Reseña de Cáscara de nuez, de Ian McEwan (Buenos Aires, 2017, Anagrama).
Aunque nos siga pareciendo que Los perros negros, de 1992, es la obra insoslayable de Ian McEwan (Inglaterra, 1948), y la que mejor permite el ingreso al mundo interior del escritor, justo es reconocer que la vastedad y calidad de su obra permiten elegir varias novelas emblemáticas (Sábado, Ámsterdam, Expiación).
Cáscara de nuez es la última publicada. Comienza con una cita de Hamlet de Shakespeare, dramaturgo particularmente amado por McEwan, que da cuenta del título elegido: “Oh, Dios, podría estar encerrado en la cáscara de una nuez y sentirme rey del infinito espacio… de no ser porque tengo malos sueños”. Y comienza su primera página: “Así que aquí estoy, cabeza abajo dentro de una mujer. Aguardo con los brazos pacientemente cruzados, aguardo y me pregunto dentro de quién estoy, qué hago aquí”. El narrador es un niño al que la falta demasiado poco para nacer. Es la mente que sigue la trama. Atento escucha las noticias de la BBC cuando su madre enciende la radio y está informado de lo que se trama en su casa, que fue de sus abuelos, que ya no viven.
Los padres se han separado hace poco. John es un poeta que vive perdidamente enamorado de su mujer. Trudy ya no lo quiere y no soporta sus extrañezas y su poesía, que él le recita con insistencia en cada oportunidad posible.
Pero el libro es, en realidad, una novela policial. Y el detective es quien aguarda su nacimiento desde el seno materno. Siente por el padre muchas más simpatía que por la madre. Es un pequeño Hamlet y percibe las intenciones de Trudy y de su nuevo amante –Claude–, el hermano de su marido. Si se sigue por este camino no hay otro final que el asesinato del padre, tal como sucede en la obra shakesperiana.
En una casa en la que nadie se ocupa de poner orden ni limpiar nada, donde nunca hay nada en la heladera y ruedan botellas vacías por todas partes, dos seres que no tienen en común más que un poco de pasión y otro de desesperación (Trudy y Claude), urden un plan siniestro. Muy inglés, McEwan, entre las hipótesis de asesinato, habla de una pierna de cordero. Es una referencia a una historia escrita por Roald Dahl adaptada a la pantalla por Hitchcock.
En una entrevista reciente del diario El País el autor afirmaba que sentimos impotencia ante “los ataques a los modelos sociales abiertos y democráticos que impone el neocapitalismo ultraliberal”. Y agregó: “Impotencia: nos cuesta como individuos influir en los acontecimientos y en su comprensión, dudamos; eso es lo característico de Hamlet y de mi protagonista, por eso lo hago hablar desde un útero: no puede influir en los acontecimientos, sólo observa”.
Reconoce que su recurso es a lo Tristam Shandy de Lawrence Sterne. Y el niño le permite al autor referencias de actualidad angustiantes, como el drama de los refugiados: “Es una prueba muy dura para Europa, cuyo comportamiento no ha sido ejemplar; deberíamos aceptar más gente: Inglaterra, por ejemplo, sólo acogerá 20 mil en cinco años; y, claro, dedicar más millones de euros a acogerlos en condiciones de sostenibilidad e integración; lo inquietante es que la extrema derecha europea está con ello fertilizando un campo racista ya de por sí abonado”.