17 de octubre de 1945. Una lectura desde la historia global

Pronto se cumplirán 75 años del 17 de octubre de 1945; recientemente, también se han cumplido 75 años del fin de la Segunda Guerra Mundial. No son efemérides aisladas. 1945 fue un momento global de un cierto espesor. Dividió en dos el siglo XX y tuvo manifestaciones e implicancias de vasto alcance. La Argentina no fue la excepción, tampoco lo fue buena parte de América Latina. El 17 de octubre de 1945 no puede desentenderse de los acontecimientos de escala mundial. El peronismo irrumpió en un contexto de vertiginoso cambio histórico y dio por saldo, luego de la épica movilización a Plaza de Mayo, el contundente triunfo electoral de Juan Domingo Perón en las elecciones de febrero de 1946.

1945 a escala planetaria

Comencemos por el fin de la Segunda Guerra Mundial y sus implicancias. Una guerra total, cuya geografía alcanzó los cinco continentes, se libró en casi todos los océanos y dejó más de 50 millones de muertos, entre ellos, los seis millones de víctimas de la Shoá, no podía alcanzar su fin sin consecuencias de largo plazo. Los aliados ‒Estados Unidos, Unión Soviética, Gran Bretaña‒ llegaron a un final victorioso que les había sido difícil imaginar tiempo atrás, pero la relación de fuerza entre ellos no era la misma que en un comienzo. Desde antes de la invasión de Normandía se podía advertir que Gran Bretaña había perdido terreno frente a sus dos aliados; los Estados Unidos y la Unión Soviética, por diferentes caminos, fueron decisivos en una victoria que sería ante todo la suya. No es terreno para discutir aquí cuál de los dos lo fue más, sino señalar, en tal caso, que Gran Bretaña, que había ejercido un rol de potencia imperial de base naval durante más de 200 años, había dejado de serlo. Francia, por su lado, invadida por Hitler en 1940, también vería tarde o temprano jaqueado su imperio.
En muchas partes se desplomaron gobiernos y surgieron otros nuevos con impulso rupturista: en Gran Bretaña, el partido Laborista obtuvo un triunfo histórico que mostró a las claras que haber participado en la victoria no pudo ser capitalizado nada menos que por Winston Churchill, a pesar de su olfato político y de su hábil muñeca. El triunfo laborista permitió rápidos avances en la conformación del Welfare State, que se afianzó ampliamente en la posguerra en diferentes latitudes. Por su parte, Francia refundó la república, inició una “depuración” de colaboracionistas e hizo esfuerzos por recuperar el control de sus antiguas colonias, con una actitud imperialista en la que expresaba fuertes dificultades para tomar conciencia de toda el agua que había corrido bajo el puente.
Salió fortalecida, sin dudas, la Unión Soviética, a pesar de sus inconmensurables pérdidas humanas, puesto que devino en potencia global y logró una creciente gravitación en Europa oriental, donde conformaría una zona de influencia, primero, y luego un bloque articulado por el Pacto de Varsovia, aunque no tardarían en aparecer disidencias, como pudo verse desde las primeras tensiones entre Tito y Stalin. También los Estados Unidos comenzaron a jugar un papel más decisivo que nunca en la política internacional, aunque el fallecimiento de Franklin D. Roosevelt pocos meses antes de la conclusión de la guerra opacó en parte el clima triunfalista. En este contexto, la Conferencia de Bretton Woods, la fundación de Naciones Unidas y los juicios de Nuremberg, experiencia sin precedentes, despertaron expectativas de que el fin de los fascismos podría consolidar la paz y la democracia, a la par de la justicia.
