Fragmentación no es sinónimo de exclusión. Hay sin duda fragmentación entre excluidos e integrados. Son dos grandes fragmentos, pero dentro de cada uno de ellos el tejido social está también fragmentado. Hay fragmentación en el mundo de los excluidos y hay fragmentación en los llamados integrados. Esto quiere decir que se trata de un universo sin vínculos que generen proximidad.

La sociedad de anonimato

No todas las épocas se han caracterizado por fortalecer los sistemas de relaciones entre los seres humanos. La historia nos muestra momentos bien distintos y civilizaciones que han vivido formas de relación muy diferentes. Nosotros pertenecemos al gran período que siguió a la revolución industrial y que en las últimas décadas parece estar presentando a mutaciones muy relevantes.
Vale la pena repasar rápidamente cómo esta etapa de la humanidad ha sido analizada en lo referente a la forma de establecer los vínculos entre los seres humanos. Sin pretender ser exhaustivos, es necesario recordar que la industrialización fue convirtiendo las aldeas rurales en las que se desarrollaban relaciones interpersonales, en grandes conjuntos industriales y urbanos en los que la persona quedó sumergida en la masa.
Los sociólogos de la primera mitad del siglo XX afirmaron que el habitante de la gran urbe no puede conocer a todas las personas que encuentra. Seguramente no tiene tampoco ninguna necesidad de hacerlo. Se caracterizan las relaciones como superficiales, lejanas y anónimas. Esa observación hecha hace ya muchas décadas sigue teniendo vigencia. Lo que fue una característica de algunas grandes ciudades de los comienzos del siglo XX hoy se ha generalizado, condenando al ser humano a vivir en esas selvas de hormigón en las que somos desconocidos.

Escasez de vínculos

La sociedad actual puede ser definida como cada vez más escasa de vínculos. Se podrá decir que se han desarrollado en forma vertiginosa las redes que vehiculan millones de contactos virtuales cada día. Lo que algunos se están preguntando es si estos contactos generan toda la riqueza que tiene el vínculo directo, el encuentro cara a cara. Para muchos analistas, esa forma de establecer vínculos contiene límites en la dimensión más existencial, que no pueden ser superados. La virtualidad no sería el camino para vencer la soledad en la que se encuentra el ser humano de nuestra época.
No alcanza con ver una imagen en una pantalla, con escuchar una voz que llega de lejos, con leer unas palabras escritas en el ritmo acelerado de este tipo de comunicación. Es necesario percibir los infinitos matices de la presencia física, oír las inflexiones más sutiles de una voz, percibir el cuerpo y sentir su vibración. Esta clase de vínculo resulta del conocimiento del otro, que crece, se hace carne y permite que el otro sea realmente un prójimo.

El nombre y el vínculo

Durante el último siglo y medio, los seres humanos nos fuimos convirtiendo en extraños. Las personas con las que nos cruzamos cotidianamente no tienen nombre, no son el otro con quien podría generar un vínculo.
El nombre es algo que permite la identificación de las personas. Llamar a alguien por el nombre implica dirigirse hacia una persona determinada, con sus características, con sus virtudes y sus defectos. Es el comienzo del vínculo. El otro deja de ser una sombra que pasa a mi lado y se vuelve alguien significativo para mí. Lo conozco y lo reconozco. Cuando alguien se siente llamado por otro, se produce en ese instante un vínculo, ese otro deja de ser anónimo y se vuelve alguien con el que cuento, que se vuelve un “próximo”.

La pequeña dimensión

Se podría decir que en esta sociedad de anonimato, es raro que se produzca un llamado con estas características. Sin embargo, en esa misma sociedad surge la pequeña dimensión como una instancia de constitución del vínculo. Son vínculos de alcance medio; a veces se los ha llamado solidaridades “cortas” porque no pretenden alcanzar dimensiones que vayan más allá de un conjunto de vínculos tangibles, directos.
Es así como se desarrollan las pequeñas comunidades o los pequeños grupos. Se da en comunidades religiosas, talleres de creación artística, comités políticos, asociaciones solidarias, núcleos familiares, encuentros laborales, etc. Es allí donde se constituyen vínculos porque el otro pasa a ser alguien con quien comparto experiencias de diversa índole.

