Presentación del libro Agricultura Familiar en la Argentina: aportes para su fortalecimiento y desarrollo.
La preocupación por las familias que trabajan la tierra no es un tema nuevo para la Iglesia. Su voz en el mundo se ha hecho oír desde Mater et Magistra (1961) Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y más recientemente en Aparecida (2007); el foco: la pobreza rural.
En nuestro país, se publicó en diciembre de 2005 el documento, “Una tierra para todos” .Allí, valores y principios rectores de la DSI fueron recordados y contextuados a una realidad, detenidamente descripta con soporte de datos y estudios. Sus protagonistas focales: el pequeño productor, el minifundista o como más genéricamente se los designa, los agricultores familiares, a los que ahora les pone foco la Iglesia. Convengamos que se trata de una realidad que suele pasar sumamente desapercibida y hasta desconocida para tantos cristianos que transitan el asfalto en ciudades medianas y grandes.
Encíclicas y documentos compartieron la denuncia de las situaciones de injusticia que viven los agricultores pequeños y la necesidad de trabajar por la promoción de las familias involucradas. Emergen dos temas nodales: la tierra como don de Dios a los hombres (con su correspondiente cuidado) y la equidad en su usufructo. Empiezan a aparecer cada vez con mayor vigor preocupaciones esencialmente ecológicas (ergo, largo placistas): se ocupan de la casa (oikos) que habitamos, de su cuidado presente y futuro y de un uso justo y sustentable, en un marco de una mejor distribución equitativa de sus recursos.
En esta línea un nuevo producto, que incluye propuestas, ha visto la luz estos días: Agricultura Familiar en la Argentina: aportes para su fortalecimiento y desarrollo. Bien logrado el título pues justamente se trata de aportes y propuestas, que deberán encuadrarse en una constelación de espacios dedicados a estos temas, donde las organizaciones de productores, cada vez más y mejor instaladas y el Estado comparten responsabilidades, discuten estrategias y acciones y persiguen con variada fortuna sus objetivos.
Se reconoce el aporte que la agricultura familiar realiza al cuidado de la diversidad ambiental, sobre todo por la aplicación de principios agroecológicos que utilizan insumos naturales sin despreciar la contribución (ni por volumen ni por calidad) que realiza a las mesas argentinas, estimada en un quinto del total de la producción agropecuaria. Pero también reconocer las dificultades por las que atraviesa la agricultura familiar (asegurar el acceso a la tierra, apoyar canales de comercialización y brindar condiciones dignas de hábitat).
Los destinatarios son varios: los propios agricultores familiares a quienes valora y les manifiesta el apoyo de la Iglesia a sus formas de vida, además de reconocerles las dificultades que sobrellevan, alentar acciones en su favor e instarlos a seguir organizándose. Los productores empresarios, en ese marco de necesaria coexistencia e interacción para una diversidad medio ambiental sustentable. Y también los ámbitos de trabajo institucional que se han formado, como la Mesa Nacional de Diálogo para la Agricultura Familiar –convocada por el gobierno y en la que participa la CNJP y el trabajo de las organizaciones campesinas, los grupos de apoyo y las extendidas y muy específicas redes operativas que se ocupan de estos temas, entre las que resalta REDAF, la red agroforestal.
Por su trascendencia política, el principal de estos espacios es la mesa citada: un lugar de encuentro que se viene desarrollando desde hace poco más de dos años e incluye un conjunto muy variado de organizaciones de campesinos, de entidades del sector agrícola y cámaras empresariales que se reúne en el ámbito específico del ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca. Un espacio que permitió que “en dos años ya se han aflojado tensiones y aclarado perspectivas” según dijo Mons. Lozano; opinión compartida por muchos participantes.
1 http://www.cea.org.ar/07-prensa/una_tierra_para_todos_resumen.htm