Los vencidos, por otro lado, colapsaron y arrastraron consigo el destino de numerosos pueblos conquistados por el tercer Reich y el imperio japonés. El mapa mundial, pues, cambiaría de raíz. Italia vio a Mussolini fusilado e inició un proceso que conduciría al país a la república con la celebración del plebiscito de 1946. Alemania y Japón sufrieron las consecuencias de la derrota, entre ellas, la ocupación y partición del territorio en el caso alemán, pero con todo se obró con menos dureza y revanchismo que en 1918 (recordemos las reparaciones que se le exigieron a Alemania en aquella oportunidad). El imperio japonés se desplomó con profundas implicancias para sus territorios anexados en el sudeste asiático.
Así, si en el escenario occidental el impacto de la guerra fue enorme, por su parte, Asia, África y América Latina tampoco se quedarían atrás. Los cambios geopolíticos globales sacudieron desde la primera guerra mundial el mapa colonial y se aceleraron a partir de 1945. El Imperio japonés predicó la consigna de “Asia para los asiáticos” en un gesto de desafío al imperialismo occidental, pero esto no impidió que fueran percibidos como invasores. Ho Chi Minh fundó el Viet Minh en 1941, en plena ocupación japonesa, a la que se opuso, para luego redoblar la lucha antiimperialista contra la pretensión de Francia de recuperar su control: se entró así en uno de los procesos de descolonización más dolorosos de la segunda posguerra. En China las cosas marcharon de manera más vertiginosa gracias a la larga trayectoria del Partido Comunista chino fundado en 1921: el resultado fue la expulsión del Kuomintang y la formación de la China comunista en 1949. En la India, con Gandhi, el proceso de descolonización prometía ser más pacífico que en la Indochina francesa, pero la desprolija retirada de Gran Bretaña dejó una guerra civil, entre otras situaciones conflictivas. Son sólo algunos ejemplos de procesos que dejaron como saldo un nuevo mapa que no tardaría en tornarse complejo, no puramente bipolar, sino más bien plagado de múltiples polarizaciones. La formación de la Liga Árabe en 1945 en El Cairo, si bien débil todavía, apuntaría también en esta misma dirección.
América Latina, finalmente, se involucró menos en la guerra; de hecho no llegó a ser escenario bélico, aunque no se puede pasar por alto que varios países declararon su beligerancia contra el eje bastante más tempranamente que la Argentina, en especial, Brasil. Ahora bien, más allá de su eventual participación en el conflicto, la guerra impactó de todas formas en muchos aspectos porque la caída de los totalitarismos disparó expectativas de democratización y cambio social en un subcontinente marcado por profundas desigualdades. El antiimperialismo de las periferias fue también un ingrediente clave en este contexto. Este anhelo de cambio llevó al triunfo socialdemócrata en Brasil, con Gaspar Dutra, en 1945; en Guatemala, Juan José Arévalo, que había estudiado y trabajado en universidades argentinas, inauguró en 1945 un dificultoso proceso democrático en su país; en Perú, más todavía, que estuvo atravesado en la primera mitad del siglo XX por gobiernos militares y conservadores, vio la oportunidad de que la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) accediera al poder en un gobierno de coalición. Así, al igual que en otras latitudes, en América Latina se ingresó en una coyuntura que prometía una aceleración de los tiempos. Ahora sí podemos enfocar nuestro país.

