Reseña del libro: Ciberteología. Pensar el cristianismo en tiempos de la red, de Antonio Spadaro. Biblioteca Herder, Barcelona, 2014. 185 págs.
La Ciberteología se anuncia como un título desafiante. Pero su autor, el padre Antonio Spadaro, es un sacerdote jesuita italiano que conoce bien la temática que aborda. Es el actual director de la revista La Civiltà Cattolica, que editan los jesuitas romanos desde la segunda mitad del siglo XIX y que tradicionalmente ha sido seguida desde cerca por la Secretaría de Estado vaticana. En la revista, Spadaro ha venido publicando varios artículos sobre las cuestiones que ahora trata en su libro.
El prólogo fue redactado por el mismo autor, quien plantea desde un comienzo la pregunta que a lo largo del libro se intentará responder en sus múltiples facetas: “si la red cambia nuestro modo de vivir y de pensar, ¿no cambiará (ya lo está cambiando) también nuestro modo de pensar y vivir la fe?”. Se trata de un terreno “todavía salvaje y poco visitado”, lo que parece contradecirse con la abundantísima bibliografía contemporánea que el autor cita a lo largo de su libro. Buena parte de ella consiste en las citas del magisterio pontificio, particularmente de Juan Pablo II y Benedicto XVI, donde se subraya el significado profundo de la comunicación y sus medios, que ejercen una profunda influencia en las personas. El cristianismo, se dirá, es fundamentalmente un evento comunicativo. Se subraya, en este sentido, que la red, un prodigio técnico y electrónico, es ante todo más que un lugar: un espacio, un ambiente antropológico y cultural.
Spadaro identifica siete ámbitos en los que confluyen teología y cibernética en la Ciberteología. Estos son: la teología pastoral, la teología aplicada, la aplicación de categorías teológicas a la comunicación, el uso de instrumentos de comunicación para analizar textos religiosos, el uso de contenidos (películas, televisión, música…) para promover la reflexión teológica, el estudio de la comunicación como contexto para la teología y el uso de las estructuras de comunicación para modular la reflexión teológica. Estos dos últimos son los que interesan particularmente al autor.
En realidad, dice Spadaro, en estos temas se ha prestado más atención a lo religioso que a lo teológico específicamente: “la reflexión ciberteológica ha empezado, pero no estamos seguros de su estatuto epistemológico”, lo que no le impide hipotetizar que se trata de “la inteligencia de la fe en tiempos de la red…en un tiempo en que la lógica de la red marca el modo de pensar, conocer, comunicar y vivir”. Así, es un hecho que “en la red se advierte un número de necesidades religiosas que la ‘tradición’ religiosa apenas consigue satisfacer”. Junto con ello, se constata que “el hombre contemporáneo está acostumbrado más que a buscar señales… a recibirlas incluso sin buscarlas”, un mundo donde la publicidad “ofrece respuestas a preguntas que todavía no se han formulado”, de donde surge la importancia del discernimiento.
Si en un comienzo la red era de páginas y contenidos, luego se pasó a una red de relaciones entre personas, debiéndose analizar la nueva valencia de los conceptos de persona, de prójimo y de encuentro en la red. Para los cristianos el desafío es convertir la red en un lugar de comunión y no sólo de conexión. En este sentido, Spadaro recuerda que “la vida y su significado no se agotan en una red horizontal, sino que el hombre siempre está orientado a la trascendencia” y que “la lógica de la gracia es diferente a la lógica de la información”.
Del mismo modo, si bien “la evidencia como criterio de verdad parece perder todo significado” y “hoy la imagen es un producto autónomo completamente independiente de lo real, puro fruto de la creatividad humana”, “la realidad del acontecimiento litúrgico no es nunca reducible a la información que tenemos de éste”. Todo ello Spadaro lo presenta como un desafío que vale la pena encarar, ya que “el deseo de Dios surge potente también en este nuevo plano de la existencia en busca de formas de expresión”.
Afirma también que “quizá el genio religioso que, entre sombras y ambigüedades por resolver, mejor ha captado este desafío… es el sacerdote jesuita Pierre Teilhard de Chardin” con su concepto de noosfera, en su libro El fenómeno humano. Teilhard ve al mundo como “una gran red interconectada que tiende hacia un punto de salvación”. “La red viene a ser una etapa del camino de la humanidad movido, estimulado y guiado por Dios”. La red es entonces parte “de ese único ‘medio divino’, que es nuestro mundo”.