Un coro de mujeres capaz de dar cuenta del poder de la música para elevar el espíritu en las circunstancias más difíciles.
El 15 y 16 de diciembre de 2017, el Peninsula Women’s Chorus (PWC) dio su último concierto del año en la iglesia episcopal St. Mark’s, en Palo Alto, Estados Unidos, bajo la dirección artística del argentino Martín Benvenuto. El PWC, oriundo de la ciudad californiana, es uno de los coros más prominentes de la bay area, que designa todas las localidades y pueblos de la Bahía de San Francisco. Pero su renombre no es sólo local, pues ha sido premiado con importantes distinciones a nivel nacional e internacional. Desde sus orígenes en 1966 tuvo sólo tres directores artísticos: Marjorie Rawlins, Patricia Hennings, y Martín Benvenuto desde 2003. Se ha caracterizado por la extraordinaria variedad del repertorio, que sin despreciar lo clásico, acoge muy especialmente la producción novedosa e inusual de artistas jóvenes.
Parte de la misión del PWC es encomendar poesías y composiciones a nuevos talentos y a artistas prometedores nacionales y extranjeros, haciendo girar la rueda de la economía –por así decirlo– en la difícil región de las artes liberales. El lector podrá desconfiar de este modus operandi, aduciendo que poema y música no son mercancía y que, propiamente, no se les puede poner precio. O, también, que músicos y poetas crean cosas valiosas u objetos bellos, cuya producción no puede concebirse a cambio de un salario. Puede ser…, pero tal vez podamos hablar de honorarios, término que alude a la desproporción ente la actividad, la producción y el pago. Lo cierto es que músicos, poetas y compositores también pueden vivir de la música, de la poesía o de sus talentos, sin pasarse ocho horas en una oficina para “pagar la olla”. Además, se insertan en una sociedad que cree que vale la pena invertir, contribuir y fomentar las humanidades, las artes y la música, es decir, las actividades menos rentables y útiles imaginables (y en eso reside su grandeza). Aunque no coincidan con el valor en un mercado de cambio, las obras valen por sí mismas, embellecen y mejoran el mundo, la sociedad y a todas las personas. Suele ser difícil comprender esta apreciación, que heredamos de la antigua Grecia y que persiste penosamente en nuestro mundo, que erige como únicos valores la productividad y el rendimiento.
Pero la grandeza del PWC no yace sólo en su música y su performance, sino en el particular origen fundacional, que merece recordarse y contarse en una historia. En 1982, el responsable del departamento de música de la Universidad de Stanford convocó a la entonces directora, Patricia Hennings, para evaluar unos manuscritos que le habían sido entregados por una sobreviviente de un campo para enemigos de guerra en la isla de Sumatra, durante la Segunda Guerra Mundial. El campo había concentrado mujeres de los países aliados, misioneras, enfermeras, maestras, monjas y funcionarias británicas, australianas, holandesas, francesas, entre otras nacionalidades, que estaban asentadas en territorio del Imperio japonés cuando este país bombardeó Pearl Harbor en diciembre de 1941. En ese momento, Japón tomó prisioneros a todos los habitantes de países aliados que estaban en sus dominios. Para sobrellevar la penurias de la reclusión, dos mujeres con formación musical y memoria prodigiosa, incumpliendo las reglas del campo que prohibían congregarse, organizaron un coro femenino de diversas lenguas y nacionalidades, que interpretaban vocalmente (sin letra), obras maestras de la música clásica escritas de memoria en cuadernos pentagramados a mano. La Universidad de Stanford quiso grabar estas partituras vocales memorizadas, designadas como “orquesta vocal”, y el PWC se embarcó en este ambicioso proyecto que llegó, inclusive, a Europa en 1984.
