El misterio y el final del universo

¿Qué conexión existe entre el tiempo cósmico y el tiempo antropológico? ¿Qué impacto han tenido y tienen en la filosofía los relatos escatológicos científico y religioso? Estas y otras preguntas surgen en el autor frente al misterio del universo.

El futuro de la vida está vinculado al del universo. Como señala Martin Rees, cosmólogo de fama internacional, en su libro Nuestra hora final: “La profundidad del cosmos tiene un futuro potencial que podría incluso ser infinito. ¿Estas vastas extensiones de tiempo podrán llenarse de vida, o serán tan vacías como vacíos fueron los primeros mares estériles de la Tierra? La elección puede depender de nosotros, en este siglo”.

La escatología científica
La ciencia tiene que ser capaz de explicar los datos observados y de predecir nuevos resultados que deben ser verificados con nuevas observaciones. Sólo podemos pensar el pasado y el futuro del universo desde su presente, es decir, desde el universo cercano y de los datos que hemos recogido e interpretado en un marco teórico. Verificamos nuestras ideas sobre el principio y el final del universo confrontándolas con los datos experimentales.
En las últimas décadas, se ha logrado una base muy sólida como para sostener que el modelo estándar del Big Bang resulta la mejor explicación del origen, evolución y estado actual del universo. La expansión conocida como la ley de Hubble, la radiación cósmica de fondo y la abundancia cósmica de hidrógeno, helio y otros elementos (predicha teóricamente) confirman el modelo teórico del Big Bang.
Como T. S. Elliot expresó poéticamente: “En mi principio está mi fin”. En las condiciones iniciales del universo está escrito de alguna manera su final. Aunque hay muchas incógnitas, el conocimiento actual de la física permite reconstruir la historia del universo desde casi sus instantes iniciales.
Predecir científicamente el futuro del universo es una tarea bastante más dificultosa. ¿Puede la ciencia, la cosmología en nuestro caso, hacer predicciones? ¿Cuáles son los límites epistemológicos de estas predicciones? ¿Cómo interpretarlas a luz del realismo científico? Éstas son algunas de las preguntas que surgen al considerar el final del universo.
Nuestras predicciones dependerán de las diferentes escalas que adoptemos. Por lo tanto deberíamos considerar el final de la Tierra, del Sol, de nuestra galaxia y de todo el universo. Es evidente que sería un esfuerzo gigantesco, que va mucho más allá de las posibilidades de este artículo. Teniendo en cuenta el conocimiento actual de los inicios y del presente del universo, se espera que, en un futuro muy lejano, de trillones y trillones de años, el universo continuará expandiéndose aceleradamente. El universo terminaría por “desgarrarse”, escenario que algunos llaman Big Rip, y tal vez podría no tener un final único, es decir simultáneo en todas sus regiones, sino un final múltiple. Así, entonces, el universo va hacia un estado final de frío y oscuridad llamado también Big Freeze.
Un puente entre la imagen científica y la imagen manifiesta
Algunas cuestiones que en una época eran consideradas reservadas a la especulación filosófica o religiosa pueden ser resueltas hoy mediante el conocimiento científico. Como señala Louis Caruana, filósofo de la Universidad Gregoriana de Roma, una de las tareas cruciales de la filosofía es construir puentes conceptuales entre la imagen científica y la imagen manifiesta, es decir, la imagen cotidiana, más inmediata del mundo.
En este cometido de la reflexión filosófica podemos interrogarnos acerca del lugar que ocupa el ser humano en la escatología cósmica, es decir, en el fin de la historia del universo, y acerca de la finalidad del universo. En este contexto será muy útil examinar el principio antrópico que, con diferencia de matices en su formulación fuerte y débil, establece que cualquier teoría válida sobre el universo tiene que ser consistente con la existencia del ser humano o de la vida, en general. Si bien el principio antrópico prescinde explícitamente de la discusión escatológica, podemos preguntarnos sobre la relación entre el futuro de la Tierra y de la humanidad y el futuro del universo. Resulta iluminador lo que Martin Rees sostiene: “La posición más crucial en el espacio y el tiempo (aparte del mismo Big Bang) estaría aquí y ahora”.
Por otra parte, como señala Louis Caruana, la ciencia del futuro remoto es extremadamente anti-antropocentrista porque expone la insignificancia total del ser humano en la vastedad del universo. Si la ciencia margina como secundarias y subjetivas ciertas filosofías alternativas o diferencias culturales, tal como señala Dennis Ford en The Search for Meaning. A Short History, podríamos preguntarnos si es posible establecer alguna relación entre el relato escatológico científico y los relatos escatológicos culturales y religiosos que pueden ser vistos como “secundarios” y “subjetivos”.

