Isabelle Huppert, la musa gélida

Cuando aún no transcurrió siquiera la primera mitad del año pudieron verse en la Argentina varios films protagonizados por la gran actriz Isabelle Huppert. Se añade el recuerdo de su presencia en diciembre pasado –cuando acompañó la semana de Cannes en Buenos Aires–, y también en 2015 para el Bafici, presentando una retrospectiva sobre su prolífica carrera.
El puntapié fue Elle, estrenada en la Argentina luego de su nominación al Oscar, donde la musa francesa compone a Michele (una tan exitosa como ácida e intempestiva creativa de una empresa de videojuegos), quien una noche en su domicilio será salvajemente ultrajada por un desconocido que se da a la fuga. La película, con la firma del polémico realizador Paul Verhoeven, juega con diversos niveles de fantasía, realidad y singularmente de abyección que el director de Bajos instintos maneja a la perfección, para entregar una obra tan perturbadora sobre la ambigüedad moral como un particular arco voltaico interpretativo donde Huppert es, en síntesis, la película en sí misma. Olvidada del clásico quinteto de las nominadas al Oscar como Mejor Película Extranjera, empero consiguió la nominación para su protagonista (que obtuvo el César francés a la mejor actriz y, sorpresivamente, el Globo de Oro de la prensa extranjera en Hollywood).
Encantado en describir el esnobismo de ciertos estratos de la actual sociedad europea, Verhoeven pareciera descansar en cierta continuidad fílmica de la denominada “crítica injuriosa holandesa” destinada principalmente a la provocación y a poner en cuestión ciertos tabúes. Recostado en el escándalo, Elle es un film que pareciera funcionar de maravillas, aunque su exagerada crispación argumental y sus incontables vueltas de tuerca acerquen el relato al absurdo. Sin embargo, la excelente labor de su protagonista, a la que secundan afirmados nombres del cine francés como Anne Consigny, Charles Berling, Laurent Lafitte, Virginie Efira y Christian Berkel, genera un efecto difícilmente olvidable.
Otro título indeleble es El Porvenir, dirigido por Mia Hansen-Love, donde Isabelle compone a Nathalie, una profesora de filosofía que ha crecido con los valores de progreso propios de un estado de bienestar que se desmorona al igual que su entorno familiar, e incluso los valores universitarios sobre los que edificó su modo de entender el mundo. Con crudeza, el film expone cómo las ideas sociales de un siglo a esta parte se han petrificado en usos y costumbres, de modo que todos jueguen un rol que no terminan de asimilar, como los jóvenes que debaten el Mayo del ’68 mientras hacen una prolija toma de la facultad dejando entrar a los profesores; o los que, decididos por el anarquismo, optan por el proyecto colectivo pero en una preciosa finca en las afueras de París.
Si bien muchos de los guiños son para entendidos, como el gesto de Huppert bromeando sobre la existencia de un libro de Aron en la biblioteca anarquista, se trata de un film de gran vuelo estilístico, con la inteligente reflexión de Mia Hansen-Love sobre algunas constantes de la cultura francesa y, particularmente, qué significa el ejercicio de la libertad hoy.
Sin estreno comercial pero dentro del Bafici también pudo verse Bombardeo (Barrage), de Laura Schroeder, donde Huppert personifica a la abuela que ha criado a la nieta durante diez años hasta que la madre vuelve al terruño. Claro que en esa década de ausencia el vínculo entre ambas se ha fortalecido y la madre es sólo una visitante no deseada. Relato sombrío que entrega otra curiosidad: el protagónico corresponde a Lolita Chammah, hija de la ficción y de la vida real de la legendaria Huppert.
Por último, anunciada junto con la salida de este número de CRITERIO, se presenta el estreno de El valle del amor, luego de integrar la selección oficial del Festival de Cannes. Aquí, Guillaume Nicloux presenta a un matrimonio que ha perdido a su hijo seis meses antes. Una carta los cita en el “valle de la muerte”, en pleno desierto norteamericano. Se trata de una emotiva tragicomedia con cierto aire a Samuel Beckett, donde el factor fundamental es esa espera interminable. El matrimonio está compuesto por la musa gélida del cine francés, Isabelle Huppert, y su marido, no menos inmenso, Gerard Depardieu. En la extensión del desierto californiano sobresale nuevamente la presencia actoral sublime y una reflexión que nos había entregado la intérprete: “Me gustan los viajes, es mi idea del cine. Cuando uno hace una película es como estar en tierra extranjera, y esto se potencia doblemente al estar verdaderamente en el exterior”.1

Notas:
1. Del diario La Nación: “Isabelle Huppert: lo que siento al actuar en cine es como la definición de felicidad”, 20 de abril de 2015, en diálogo con el autor de este artículo.

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