El proyecto

El vínculo es una condición necesaria para disminuir la fragmentación social, pero no es suficiente. Hay otro elemento fundamental: la orientación del vínculo. Un tejido rico en vínculos puede orientarse a la destrucción, a la corrupción, a la deshumanización. Pero también puede orientarse a la construcción y a la humanización.
Ricas en vínculos son las bandas que asolan las ciudades, las mafias internacionales, las asociaciones para delinquir. Estas estructuras de vínculos aumentan la fragmentación porque están destinadas a satisfacer determinados intereses, a generar sistemas de opresión, al enriquecimiento basado en la injusticia.
Entonces, la riqueza de vínculos fuertes, consistentes, con potencial de transformación social, la posibilidad de que sean un instrumento para combatir la fragmentación, depende del proyecto que ilumine esa estructura.
El proyecto es nuestra propia trascendencia, es lo que nos permite salir de nuestro ensimismamiento, nos abre a la vida y a los demás, es portador de sentido.
Pero la crisis del “proyecto de humanidad” puede derivar en un fraccionamiento social sin precedentes. Los grandes relatos productores de uniformidad han sido sustituidos por una extrema fragmentación. Parece claro que la modernidad racionalizante de los dos últimos siglos ha perdido fuerza y está siendo sustituida por discursos que ponen de relieve las singularidades. En efecto, las identidades étnicas territoriales ocupan todos los días las primeras planas con sus luchas autonomistas, afirmando proyectos de sociedad que tienen como principal componente la defensa de cada singularidad. El riesgo de estas tendencias –justas en sí mismas– es que pueden llevar al mundo contemporáneo a construir sus proyectos de sociedad únicamente en base a sus identidades específicas.
En último término, nos aniquilaríamos unos a otros en función de cada proyecto particular y excluyente. De hecho es lo que ha estado sucediendo en los conflictos llamados “locales” o “regionales”. Salir de esta extrema fragmentación sólo es posible en la medida que exista un “proyecto de Humanidad”, que debería llevarnos al mismo tiempo a salir a las periferias en el sentido que lo dice el papa Francisco, con un mensaje sin exclusiones, generador de proximidad y no de fragmentación.

¿Es posible una sociedad solidaria?

En esta difícil coyuntura que vive la humanidad interpelada por la exclusión de vastos sectores, es lógico preguntarnos si la solidaridad es posible. La fragmentación nos vuelve a todos más indiferentes. La pobreza de los vínculos no permite que el drama de tantos anónimos nos conmueva y movilice prácticas solidarias. La fragmentación es la peor enemiga de la construcción de humanidad.
No quiero ignorar las vidas de tantos seres humanos que son capaces de ir más allá de la fragmentación, convirtiéndose en testimonios de cercanía, en tejedores de vínculos. Pero debemos tomar consciencia de que la lógica social dominante no va en ese sentido. Estas constataciones obligan a plantearnos la pregunta sobre la posibilidad de la construcción de una sociedad solidaria. Al respecto, el sociólogo francés Pierre Rosanvallon, escribió: “Aumentar la visibilidad social es también hacer emerger de manera más localizada las necesidades y las aspiraciones. Es permitir que se injerten en su expresión formas de socialización transversales y de solidaridades cortas. La solidaridad no puede reposar solamente sobre reglas y procedimientos. Ella debe tener una dimensión voluntaria. El otro es indisociablemente socio y próximo. Yo soy institucionalmente solidario de todos los socios a través del Estado-benefactor, pero no soy inmediatamente solidario más que de algunas redes de próximos”.

Vínculo y proyecto en Jesús

La vida de Jesús se caracterizó por esa solidaridad inmediata con esas redes de próximos. Él eligió crear y fortalecer vínculos con los que lo siguieron, con sus amigos, pero también con anónimos que lo escuchaban y que desde la pobreza o la enfermedad, creyeron en su mirada misericordiosa. Seguramente su personalidad era constitutiva de vínculos, y también sus parábolas lo demuestran. ¿Quién era el prójimo del hombre herido al borde del camino? De todos los que pasaron al costado, sólo uno –un samaritano– generó un vínculo, se aproximó al herido y lo atendió. Tal es para Jesús la definición de “prójimo”, porque está iluminada por un proyecto que no reconoce límites étnicos o de cualquier otra especie.
Jesús de Nazaret, un hombre del Pueblo Elegido, planteó un nuevo proyecto que iba más allá de las fronteras de su nación, que se dirigía a todas las naciones y a todos los pueblos. Los que lo siguieron en esa época entendieron que el nuevo proyecto no tenía que reducirse a una cultura, que tenía que proclamarse a toda la humanidad.
Los evangelistas ubican después de la resurrección, el mandato del envío a todas las naciones: “Vayan y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Y he aquí que yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 19-20).

El proyecto basado en el Evangelio no deja de lado cada particularidad, pero su mensaje es esencialmente humano y por lo tanto puede ser recibido por todas las singularidades. Pablo, en sus cartas, nos habla de ese proyecto, pero adapta el mensaje a los cristianos de Corinto, de Roma, de Efeso, de Tesalónica o de Filipos. No cae en uniformidades ni en particularismos excesivos, y su único horizonte es la humanidad toda.
El proyecto va también más allá de las realidades institucionales. Francisco lo dice con claridad cuando en la encíclica Evangelii Gaudium se refiere a estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar el dinamismo evangelizador.
Los discípulos entendieron bien este “proyecto de Humanidad” cuando salieron de su tierra para llevar la buena noticia a todos los rincones del mundo conocido.

El autor es Licenciado en Filosofía y Doctor en Sociología

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