La publicación del libro La fronda liberal. La reinvención de liberalismo en México (1990-2014) viene a constituir una auspiciosa noticia para quienes abrigamos alguna esperanza en la posible recuperación de una tradición intelectual que goza hoy, en nuestro medio, de un notorio descrédito.*
Se trata de una compilación de veinticinco ensayos escritos por destacados intelectuales mexicanos cuyas reflexiones dan testimonio, precisamente, de esa “reinvención” producida en un país donde hasta hace poco, como afirma José Antonio Aguilar Rivera, la soledad de los liberales obedecía al hecho de que eran considerados “pensadores excéntricos” o aun “impresentables en sociedad”. La obra está dividida en cinco secciones, con aportes de Roberto Breña, Roger Bartra, Christopher Domínguez Michael, Claudio López-Guerra, Jesús Silva-Herzog Márquez, Roberto Salinas León, Luis Rubio y Soledad Loaeza, entre otros, que permiten apreciar en sus diferentes dimensiones la complejidad de un fenómeno de alcance político y cultural, no reducido, por tanto, a ámbitos académicos.
En la obra se analizan las premisas centrales del liberalismo, la relación entre liberalismo y democracia, los desafíos que para el pensamiento liberal trae consigo la expansión del multiculturalismo, sus grados de consenso con otras corrientes de pensamiento, su irrenunciable defensa de la libertad religiosa y, entre otras cuestiones polémicas, la tensión inherente a una receta que, integrando propuestas de libre mercado con libertades políticas restringidas o aun violaciones masivas de derechos, caracterizó a varios regímenes autoritarios en Latinoamérica.
Asimismo, algunos autores hacen hincapié en el carácter heterogéneo del liberalismo que mal podría considerarse como una tradición monolítica. Es verdad que no han faltado intentos de identificar ciertos rasgos comunes. John Gray, por ejemplo, distinguió hace tiempo los siguientes: la afirmación de la primacía de la persona, el reconocimiento de que todos los hombres tienen el mismo status moral, la defensa de la unidad de la especie humana y, finalmente, la creencia en la posibilidad de mejoramiento de cualquier institución social. Pero, en la teoría y la práctica, el liberalismo se ha desplegado en distintas corrientes, llámense contractualistas, evolucionistas, conservadoras, progresistas, libertarias, etc., que explican la dificultad de formular una definición universalmente aceptable.
Como lo expresó en su momento el pensador brasileño José Guilherme Merquior, el liberalismo es “un fenómeno histórico múltiple” donde se ve reflejada “la diversidad de la historia moderna, tanto temprana como reciente”. Sin embargo, no parece desacertado afirmar la existencia de un presupuesto básico que precede a cualquier intento de definición, a saber: la idea de que el poder tiene límites y que estos límites están trazados por los derechos individuales. El liberalismo es esencialmente eso: como diría Bobbio, “una doctrina del Estado limitado tanto con respecto a sus poderes como a sus funciones”. Se podrá discutir si los derechos individuales tienen o no origen en la naturaleza, si la observancia de los límites depende sólo de los diseños institucionales o también de factores culturales, y aun caben desacuerdos acerca de la posible distinción entre el liberalismo político y el liberalismo económico. Pero, si se desconoce ese presupuesto inicial, los límites serán siempre transgredidos dada la natural tendencia del poder a expandirse e incurrir en abusos.
La democracia contemporánea tiene resuelto un problema fundamental de la vida en sociedad. En efecto, no exigimos ya la soberanía del pueblo porque afortunadamente la poseemos y la hacemos valer. Sin embargo, la respuesta a este problema no es extensiva a este otro: ¿cómo sujetar a quienes nos gobiernan? Porque la legitimidad electoral es condición necesaria pero no suficiente de libertad. Dicho en otros términos, una sociedad libre, colectivamente libre, puesto que elige a sus propios gobernantes y se da a sí mismo sus leyes, no es de suyo una sociedad de individuos libres en el sentido en que el liberalismo concibe la libertad, esto es, como libertad frente al Estado o también como ausencia de opresión.
Isaiah Berlin decía que muchos hombres han preferido “la paz de la cárcel, una seguridad satisfecha, y una sensación de haber encontrado por fin su puesto adecuado en el cosmos, a los dolorosos conflictos y perplejidades de la desordenada libertad del mundo”. El liberalismo, en cambio, ha promovido siempre la opción inversa. De ahí que pueda hablarse también de una “disposición” o, si se prefiere, de un “temperamento”. Así lo sostiene Roberto Salinas cuando, en uno de los ensayos aquí reunidos, escribe que el liberalismo, “villano favorito en la sabiduría convencional, es menos una ideología o una doctrina, y más una actitud. Su esencia o alma es la humildad ante el conocimiento, y su derivado fundamental, la importancia de escuchar”.
La oportuna publicación de La fronda liberal nos permite recordar que el vilipendiado liberalismo no ha muerto ni es, como se ha pretendido, “una pésima idea”. Razón de más para asignar a esta obra un valor estimulante.
* José Antonio Aguilar Rivera (coordinador), La fronda liberal. La reinvención del liberalismo en México (1990-2014), CIDE, Taurus, México, 2014 (364 páginas).


















