Los hijos de los 70 (historias de la generación que heredó la tragedia argentina)
de Carolina Arenes y Astrid Pikielny
Buenos Aires, 2016, Sudamericana
Un libro que quema en las manos… y en la cabeza, pero que el lector difícilmente pueda abandonar sin llegar al final. Se trata de un texto doloroso y verdadero, que no se presenta de manera simple (esquemática) ni fácil (distante). No es simple porque a lo largo de sus 350 páginas se cuentan muy diferentes y desgarradoras historias. Después de cada capítulo pareciera que el lector deba emitir un juicio, pero su posición ante tanto sufrimiento cambia según el testimonio. Y no es un texto fácil porque, más allá de su impecable redacción y del acertado tono que supieron elegir sus autoras, todas las páginas son emotivamente impactantes. Hasta quedar conmovidos y sin palabras frente a la desmesura de odio y de la violencia que se adueñó de nuestro país en aquellos tristes años, a los que estamos llamados a no regresar bajo ningún pretexto, pese a que haya aún sectores que –ignorantes o sesgados– los rescaten irresponsablemente.
Componen el libro 23 historias; salvo una (anónima), todas llevan nombre y apellido. Como señalaban Claudia Hilby Graciela Fernández Meijide en la presentación que tuvo lugar en la sede porteña de la Universidad de Bolonia, los testimonios “transmiten honda piedad por los hijos de la década del setenta”. Y como bien observan sus autoras, finalmente “es un libro sobre padres e hijos”. La obra se presenta como un gran fresco de época, o mejor, como un fresco actual de los sufrimientos que quedaron de aquella época en la generación posterior. Hay piedad frente a los testimonios, siempre desgarradores, y en cada página vuelve un interrogativo que interpela al lector: ¿Cómo pudimos llegar a ese infierno en nuestra patria? Hay quienes justifican o no a sus padres. Hay hijos de guerrilleros, de torturadores (durante la dictadura militar y durante el gobierno peronista mientras operaba la Tripe A), de empresarios, de sindicalistas, de militares. Muchas veces esos temas no se pudieron tratar en sus familias, o se lo hizo desde una perspectiva idealizada. Algunos apellidos, de un lado y otro, suscitaron aversión y repudio en diferentes sectores de la sociedad. También es verdad que, transcurridos los años y habiendo sido aprovechado de manera parcial y hasta malintencionada el tema de los derechos humanos, muchos jóvenes hoy demuestran un marcado desinterés y hasta hartazgo por los relatos de esa época. Lo cual, casi como la contracara del fanatismo, tampoco resuelve nada.
El escritor Félix Bruzzone, la hermana de la diputada Donda, los hermanos Dupont, la hija del ex-montonero Héctor Leis –que nos legó una lectura particularmente lúcida de aquellos acontecimientos–, el hijo de Mariano Firmenich, el fiscal Diego Molina Pico, el filósofo Alejandro Rozitchner, Claudia Rucci, Hernán Vaca Narvaja, entre otros, desfilan ante estas páginas como en una suerte de tragedia griega, sacando a la luz lo más recóndito y oscuro de la condición humana. Es cierto también que asoman algunos elementos conmovedores por el ansia de superación.
Fernández Meijide, quien acompañó y aconsejó a las autoras cada vez que la reclamaron, lo define como un libro “claro y estremecedor”, escrito con “coraje y mucho sentido de la responsabilidad”. Santiago Kovadloff anota que “las páginas de este libro prueban lo difícil, lo incierto y doloroso que es ir un paso más allá de los propios sentimientos, de la propia experiencia, de la herencia familiar que se ha recibido”. Y Norma Morandini señala que “las autoras construyeron una dolida sinfonía de nuestra historia trágica. Hombres y mujeres a los que el destino atropelló. Hijos inocentes de los padres que sustituyeron la política por la violencia”.
1 Readers Commented
Join discussionNo, no, señor Poirier.
La política genera violencia cuando se viola la ley, solamente. Ocurre lo mismo en la ingeniería, en la medicina, en la economía, etc, etc.
Usted, y todo el pueblo argentino deberíamos entender que los hijos los años 70, son hijos de padres inocentes algunos; y otros padres, culpables de violar la ley (cualquiera haya sido su bando). No es correcto ignorar la palabra delito.
Se escribirán muchos libros, pero nunca seremos libres si no somos conscientes de la ley.
Sospecho que hay dobles intenciones, interesadas ellas, que intentan confundir al ciudadano.