En la cima del monte San Giuliano, sobre la ciudad de Trápani, no lejos de Marsala uno de los vértices de ese triángulo mágico que es la Sicilia, la Trinacria clásica, se encuentra un pequeño pueblo que parece construido “para pensar”. Lleva el nombre del mítico héroe Erice, hijo de Venus y contiene un concentrado de civilizaciones dentro de un perímetro también triangular. Guarda dentro de sus antiguos muros la memoria de fenicios, griegos, cartagineses, romanos, bizantinos, árabes, normandos, españoles y…sicilianos, sucesores de los antiguos élimos que poblaron la región en épocas remotas.

Virgilio hizo célebre el lugar al asignarle el honor de custodiar los restos de Anquises, el padre de Eneas, como narra en el libro V de la Eneida, que recomiendo leer antes de subir a Erice. Fraterna Erycis, dice el texto incomparable cuando relata la llegada a esas costas de la flota troyana a mando de Eneas camino a Roma, viniendo de Cartago, después del dramático episodio del suicidio de Dido. “Remember me but forget my fate!” clamaba la despechada reina ante la partida de Eneas en la ópera maravillosa de Purcell. En estas playas Eneas organiza los juegos funerarios en homenaje a su padre, una competencia de trirremes, concursos de arco y flecha, carreras a pié y a caballo, pugilato, todo magnificado por grandiosas liturgias y honores a los vencedores. El poema de Virgilio alcanza aquí un exquisito momento de desafíos y alegrías compartidas. Y quien llega hoy a Erice podrá también gozar de nuevos desafíos y alegrías, si está dispuesto a recostarse en tanta belleza.

Erice es de una belleza austera, un laberinto de calles empedradas, que trepan y descienden a veces por escaleras estrechas, con jardines que se asoman a la inmensidad del mar azul y de los montes morados, de iglesias y conventos, ruinas precristianas, palacios barrocos y torres medievales, tiendas pintorescas, casas de piedra con pequeños patios y jardines, exquisiteces culinarias en cada recodo y el rumor habitual de las conversaciones de los vecinos en las calles que son como melodías cantadas. A veces unas nubes la envuelven por completo y pareciera que Erice flotara (deja una sensación extraña una nube cuando entra por la ventana…). En invierno hace frío pero nunca mucho calor en verano, debido a la altura del lugar, 751metros dicen las guías. Por eso es un lugar tan apreciado por el turismo estivo. Ahora muchos llegan a Erice utilizando el funicular de Trápani en lugar de subir por sinuosas y empinadas rutas evitando precipicios. Erice es un desafío para peatones y automóviles por igual. Los primeros deben tener buenas piernas y mejor calzado, los segundos, felizmente, son escasos pues hay un acceso restringido, las calles son muy estrechas y de pasajes imposibles de sortear.

¿Por qué fuimos a Erice? Porque nos invitó el profesor Antonino Zichichi, Presidente del Ettore Majorana Foundation and Centre for Scientific Culture, mi colega de la Pontificia Academia de Ciencias y físico eminente, nativo de Trápani. Vale la pena contar, brevemente, la historia de este centro científico de fama mundial, que lleva el nombre de un joven genio de la física, nacido en Catánia en 1906 y desaparecido misteriosamente en el trayecto marítimo de Palermo a Nápoles en 1938, evento dramático que fue narrado de forma magistral por el escritor siciliano Leonardo Sciascia en La scomparsa di Majorana (1975). Los fundadores fueron Antonino Zichichi, John Bell, Patrick M.S. Blackett, Isidor I. Rabi y Victor Weisskopf quienes en 1962 inauguraron en Erice la prestigiosa Escuela Internacional de Física Subnuclear. Desde entonces se multiplicaron los temas y las disciplinas, llegando en la actualidad a unas 150 escuelas internacionales cuyas actividades se pueden consultar en Internet. En 2015 han sido más de 30 los cursos impartidos (www.ccsem.infn.it)

Una de las mayores atracciones de este Centro proviene de los antiguos monasterios de Erice que fueron admirablemente reciclados a los efectos de brindar alojamiento y salas de reunión a los invitados, San Domenico, San Rocco y San Francesco, ejemplos de un buen gusto sobrio y moderno. Es notable además el equipamiento informático, de proyecciones y de comunicaciones que está disponible en todos esos ambientes centenarios y luminosos. El buen trato y la amabilidad de los miembros del equipo del Centro convierten toda estada en Erice en una experiencia memorable. Es más, cada invitado al llegar recibe una identificación que le permite elegir de una lista de restaurantes de Erice aquél que más le plazca para almorzar o cenar sin costo alguno. Después de haber participado en los seminarios y conferencias los invitados se dispersan por el pueblo en pequeños grupos para seguir las discusiones entorno a una mesa con buen vino y deliciosos platos regionales. Son en esos momentos distendidos y alegres cuando se anudan nuevas amistades y se proyectan inesperadas y fructíferas colaboraciones científicas. Esta confraternidad se traslada también en las visitas que se organizan a los incomparables templos griegos de Segesta y Selinunte de la región. Todo contribuye a establecer lazos de amistad entre los participantes venidos de las más diversas partes del mundo.

Entre las numerosas propuestas surgidas de este Centro tan peculiar se debe mencionar la declaración firmada durante la Guerra Fría por 10.000 científicos a favor de un uso pacífico de la ciencia, conocida como el Erice Statement. También podemos recordar la muy significativa visita de Juan Pablo II a Erice en 1993 que marcó un encuentro significativo entre religión y ciencia y dejó señales bien claras a la comunidad mundial. Más de ochenta premios Nobel han participado en las variadas escuelas, y alguna vez me he cruzado con un eminente laureado en una sesión de trabajo en pleno verano.

Gracias a la generosa invitación de Antonino Zichichi tuvimos el privilegio de fundar en 2005 en Erice con Kurt W. Fischer, profesor de la Escuela de Educación de Harvard, una “Escuela Internacional sobre Mente, Cerebro y Educación”, (International School on Mind, Brain and Education, www.mbe-erice.org). En 2015 hemos cumplido 10 años de actividades donde han participado unos 200 científicos de 24 países, algunos de ellos asiduos concurrentes a todos los cursos anuales, focalizados en distintos temas como: neuroeducación; ritmos biológicos y aprendizaje; neurociencias y ética; educación de las ciencias en la era digital; aprendizaje, artes y cerebro; cuerpo, cerebro e identidad personal; el cerebro docente. Los diez cursos que hemos organizado se han realizado en los meses de verano, durante unos cinco días, donde se entrelazan los aportes de jóvenes talentosos que se inician en la investigación científica con expertos de reconocido prestigio en diálogos siempre vivos y constructivos. Cada año nuestra Escuela otorga un premio, una obra de arte, al trabajo más destacado entre los jóvenes. Se han forjado así sólidas amistades y muchos proyectos en colaboración que han dado lugar a decenas de publicaciones. Lo que nos confirma que la ciencia es amistad y que la belleza, la verdad y el bien son inseparables.

No hay comentarios.

¿ QUIERE DEJAR UN COMENTARIO ?