Eric Rohmer, entre comedias, estaciones y proverbios

Tenemos debilidad por los aniversarios. El pasado 20 de enero, con merecida resonancia, celebramos el centenario de Federico Fellini (dicho sea de paso, el 15 de junio será el de Alberto Sordi, intérprete de inolvidables obras fellinianas). El 13 de febrero, con mucho menos ruido, se cumplieron 125 años del día en que los hermanos Lumière registraron la patente del cinematógrafo. Desde esa fecha lo mostrarían ante diversas sociedades científicas y fotográficas, hasta hacer, el 28 de diciembre de 1895, la primera exhibición pública (y con entrada paga). Y el 20 de marzo, pero de 1920, a unos 350 kilómetros de la casa de los Lumière, nació Eric Rohmer.
En verdad, no nació Rohmer, sino Maurice Henri Joseph Schérer. Se rebautizó a sí mismo muchos años después, cuando, ya siendo profesor de secundaria, empezó a moverse en el mundo del cine. Pero no nos adelantemos. Nació, según dicen, en Tulle, una agradable ciudad que aún conserva casas medievales. Otros dicen que nació en Nancy, el 4 de abril. Quizás haya por ahí otro Schérer, o un Rohmer auténtico, no lo sabemos. Esto de tener que elegir una opción entre ambas ciudades ya parece un chiste rohmeriano. Los de Nancy alegan que, por algo, él fundó allí, y no en Tulle, una granja de ciervos, pero no hemos encontrado información alguna que corrobore siquiera la existencia de esa granja. Sí, en cambio, la de ciervos sueltos en los alrededores de la ciudad condal. Y la de Rohmer en la Ciudad Luz.
Profesor de literatura, colaborador de un diario, en 1946 publicó una novela, Elizabeth ou les vacances. Lo hizo con seudónimo: Gilbert Cordier. Pronto vendrían las noches en la Cinemateca Francesa, las colaboraciones en Les temps modernes, Quartier Latin y otras publicaciones culturales, la amistad con Jacques Rivette, Truffaut y Godard, unos cortos amateurs, una pequeña revista, Gazette du cinéma, el honroso cargo de jefe de redacción de la naciente Cahiers du cinéma, el libro coescrito con Claude Chabrol sobre Hitchcock y el matrimonio con Thérese Barbet, para toda la vida. Él era católico, el único en ese ambiente, y el de conversación más profunda, según sus propios compañeros. Ya para entonces firmaba con su nombre definitivo. A veces decía que era un anagrama de su nombre original (pero sobrarían letras), o un homenaje al creador de las historias de Fu Manchú, el inglés Sax Rohmer (que tampoco se llamaba así). Como sea, el seudónimo le permitió disimular ante su familia conservadora y las autoridades del colegio donde era profesor, y diferenciarse del hermano, René Schérer, profesor de filosofía con marcada actividad pública. Años después uno de los dos hijos de Eric se hizo militante trotskista con el seudónimo René Monzat. Del otro hijo no hemos encontrado referencia alguna (“Salió normal”, como diría una tía).
En 1959 Rohmer hizo su primera película, El signo del león, pequeña historia de un bohemio que no puede pedir dinero a sus amigos porque están todos de vacaciones, y se queda en la calle hasta que, azarosamente, la suerte le sonríe. Siguió con algunos cortos que ya evidencian su inclinación temática, varios documentales televisivos y un largo de poca repercusión, hasta hacer, diez años después, su obra más famosa: Mi noche con Maud, singular relato de un hombre puesto a decidir entre la mujer que se le ofrece y con quien conversa toda la noche, y la mujer que ha visto en la iglesia y que no sabe si verá de nuevo en la mañana. Es también la única de sus obras donde lo religioso, y la confianza en la Gracia, se manifiestan abiertamente.
Mi noche con Maud integra, con La coleccionista, La rodilla de Clara, El amor a la hora de la siesta y los cortos tempranos La panadera de Monceau y La carrera de Suzanne, un cuerpo de obras que el autor llamó “Cuentos morales”. Vendría más tarde el de “Comedias y proverbios”, con La mujer del aviador, Paulina en la playa, El rayo verde (acaso su último gran éxito internacional) y otras. Por último, cuatro films agrupados como “Cuatro estaciones”. El azar, muchas veces las vacaciones, las charlas extensas, afables y agudas, la circunstancia de tener que elegir entre dos opciones, los ambientes naturales, los equipos reducidos y largamente mantenidos de colaboradores, el sentido de lo moral que subyace en las anécdotas, el refinado humorismo con que asoman los asuntos más serios, las reflexiones y decisiones alrededor de los sentimientos amorosos, y, en particular, el protagonismo femenino en la mayoría de las obras, la sencillez de estilo y la frescura de sus intérpretes, son características deliciosas de todo ese cine.
Eso se advierte asimismo en otras películas suyas, “sueltas”, en apariencia, como las deliciosas La marquesa de O, Perceval el galo, El árbol, el alcalde y la mediateca. Los dramas de asunto histórico La inglesa y el duque y Triple agente son algo excepcional: carecen de humorismo, lo que es lógico, pero mantienen las demás características, y, filmadas en estudios, suman calidad formal.
En 2007, con la comedia Les amours d’Astrée et de Celadon, Rohmer firmó su despedida. Murió en enero de 2010, dejando una empresa productora de cine de arte, Les Films du Losange, más de 50 títulos, entre cortos y largos, un buen puñado de libros, algunos por suerte ya traducidos al castellano, y el recuerdo de una buena persona.

No hay comentarios.

¿ QUIERE DEJAR UN COMENTARIO ?