En El clan, la última película del director argentino Pablo Trapero, se narra la vida de quienes hicieron del secuestro extorsivo un negocio de familia.

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Hasta ahora, casi todas las películas de Pablo Trapero han presentado grupos familiares a veces incompletos pero siempre de buen corazón. Recordemos, por ejemplo, la frescura de Mundo grúa y Familia rodante, donde participan sus propios parientes, o los cortos Negocios (precioso retrato de su padre al frente de un local de repuestos con un único empleado) y Jam Session (un músico taxista en La Habana), o la célula germinal de Leonera, donde una mujer tomaba fuerza para luchar por su hijo. Paradójicamente, ahora filmó la historia de una familia casi completa (sólo falta la abuela), y muy unida. Pero criminal como pocas: la familia Puccio.
Seguramente el lector recuerda ese apellido. Hace 30 años, el 23 de agosto de 1985, Arquímedes Puccio y sus hijos Alejandro y Maguila fueron arrestados bajo acusación de “secuestro y extorsión de persona” en cuatro casos, seguido de “asesinato” en tres de ellos. Cosa increíble, a las víctimas las encerraban en un rincón de la mismísima casa donde vivían. Más increíble aún, la esposa y la hija mayor lograron evitar la acusación de cómplices.
En la película, y tal como sucedió en la vida real, cada noche el hombre acompaña solícitamente a la hija menor en los deberes. Controla que los hijos varones se sienten derechos y ayuden a la madre, que se lo pasa cocinando y además trabaja como docente. El le masajea el cuello, muy atento. La hija mayor también es docente, muy seria. Cenan todos juntos. El padre se sienta a la cabecera. Y en el baño de arriba tienen a un infeliz encadenado. Perturba un poco esa unión hogareña regida por un pater familias que impone hábilmente su pensamiento patológico a los demás miembros. Ayudado por la esposa, queda bien claro. Una escena antológica: el hombre está con sus cómplices en el sótano, la mujer les acerca un tentempié y se disculpa por no servirles más porque debe ir a una reunión en el colegio. “Era la Goebbels de la familia”, bromea Pablo Trapero en una charla informal con quien esto escribe.
En otra escena, cuando están todos detenidos, la hija mayor afirma: “Papá lo hizo por nosotros”. “Esa frase me dejó helado”, comenta Trapero. “Se la dijo a los medios, y después fue el título de un libro que salió en 1986. No dijo ‘Papá es inocente’”. Es una película policial. Tiene intriga, escenas de acción y suspenso, canciones que acompañan la época y las situaciones, a veces con una alegría que suena a ironía. Tiene momentos fuertes, por suerte breves. Pero lo que más impresiona es la manera absolutamente normal con que esa gente vivía y dejaba que el padre decidiera sobre sus vidas y las vidas ajenas. Entonces, es más que una película policial. Es una exposición sobre la familia, la relación de padres e hijos, el deber filial, la maldición de los padres sobre los hijos hasta quién sabe qué generación, y la destrucción más o menos simbólica del padre. Tremendo: quien lleva esto a cabo es el hijo modelo, el que más sufrió las consecuencias de haber sido tan bueno y obediente. En cambio, el más débil de la familia tuvo la fortaleza de saber apartarse a tiempo (y la hija menor, cuando pudo, se cambió el apellido).

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Otra cosa. Además de policial, esta historia es política. Cuadro de Tacuara, la Triple A, Inteligencia de Aeronáutica y la SIDE, en 1973 Arquímedes Puccio estuvo implicado en el secuestro de un empresario, y es probable que entre 1974 y 1982 haya cometido otros “al servicio de la Patria”. Por lo que pudo confirmar, dice Trapero: “ él trabajaba para los Servicios de Inteligencia, que le permitían delinquir de manera privada. Eran ‘curritos’ permitidos, pero debían tener autorización. Las cosas empezaron a cambiar en 1982. De a poco le fueron soltando la mano, pero, a juzgar por las grabaciones que conserva la Justicia, se desprende que alguien de Inteligencia del Estado estaba al tanto de sus pasos. Probablemente Puccio le rendía cuentas a algún superior. ¿ Y adónde habrá ido a parar toda esa plata de los secuestros?”.
Preguntado por detalles, Puccio siempre dio explicaciones confusas. Para peor, se declaraba montonero, de izquierda, y en los últimos años kirchnerista, víctima de un abogado traidor y de “la arbitrariedad de los gorilas que me han condenado” (así se le escuchó decir en un reportaje cuando ya pasaba los 83 años). Por su parte, la esposa vive en un departamento y no atiende el timbre. Hay pocas historias tan argentinas como ésta. Y por suerte son pocas.

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