Tiempo y vida
Debido a la naturaleza de los conceptos científicos abordados, resulta necesario señalar también algunas cuestiones que están en la base de la discusión del lugar que ocupa el ser humano en el futuro del universo.
La ciencia mira hacia los orígenes de una secuencia de eventos producto de una relación causa-efecto, y una mentalidad cientificista niega una causa final y un propósito en el universo. Si hablamos de fin temporal del universo, ¿tiene esto algo que ver con su finalidad o propósito?
Al hablar del futuro estamos asumiendo un concepto de tiempo. ¿Qué conexión existe entre el tiempo cósmico y el tiempo antropológico? Desde los albores de la humanidad el tiempo cósmico y el tiempo cultural han estado estrechamente vinculados. En este sentido, ¿qué impacto han tenido y tienen en la filosofía los relatos escatológicos científico y religioso?
Es muy difícil hacer alguna afirmación o hipótesis sobre el futuro de la vida en el universo. Sin embargo sabemos, por observación directa en la Tierra, que la vida es resistente: tiene una extraordinaria capacidad para adaptarse y evolucionar en condiciones hostiles. La vida podría haberse diseminado en otra parte en el universo o en otros universos, si se considera la hipótesis no confirmada del multiverso. El final del universo que predice la cosmología suscita preguntas sobre el futuro de la vida. Si nuestra ubicación en el universo es crucial para la vida, ¿toda la vida se acabará con la Tierra? ¿Es la vida un fenómeno común? ¿Qué pasará con la vida en trillones y trillones de años, cuando el universo se desvanezca?

Una experiencia espiritual
El proceso de la investigación científica sobre el final del universo es también una experiencia espiritual. La cosmología nos ofrece una perspectiva muy poco entusiasta para la vida que puede suscitar una experiencia intelectual resumida eficazmente por Friedrich Nietzsche: “Cuando se mira por mucho tiempo a un abismo, el abismo mira dentro de ti”.
Del mismo modo podemos expresar la inmensidad de un universo frío y oscuro en su etapa final, con las palabras del autor sagrado del Eclesiastés, que ve la fragilidad y la contingencia de este mundo: “Un inmenso vacío –dice Cohélet– un inmenso vacío, todo es vacío” (Ecl 1, 2). El estudio de la escatología científica plantea la pregunta por el significado de la existencia humana y por la finalidad del universo. De algún modo esta pregunta se expresa en las palabras de Fiodor Dostoievski en Los hermanos Karamasov: “Para un hombre civilizado, ¿es posible creer?”. La pregunta sigue siendo crucial.

Un puente entre la imagen revelada y la imagen manifiesta de Dios
La cuestión del futuro del universo está ineludiblemente unida a la cuestión de Dios, como señala el teólogo Gonzalo Zarazaga: “No hay campo del saber ni de la realidad, cuya última realidad y racionalidad no implique, de alguna manera la cuestión del origen, el fin y el fundamento, es decir, la cuestión de Dios como fundamento último que determina toda realidad en la historia”.
Así como una tarea de la reflexión filosófica es construir puentes entre la imagen científica y la imagen manifiesta del mundo, la teología debería construir puentes entre la imagen revelada de Dios y la imagen manifiesta de Dios.
Podemos preguntarnos si nuestra comprensión de Dios y de su relación con el mundo puede beneficiarse de los conocimientos científicos sobre el comienzo y final del universo. A la luz de los resultados de la escatología científica, ¿es la cosmología relevante de algún modo para la escatología religiosa?
En el camino de búsqueda de la conexión, si creemos que existe, entre la comprensión científica del final del universo y su interpretación filosófica y teológica, el buen científico debe permanecer abierto a la interpretación de la realidad, consciente de que el conocimiento científico es incompleto, del mismo modo que el pensamiento filosófico y teológico lo son, como lo señala el papa Francisco al dirigirse a teólogos y filósofos de la Universidad Gregoriana: “El teólogo que se complace en su pensamiento completo y acabado es un mediocre. El buen teólogo y filósofo tiene un pensamiento abierto, es decir, incompleto, siempre abierto al maius de Dios y de la verdad, siempre en desarrollo…”.
Hay muchas cuestiones incompletas en ciencia y este artículo es incompleto en muchos aspectos, sin embargo, he intentado plantear algunos interrogantes que surgen al considerar el futuro del universo desde una perspectiva científica.
Concluyo con palabras esclarecedoras de Joseph Ratzinger en Introducción al Cristianismo, que ofrecen una clave de lectura del “último día”: “Si el cosmos es historia y si la materia representa un momento en la historia del espíritu, entonces materia y espíritu no están eternamente uno al lado del otro de un modo neutral, sino que es necesario pensar una última ‘complejidad’ en la cual el mundo encuentra su Omega y su unidad. Entonces hay un último nexo entre materia y espíritu en el cual encuentra cumplimiento el destino del hombre y del mundo, si bien hoy nos resulta imposible definir el tipo de tal conexión. Entonces el ‘último día’ será aquél en el cual el destino de cada hombre se cumplirá porque ha encontrado cumplimiento el destino de la humanidad”.
Investigar el impacto que el relato escatológico científico tiene en la escatología teológica y en nuestra comprensión de la relación entre Dios y el mundo es todavía una tarea pendiente.

