El verdadero estadista es aquel que comparte los intereses del ciudadano común y está dispuesto a dedicarse a la tarea de conseguirlos parael bien de todos.

El ingreso de los jóvenes en la política, sobre todo en la forma del voluntariado, nos muestra que la responsabilidad por los asuntos públicos y el compromiso que conlleva puede no ser solamente una cargapública, sino un modo peculiar de felicidad que nada tiene que ver con el bienestar privado. La felicidad pública, una fórmula que, lejos de ser un oxímoron, fue empleada por los más grandes teóricos políticos y hombres de acción del siglo XVIII, alude a un tipo de goce sólo disfrutable a través de la dedicación a la cosa pública. Es un avance encomiable y un signo de madurez que se aprecia en un nuevo modo de hacer política, menos piramidal y jerárquico, y más horizontal y participativo. Un estilo que podría trazar el espacio propicio en el que cualquier ciudadano pueda desplegar su pasionalidad política, es decir, exhibir ante otros que le importa algo más que su estrecho bienestar privado. Pero las pasiones políticas como la valentía, el desprendimiento y el gusto por el reconocimiento público involucran lealtades y convicciones que se refieren a valores y principios, no a personas. Por muchos años, fuimos testigos de lealtades espúreas. ¿Cuál es el precio de la lealtad? ¿Puede traducirse la lealtad en una cifra y asignarse como sueldo? O, para ir directamente al punto: ¿qué continuidad puede esperarse de las organizaciones que responden a un patrón de hacer política sólo con la caja?
Además de la energía y la creatividad que aportan, la participación activa de los jóvenes remite a un dato elemental de la política, que tal vez no recordamos. Muestran que el cambio y lo nuevo son posibles; que la mediocridad, la corrupción y la demagogia no son un destino inexorable para la Argentina. El amor por la cosa pública conlleva el desprecio por el bienestar privado, el desdén hacia las conveniencias mezquinas y la entrega desinteresada. La verdadera política no busca la hegemonía, ni censura al extraño o al minoritario, precisamente porque la uniformización de las convicciones y opiniones es la ruina de la República. El genuino animal político, o sea, cualquier ciudadano comprometido, eleva el valor de la conversación, el debate, la argumentación razonada y la búsqueda de consensos. Es decir, sabe y puede hacer política, aunque no todos sean “del palo”. Sabe presentar sus propias visiones, negociar y ceder, y puede hacerlo porque es capaz de ver el asunto desde la posición del otro.
Un político con madera de estadista no busca el enriquecimiento personal, no ubica a su familia en puestos públicos, ni emplea el avión sanitario para uso privado. La estampa de los jets privados de los caudillos peronistas, el sideral enriquecimiento de la abogada exitosa, pasando por los 600 empleados del CCK, la red clientelar mafiosa de Milagro Sala, el lujo de la oficina de Mariano Recalde y la bola de espejos del despacho de Amado Boudou en el Nación, avergüenzan por su descaro e impunidad, pero sirven como botón de muestra de un estilo nefasto de hacer política y de un perfil vergonzoso del político. Para nuestra desgracia, hay una relación de proporcionalidad directa entre la miseria abyecta y el clientelismo, por un lado, y el nivel impúdico de show off, típico del nuevo rico, que seguimos viendo en algunos de nuestros políticos. Representan el extremo opuesto de la grandeza de la praxis política y del perfil del estadista, del que nuestra historia puede dar cuenta.
Es necesario destacar las energías invaluables de gente común y corriente, dispuesta a trabajar por el país, con la certeza de que esta actividad no lo hará rico, ni a él ni a sus hijos. La tarea del estadista, insisto, coincide con los afanes del ciudadano común que está dispuesto a dar parte de su tiempo, de sus capacidades o de sus bienes, para contribuir al bien público, es decir, al bien de todos. Y esto, aunque parezca mentira, es fuente de felicidad pública: la gratificación y el bien-estarque surge al actuar junto a otros (en equipo) por el bien de todos. Para ello, no hace falta ningún expertise en particular, sino grandeza moral y capacidad de trabajo desinteresado.
Lastbutnotleast, necesitamos que la justicia cumpla un rol fundamental, equilibrando los otros dos poderes como manda la Constitución. Ni el Congreso puede ser una escribanía, ni el poder judicial puede fallar, acelerar o demorar los procesos de acuerdo con el poder de turno, las presiones y/o extorsiones que reciba. No hay lugar para la justicia partidaria (“justicia legítima”). El Derecho es uno solo, con una CorteSuprema independiente, que interprete la constitucionalidad de los fallos y evalúe aquellos matices que se encuentran dentro de la ley. Aquí, es preciso insistir en la diferencia entre revancha o persecución y el fiel cumplimiento de la ley; léase:quien las hace, las paga sin importar el partido, la ocupación ni la posición que ocupe. Castigar al funcionario público que delinque no es persecución política, de la misma manera que pagar sueldos a empleados innecesarios con la plata de los contribuyentes no es justicia social, sino inmoralidad.
Cuando, además de incorporar a los jóvenes con sed de bienestar común, los responsables de los atropellos, arbitrariedades y robos vayan presos, ahí habremos dado un enorme paso hacia un país normal, en franco progreso, y con valores.

 

La autora es filósofa.

1 Readers Commented

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  1. gregorio arèvalo on 15 abril, 2020

    Hola, Estoy interesado en el concepto de «felicidad pùblica» para mi tesis de grado. ¿me puedes dar alguna bibliogafia que pueda utilizar para rastrear el concepto?

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