orígenes históricos. A lo largo del tiempo, los movimientos nacionalistas han sabido combinar tradiciones encontradas, tanto de derecha como de izquierda, para dar por resultado nuevas maneras de hacer política. El kirchnerismo no es una excepción.

La cara de Jano
Modernos por definición, los nacionalismos son movimientos políticos de una enorme plasticidad. En Alemania, cuna de un intenso nacionalismo desde el siglo XIX, la reivindicación mítica del Volk, la telúrica identidad del pueblo, ocupó el centro de la escena. Esa invocación tenía resonancias tradicionales (remitía a arcaicos mitos y significantes), pero también podía volverse revulsiva para con las jerarquías tácitas de la cultura letrada. Arraigó, primero, en la filosofía, las artes y las letras, donde alentó la recuperación de valores autóctonos, folklóricos. Así, entroncó mejor con el romanticismo que con la Ilustración, y fue perturbador frente a los valores racionalistas que esta última quería inculcar.

En el siglo XX, los nacionalismos adquirieron otra envergadura, a la par que veían modificar sustancialmente su naturaleza. La experiencia de la Primera Guerra Mundial fue causa y efecto de su metamorfosis en convocantes movimientos de masas, capaces de interpelar a toda una nación. En nombre de identidades nacionales reales o imaginadas, se peleó una guerra de masas que demandó miles de brazos que ya habían sido integrados a las naciones a través de las políticas de Estado desplegadas desde hacía décadas.

¿Cómo no advertir que la identidad nacional tenía una faceta innegablemente inclusiva? Procuraba alcanzar la inclusión de todos los nacidos bajo la misma bandera, lengua o identidad cultural. Se trata de una política con cara de Jano, sin embargo. Permite la asimilación de las minorías al precio de que éstas resignen su propia identidad. La rusificación, la germanización intensivas, etc., convertidas en políticas de Estado a fines del siglo XIX, dejaron poco margen de supervivencia para quienes se les resistieran. Así, los nacionalismos se volvieron exclusivistas e intolerantes de las diferencias, lo cual dejaría el camino allanado para todo tipo de barbarie cometido en su nombre. Quien no pertenecía a la nación se volvía su potencial enemigo, y más en tiempos de guerra. El genocidio nazi fue la expresión más elocuente de los extremos a los que se podía arribar por este camino. Esta faceta perversa del nacionalismo fue quizás la más influyente en el mundo occidental y de ahí la rápida asimilación que todavía solemos hacer entre el nacionalismo y los movimientos políticos de derecha, autoritarios, intolerantes y totalizantes, dado que nunca abandonan su vocación por la unanimidad.

Tercermundismo y antiimperialismo
Si en Europa occidental el nacionalismo encarna todo aquello que revuelve sus entrañas más dolorosas, fuera de Europa en cambio el nacionalismo se convirtió en un movimiento rebelde y desafiante para con Occidente y sus valores. Para el mundo extraeuropeo, en especial Asia y África, Europa no es más que la cuna de la fiebre voraz por el imperialismo. A la luz de los movimientos de descolonización que en la segunda posguerra llevarían al Tercer Mundo a su autoconciencia, se desarrollaron diversos nacionalismos con sus muchas variantes regionales (arabismo, vías nacionales al comunismo, movimientos de liberación nacional, entre otros). La estrecha relación entre comunismo, nacionalismo y tercermundismo barre con cualquier preconcepto acerca de lo que el nacionalismo significa en la historia contemporánea. Los nacionalismos tercermundistas se nutrieron de un lenguaje de izquierda, desafiante y amenazador —así, la nacionalización del canal de Suez en 1956, que puso en jaque a los viejos imperios e hizo temer por la expansión del comunismo en el escenario poscolonial—, pero no desdeñaron el recurso al autoritarismo, la violencia, la guerra y la represión masiva de los opositores.

En esta línea, ¿no puede leerse el kirchnerismo como una variante de nacionalismo que se desarrolló bajo este impulso tercermundista y antiimperialista, en este caso, de cuño latinoamericano? Son conocidos sus ingredientes polémicos para con Occidente. Basta con analizar cada uno de los discursos de la Presidenta en la asamblea general de la Organización de Naciones Unidas: en su lectura del orden internacional prevalece la crítica al imperialismo occidental, cual si viviéramos en un mundo que se reduce a unas pocas potencias que no se someten a un sistema internacional de Estados. La presencia en distintos foros internacionales es aprovechada para criticar e impugnar sistemáticamente a los «poderosos», en nombre de los países emergentes, en lugar de enriquecer los debates a través de una ampliada agenda de problemas y eventuales soluciones. En esta misma línea puede interpretarse, también, la batalla en clave épica contra los «fondos buitres». Y, por supuesto, la cuestión de las Malvinas, que es utilizada para denunciar el imperialismo británico, como si estuviéramos en el siglo XIX, al precio de olvidar que en 1982 la Argentina cometió un acto de agresión internacional que fue aclamado en Plaza de Mayo.

Eclecticismo antiliberal
El kirchnerismo es un complejo fruto de toda una evolución que recorre un siglo de historia contemporánea. Es ante todo una variante ecléctica del nacionalismo tercermundista, de cuño netamente latinoamericano y antiimperialista, una bandera que conserva su atractivo entre sus seguidores más entusiastas. Pero a su vez tampoco desdeña recuperar valores provenientes de la antigua matriz autoritaria y totalizante del nacionalismo europeo de la primera mitad del siglo XX, de ahí su sesgo marcadamente antiliberal, tanto en un sentido económico cuanto político, como todo nacionalismo bien llevado. Para entenderlo, pues, es necesario salir de las lecturas estrechas del nacionalismo que asocian este fenómeno a los nacionalismos europeos de la primera mitad del siglo XX, y colocarlo en una longue durée que contemple todo el devenir del nacionalismo (sea o no fuere occidental) en el largo siglo XX.

La autora es historiadora e investigadora en CONICET

1 Readers Commented

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  1. ho9çracio bottino on 28 agosto, 2015

    Nacionalismo contra la economía que mata y roba

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