Íntimo homenaje

Reseña de Rondó para Beverly, de John e Yves Berger (Buenos Aires, 2015, Alfaguara).

 

En 2013, al mes de morir su mujer, el escritor y crítico de arte inglés John Berger escuchó una grabación del rondó n° 2 para piano (op.51) de Beethoven yevocó el recuerdo de la amada Beverly. Esa forma musical basada en la repetición de un tema principal que se alterna con otros intermedios, parecía el indicado porque “durante casi nueve minutos, por lo menos, fuiste ese rondó, o ese rondó se convirtió en ti. Contenía tu levedad, tu persistencia, tus cejas arqueadas, tu ternura”. Y en seguida confiesa: “Estamos escribiendo esta elegía para ti, y es algo parecido a una respuesta a ese rondó. Al mismo tiempo es un mensaje al lector sobre ti. Para ti y sobre ti. Y sobre los cuarenta años que vivimos juntos y trabajamos en las mismas cosas”.
Beverly Bancroft era editora de PenguinBooksy la primera lectora de los textos de su marido. El breve y exquisito libro a ella dedicado está compuesto a cuatro manos: John (1926) y su hijo menor Yves (1976), pintor. Los dos escriben e ilustran sus páginas como un tierno e íntimo homenaje a quien los ha dejado luego de una dolorosa enfermedad,aunque “la belleza de tu valentía te acompañó hasta el final”.
En una de las últimas anotaciones,refiere John Berger: “Miramos atrás y tenemos la sensación de que estás con nosotros en el momento de mirar. Es absurdo, porque estás más allá del tiempo, donde no existe ni atrás ni adelante. Y, sin embargo, estás con nosotros”. Y el hijo, Yves, se despide: “Cuando tengo un buen día, te siento. Una presencia difusa. Tengo la sensación de que sonríes. Tiendo a creer que apruebas lo que hago, pero supongo que la aprobación, como cualquier otro juicio de valor, no es relevante para ti allí donde estés. Esto es un asunto nuestro, aquí abajo, en la tierra”.
La pequeña obra está acompañada por algunas fotografías (el escritorio de Beverly, el matrimonio en un paseo, ella con sus plantas o fumando un cigarrillo, la cabaña en los Alpes franceses donde vivieron) y varios dibujos y pinturas de ambos sobre ella.
John Berger, rebelde desde su adolescencia, simpatizante del marxismo, a veces polémico en sus escritos políticos, es uno de los mayores referentes intelectuales de Gran Bretaña. Resulta tan original ser inglés y comunista que, como sucede con el historiador Eric Hobsbawn (1917-2012) o el director cinematográfico Ken Loach(1936), también Berger nos depara admirables sorpresas. Su ensayo de introducción a la crítica de arte, Modos de ver, se ha convertido en un texto de importancia académica.La famosa trilogía De sus fatigas, que inicia Puerca tierra, da cuentadel cambio histórico en una Europa que pasa en el siglo XX de la vida rural a la urbana.
Y a la manera de un artista que intercala entre grandes óleos algunas pequeñas acuarelas o carbonillas, John Berger también sabe transmitirnos con asombrosa sensibilidad pequeños relatos o testimonios. Vaya como ejemplo aquel recuerdo de la relación con su tío Edgar, soltero y fracasado pero sensible y sobrio, que fue a vivir con su familia cuando John era un chico. El librito se titula El toldo rojo de Bolonia y es una maravillosa declaración de cariño por aquel hombre parco con quien él se sentía en perfecta sintonía. Así arranca: “Debería comenzar por cómo lo quería, de qué manera, con qué tipo de incomprensión. Y cuánto”. Con el tío compartían silenciosas horas de lectura y una entrañable amistad que nunca conoció la efusión gestual. Los unía la común sensibilidad por el arte y los viajes. Y sobre todo por el enigma de los regalos que se hacían en determinadas ocasiones, y que sólo ellos sabían apreciar. Recuerda que “habían de ser pequeños y raros y apelar a un gusto particular bien conocido por el otro”. Da algunos ejemplos: una abrecartas, un mapa de Islandia, una edición de bolsillo de la Ética de Spinoza, una docena y media de ostras, una biografía de Dickens, una botella de tequila… Y cuando Edgar estaba muriendo en el hospital “una corbata de seda de colores chillones, que le até bajo el cuello del pijama de franela rayado, riéndome para no aullar. Él también sabía por qué me reía”.

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