El autor es sacerdote jesuita, filósofo y astrónomo

2 Readers Commented

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  1. Juan Manuel Boggio Videla on 19 octubre, 2016

    El artículo es realmente muy interesante y con sólidas bases argumentales y científicas, acordes con los títulos acreditados por el autor.
    Da lugar para abundar en comentarios adicionales, pero deseo limitarme a sólo uno,
    El Padre José G. Funes SJ podría haber hecho propicia la oportunidad de su publicación para hacer justicia a un permanente “injusticiado”, que para más fue cofrade suyo.
    Como en la casi totalidad de las publicaciones de divulgación relacionadas con el tipo de tema abordado (y en buena parte de las especializadas) se incurre en la omisión del origen de la teoría hoy llamada del Big-Bang, denominación originalmente despectiva acuñada por el astrofísico inglés Fred Hoyle, partidario de la opuesta teoría del estado originario, finalmente desechada ante las evidencias observacionales a favor de la primera.
    La postulación inicial de la expansión del universo y de la evolución del cosmos a partir de un origen “singular” o átomo primigenio apareció en ciernes en los trabajos de 1922 del ruso Alexander Friedmann (1888-1925) y fue formulada definitivamente en 1927 por el cosmólogo belga Georges Lemaître, sacerdote jesuita (1894-1966).
    Lemaître fue discípulo de Arthur Stanley Eddington (1882-1944) quien ofició además como su mentor y principal divulgador de su teoría. Conocida en el mundo científico como teoría de Lemaître – Eddington, su núcleo permanece vigente en la versión actual del Big-Bang, lógicamente evolucionada desde aquel entonces.
    En otros textos se la atribuye erróneamente a Edwin Hubble (1889-1953) quien lo que en realidad logró fue la comprobación de la expansión del universo con sus observaciones y estudios del “corrimiento al rojo” (registrado por primera vez por el astrónomo inglés Huggins en el espectro de la estrella Sirio, a fines del siglo XIX) y del alejamiento de las galaxias. En 2011, un artículo del investigador Mario Livio, publicado en la revista Nature anunció el descubrimiento de una carta en los archivos de la Royal Society of London que prueba que el planteo original de Lemaître fue postulad por éste en 1927, fecha dos años anterior a la de 1929 en que se lo atribuyó Hubble. Esto dio lugar a una controversia sobre un eventual plagio.
    Otro factor confirmatorio de la teoría de Lemaître, la radiación de fondo, fue pronosticado como efecto de la explosión inicial por George Gamow (1904-1968) y fue identificada en 1965 por Arno Penzias y Robert Wilson.
    La teoría también fue a veces adjudicada a Einstein, quien en realidad en principio la rechazó, aunque terminó por admitirla. Como dato anecdótico, fue presentada a comienzos de los años 30 en la Academia Pontificia de Ciencias por el cardenal Eugenio Pacelli, luego Pío XII.
    Unas simples búsquedas en Internet resultan en miles de referencias respecto a todo lo dicho.
    De todas maneras, los avances en el conocimiento son siempre, como en un árbol, un conjunto armónico de raíces, tronco, ramas, hojas flores, frutos, semillas, y, nuevamente, raíces, tronco, etcétera, etcétera…
    Juan Manuel Boggio Videla

  2. Martin Jaramillo on 8 febrero, 2017

    En los dos últimos siglos la ciencia ha incurrido en algunos grandes errores teóricos que hoy nos tienen en una lamentable crisis científica, que se resume en una frase: “No sabemos que es, ni donde está el 96% del Universo”.
    Es hora de conocer el otro 96% “oscuro” del Universo.Debemos escuchar y tener mentalidad abierta a las nuevas teorías.Si quieres conocer una teoría coherente, sin misterios ni contradicciones y que explique lo que sucede en el Universo, solicítala gratuitamente a: martinjaramilloperez@gmail.com

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