Argentina en la encrucijada de 1945

En 1943 se produjo en la Argentina un golpe militar que iba a contramano de la coyuntura internacional: mientras que en Europa comenzaba a crecer la esperanza de la derrota nazi y de la caída de los fascismos, aquí se produjo un golpe que trajo consigo purgas tanto en cúpulas sindicales de izquierda (en especial, comunistas) como en las universidades. El golpe puso fin a lo que se dio en llamar la “década infame” de 1930, cuando se instalaron gobiernos de dudosa legitimidad montados sobre el fraude, que no bloquearon sin embargo el desarrollo de algunas transformaciones novedosas en su época, tales como el rápido avance de la industrialización (la industria alcanzó a comienzos de los años cuarenta un máximo histórico), acompañada de consiguientes desarrollos urbanos y cambios demográficos. Estos procesos se dieron bajo el corsé de gobiernos que no rechazaron plenamente los cambios, aunque trataron de mantenerlos a raya en un contexto de complejización de la sociedad argentina (ampliación de la clase obrera, consolidación de la clase media), gracias al crecimiento de ciudades, que se volvían cada vez más dinámicas. El gobierno militar que se conformó en junio de 1943 encabezado por el general Pedro Ramírez (miembro del GOU) intentó mitigar sus facetas autoritarias con medidas de corte social (control sobre valores de los alquileres, por ejemplo), pero claramente no era suficiente, puesto que la vida política había quedado en suspenso. El contexto internacional no tardaría en marcarle la cancha al gobierno. Pronto se multiplicaron las presiones para que se habilitara una salida democrática, aunque en un primer momento los movimientos opositores debieron limitarse a circular en la clandestinidad de algo que quería emular a la “resistencia”, según narra Tulio Halperín Donghi en sus memorias.
Para mediados de 1944, la atmósfera política se recalentó. Juan Domingo Perón se había hecho cargo de la Secretaría de Trabajo y Previsión a fines del año anterior y comenzó a trabar un importante vínculo entre el gobierno militar y los sindicatos. En 1944 la guerra comenzaba a presentar expectativas de finalización y el gobierno dio un paso adelante con la creación del Consejo Nacional de Posguerra, que introdujo en la agenda cuestiones de planificación económica: las autoridades estaban preocupadas por el impacto económico y social del fin de la contienda (se preveía la pérdida de puestos de trabajo, con consiguientes conflictos sociales). El año 1944 decidió a la oposición a reclamar a viva voz por la democracia y la reapertura de los partidos políticos que habían sido acallados, clamor que se haría más intenso luego de la liberación de París. El año clave fue, al igual que en la coyuntura mundial, 1945. Los militares, que querían evitar verse jaqueados por los reclamos democráticos, declararon la guerra a Alemania. El tiempo de Juan Domingo Perón había llegado, aún cuando debió sortear resistencias incluso dentro de las propias filas militares.
La efervescencia de la movilización del 17 de octubre sacudió el tablero político: fue necesario que todos los actores se reacomodaran a continuación. Perón carecía de partido propio, pero rápidamente los sindicatos conformaron el Partido Laborista (émulo del británico) y apoyaron su candidatura presidencial. Perón por su parte supo sumar a sectores de otras procedencias políticas: nacionalistas, radicales (el propio Hortensio Quijano, su compañero de fórmula), conservadores y católicos. También la oposición se organizó y así nació la Unión Democrática (con socialistas, radicales, comunistas, entre otros) que lograría lo que una y otra vez se había intentado desde mediados de los años treinta, a saber, la formación de una coalición de centro izquierda con un tufillo a Frente Popular. Así, la campaña electoral fue intensa y emocionante para ambos contendientes, con la inesperada intervención del embajador norteamericano Spruille Braden, que dio lugar al contraataque peronista y antiimperialista del eslogan “Braden o Perón”. El resultado fue, claro está, el holgado ‒pero no previsible‒ triunfo de Perón en las presidenciales de 1946.
Si la Unión Democrática en 1945 hacía pensar en un Frente Popular que hablaba en nombre de la lucha antifascista y respiraba el clima de liberación que venía de la Europa que había sido ocupada por el nazismo, por su parte, Perón y el movimiento que pronto llevaría su nombre dio un paso más, puesto que optaron por un discurso cargado de reclamos de justicia social y de una liberación leída, esta vez, en clave antimperialista, a tono con la agenda que se perfilaba desde las periferias no europeas. Como fuere, ambos fueron hijos de 1945 leído en clave global y ya no cabía abordar la política con una grilla proveniente de tiempos pretéritos.

Miranda Lisa es Doctora en Historia, profesora de la Universidad de San Andrés e investigadora de CONICET.

* Agradezco las sugerencias de Juan Pablo Scarfi.

1 Readers Commented

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  1. Luciano Tanto on 3 diciembre, 2020

    La «épica» llegada de Perón al poder no fue tan… épica, sino la brutal campaña de más 2 años de la dictadura en el poder desde el 4 de junio de 1943, que hizo de Perón su candidato, dándole poder omnímodo desdela Secretaría de Trabajo y Previsión (copia del modelo nazi), prohibiendo sindicatos, encarcelando voces independientes, expulsando docentes con opinión propia y reemplazándolos con profesores «flor de ceibo»… y un largo y deplorable etcétera. Lo de épica, en síntesis, es distracción… o simpatía por el demonio totalitario conocido como peronismo.

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