Bill Gates fue pionero en la producción de bienes intangibles innovadores. Podría apodárselo el Rockefeller del siglo XXI, por la dimensión a la que llevó a su empresa, que superó a las que en el siglo pasado ocupaban los primeros lugares a través de un recurso natural tangible como el petróleo.
Comprender este fenómeno es entender el valor del conocimiento en la economía. Parece oportuno entonces analizar las palabras del propio Gates al referirse al tema. Últimamente lo hizo en Europa, en octubre pasado, donde expresó: “Voy al Reino Unido y a Francia para hablar sobre cómo el liderazgo político puede acelerar la innovación. La primer promesa de cualquier buen político es mejorar la vida de las personas, y la investigación científica que permite la innovación es una de las buenas maneras de honrar esa promesa”.
Luego describió el camino para lograrlo: “El progreso no es una ley de la naturaleza, como la gravedad. Se necesita trabajo. El progreso viene de la innovación, que proviene de la investigación, que a su vez deviene de la inversión”. Gates considera que el gasto público en investigación y desarrollo (I+D) lleva a las empresas a tomar los resultados de los laboratorios científicos y transformarlos creativamente en productos para la sociedad. “La I+D –concluye– trae un gran beneficio a los países que la realizan: crea puestos de trabajo, buenas remuneraciones, fomenta el crecimiento del talento, la capacidad científica del país”.
Precisamente la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) entendió que la inversión en I+D era clave para el desarrollo y resolvió explicar cómo medirla. En 1963 reunió a estadísticos en Villa Falconieri de Frascati, Italia, de donde surgió el conocido Manual de Frascati. Aquí se definió a la I+D como la Investigación básica y aplicada de las universidades, financiada mayormente por los Estados y las fundaciones, más el Desarrollo experimental realizado y financiado por empresas para producir valor agregado. Del financiamiento de este proceso surge la estadística anual de inversiones en I+D que hacen los países.
Gates conoció dicho proceso y lo aplicó en sus emprendimientos innovadores. Retirado de la actividad empresaria, dirige desde hace años la Fundación Bill y Melinda Gates, la mayor del mundo por su capital económico, a través de la cual financia importantes emprendimientos filantrópicos y difunde la economía del conocimiento.
Antes de emprender su gira, había dicho: “Este es el mensaje que voy a llevar a Europa: instar a los líderes a que aumenten el financiamiento a la investigación científica, pues ella conduce al crecimiento económico. La innovación ayuda a florecer; reducirla es dar la espalda a nuestra mayor fortaleza. Es necesario invertir en investigación como si miles de millones de vidas dependieran de ello, porque así es”.
Mensaje aleccionador para nuestra región, muy atrasada en innovación, como vimos en anteriores artículos de esta columna. Qué decir de la Argentina, que ha recortado últimamente su presupuesto de ciencia y técnica. Nuestra situación económica obligó al recorte, pero también es cierto que la insuficiente inversión en I+D nos condujo a esta situación.
Sería importante que Gates apelara a los líderes de estas tierras, que parecieran creer que sostener la investigación científica es un hecho académico-cultural y no de incidencia económico-social; nuestra industria no es innovadora pues invierte poco en I+D, favorecida por altos aranceles que no estimulan la demanda de conocimientos para innovar.
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Join discussionAmigo Prins,
Usted sabe que el recorte de presupuesto de ciencia y técnica no se debe a «nuestra situación económica», y no fué obligación de nadie. Por una vez, sería lindo que se haga referencia a la «herencia recibida» con razón y verdad. Pero es mucho pedirle.
¿No es preferible Laudato si que lean los lideres europeos?