El documental que las recuerda, Song of Survival, da muestras de la poderosa función pacificadora y sanadora de la música, por ejemplo, cuando los oficiales japoneses deponen sus armas al escucharlas en su primer concierto en cautiverio. La “Sinfonía del Nuevo Mundo”, de A. Dvorák, abrió todas las representaciones hasta su liberación, cuando terminó la guerra, tres años y medio después. En memoria de esas mujeres y honrando su origen, el coro continúa hoy cantando sin partituras. De su exclusiva autoría es The Captive’s Hymn (el Himno de los cautivos), que las nueve sobrevivientes del campo escucharon solemnemente de pie cuando, en 1983, asistieron al Concierto Conmemorativo del PWC, que recreó su propia música de cautiverio. Allí, entre las lágrimas del recuerdo, cuando agente y espectador (o sea, el agente y paciente, quien padece) coinciden, acaece la catarsis de las emociones, que purifica la mente y hace las paces con la realidad. Cuarenta años más tarde, lejos de evocar memorias dolorosas, las sobrevivientes eran el testimonio vivo de que a través de la música la esperanza puede nacer de la desesperación.
El PWC acaba de ganar un concurso de la Silicon Valley Creates (organización que promueve la cultura y la creatividad en la región), que premió con 10 mil dólares su proyecto a tres años, titulado Trailblazers, es decir, “Pioneras”. Fiel a su origen y pauta identitaria, el coro busca salvar del olvido y enaltecer debidamente a mujeres valerosas, segregadas u oprimidas, y que lucharon por cambiar esa situación. El proyecto Trailblazers propone honrar la memoria y poner en valor la historia de vida de tres mujeres destacadas en su lucha por el derecho a la igualdad. Una de ellas escapó de la esclavitud, trabajó como cocinera y enfermera, y luego como espía y soldado de los ejércitos de la Unión durante la Guerra de Secesión. Otra, líder y precursora de los derechos de mujeres transgénero, proporcionó asistencia y acompañamiento personal a mujeres trans encarceladas, que sufren adicciones o que no tienen hogar. La tercera, sufragista, perteneció al grupo de mujeres que lograron la decimonovena enmienda que sancionó el voto femenino, en 1920.
Unas pocas palabras sobre Harriet Tubman (1820-1913), activista y pionera de los civil rights, la esclava que escapó del cautiverio en 1849 y volvió a las plantaciones de Maryland para liberar a su familia y a otros esclavos durante los años previos a la Guerra de Secesión. A través del Underground Railroad, el “ferrocarril subterráneo”, fórmula que designó una red de hogares seguros y salvoconductos, Tubman trazó la ruta de la libertad hacia Philadelphia. Fue la primera mujer en comandar una expedición armada –the Combahee River Raid– que liberó a más de 700 en Carolina del Sur. Su biógrafa, Beverly Lowry, recabó testimonios e historias relatadas por la propia Harriet, transmitidos oralmente y luego por escrito (ya que Harriet no sabía leer ni escribir). En Harriet Tubman,Imagining a Life, Lowry presenta una suerte de Juana de Arco del siglo XIX. Una mujer soldado, devota cristiana, que rechazó la interpretación bíblica de los blancos de su tiempo que avalaba la esclavitud, comandó su propio regimiento y predijo a través de premoniciones el triunfo del abolicionismo y el final de la segregación.
No solamente la excelencia sino también la impronta comprometida del PWC se deben a su director artístico. Martín Benvenuto nació en Buenos Aires y se formó en la Universidad Católica Argentina, cuando la Facultad de Artes y Ciencias Musicales estaba dirigida por el maestro Roberto Caamaño. Viajó a los Estados Unidos con una beca y completó dos Master en dirección coral y en pedagogía vocal en el Westminster Choir College, Princeton. En 2009, obtuvo su doctorado en dirección coral en la Universidad de Boston, bajo la supervisión de los renombrados Ann Howard Jones y del ya fallecido Robert Shaw. En varias oportunidades, de gira por Sudamérica, el PWC ofreció conciertos en Buenos Aires, Mendoza y San Juan.