Diana Sperling: «El padre es una metáfora, no una probeta»

Es Doctora en Filosofía y ensayista. Sus últimos libros son Filosofía de cámara, Del deseo. Tratado erótico-político, Genealogía del odio: sobre el judaísmo en Occidente y La Difherencia: sobre filiación y avatares de la ley en Occidente. Enseña en instituciones y grupos de estudio y escribe artículos para revistas de filosofía, psicoanálisis y literatura.

El subtítulo de su libro La Difherencia señala como tema central la cuestión de la filiación. ¿Por qué esta elección? ¿Por qué cree que el tema cobra especial relevancia en la actualidad?
El punto de partida es una frase del jurista francés Pierre Legendre: “El mundo está organizado genealógicamente”. Filiación hubo siempre, desde que hay cultura, tal como se muestra en Totem y tabú, desde la prohibición del incesto, que es el inicio de lo que llamamos filiación. Somos “hijos de”, somos inscriptos en una sucesión de generaciones, a través de determinados mecanismos que cada pueblo o cultura instrumenta, porque cada cultura organiza su cadena filiatoria y encuentra su manera de inscribir al recién venido. Esto es lo que nos hace humanos. Y por eso sostengo que “humano es el animal que tiene nietos”, es decir, que puede atravesar el tiempo con esta cadena genealógica que implica la función simbólica. El animal tiene cría; no es lo mismo que un hijo. Hijo implica nombrar y otorgarle un lugar como “hijo de”, es decir, inscribirlo en una cultura, en un linaje, en una sucesión, de acuerdo a los mecanismos que cada cultura instrumenta para esto. Lévi-Strauss sostenía que el pueblo más remoto y el pensamiento más salvaje son absolutamente lógicos y tienen una estructura perfectamente comprensible, tal como sucede con el pensamiento occidental, a pesar de que nosotros creamos que este es el único con estas características.
¿En qué consiste esa relación padre-hijo?
Lo que me interesa de la filiación es lo que yo llamo la ley de la especie: los humanos, en tanto seres hablantes, somos mortales, sexuados y diferenciados. La diferencia de los sexos y de generaciones son dos rasgos inherentes a nuestra condición humana, no podemos escapar de esto. La ultra modernidad, por llamarla de algún modo, cree que puede saltearse algo que pertenece la estructura misma de lo humano en tanto especie (hablantes, mortales, sexuados y por lo tanto diferenciados), cree que con determinadas herramientas tecnocientíficas puede descartar esto y convertirse en vaya a saber qué. Algunos dicen robots, yo digo dioses.
Una fantasía de larga data…
Es el sueño mítico más arcaico de la humanidad. Desde que el mundo es mundo, incluso en las culturas orales, en todos los relatos fundantes aparece la ilusión de conservar la condición divina, el don de estar más allá de la muerte, del tiempo, de la falta o la carencia, de la división, etc. Pensemos en los mitos griegos, los mitos cananeos, los mesoamericanos… El texto que rompió con esto es la Biblia hebrea, la Torá, con el episodio tan conocido de la serpiente que tienta a Eva y le dice que coma del fruto prohibido para ser como dioses. Todo el relato bíblico es una respuesta negativa a esa pretensión: la reconoce, pero la desarticula. La filosofía lo ha retomado porque resume la tensión que nos caracteriza: somos mortales y no nos queremos morir; somos finitos y queremos ser eternos; somos fallidos y queremos ser perfectos; somos incompletos y queremos ser el todo, etc. Esta pugna es inherente a la especie humana, no triunfa la finitud consciente y listo, nunca dejamos de soñar con esa inmortalidad. En el segundo prólogo de Crítica de la razón pura (1787), Kant dice algo maravilloso: la razón humana tiene la tendencia a formularse preguntas que no puede responder porque la respuesta no corresponde a la razón humana, pero que tampoco puede dejar de formularse, porque esa tendencia sí corresponde a la razón humana. Spinoza dice que no se puede hacer política creyendo que los hombres se van a convertir en ángeles y van a deponer sus rivalidades y pasiones, para hacer política es preciso aceptar esa condición; con esto hay que contar y con esto se hace política.
¿Qué cambió de ese sueño de ser inmortales?
En las últimas décadas han surgido determinadas herramientas tecnológicas que parecerían posibilitar vivir 500 años, tener hijos sin tocarse, eliminar el contacto sexual, prácticamente eliminar la muerte. El sueño se vuelve pesadilla a través de determinados experimentos de ingeniería genética que permiten modificar los genes y los rasgos, inventar y crear un hijo on demand. Daría la impresión de que el principio de filiación, esa ley de la especie, empieza a tambalear: se puede tener hijos sin padre, que es un sueño de muchísimas mujeres; se puede tener hijos sin ningún contacto que implique que yo soy incompleta y por lo tanto tengo que juntarme sí o sí con otro ser diferente a mí. No somos organismos unicelulares, ¡somos seres diferenciados!
¿Qué implica ser seres diferenciados?
Existen las diferencias entre los sexos, entre las generaciones y entre lo divino y lo humano, pero creo que en este momento es acuciante y urgente volver a pensar la filiación. Existen grandes intereses en juego, por ejemplo, laboratorios que postulan métodos de fertilización que implican ganancias millonarias y dan por bueno el hecho de que se eliminen las cuestiones de las que estamos hablando. El genetista francés François Ansermet, en su libro llamado La fabricación de hijos, reflexiona sobre el impacto de las tecnologías de reproducción humana asistida. Esto implica volver a pensar, en términos de estructura, la ley de la especie.
La mujer a partir de cierta edad ya no podía engendrar un hijo, pero el reloj biológico ya no es un impedimento. ¿La naturaleza perdió su capacidad de poner límites al deseo humano?
La naturaleza está siendo domada. En este sentido queremos ser como dioses y tener poder sobre aquello que antes se nos imponía y con lo que había que lidiar. Las operaciones estéticas de mujeres de 60 años que quieren parecer de 30 puede ser una nota de color, pero también es un síntoma. “No quiero envejecer” quiere decir “No quiero dar un paso atrás y que ese lugar lo ocupe la generación siguiente”. La mitología está llena de padres que devoran o matan a sus hijos. ¿Por qué? Por ambición de poder, por no querer bajarse del trono. Layo, Zeus, Agamenón, el mito de Crono, el faraón de Egipto en el texto bíblico… Son personajes que no se reconcilian con su finitud, con lo que la naturaleza les impone, porque se creen inmortales, con un poder por encima de la naturaleza. Tener hijos es lo peor que les puede pasar porque los hijos son el testimonio del paso del tiempo, de que somos mortales y va a quedar otro en mi lugar. Pero eso es lo mejor que nos puede pasar porque garantiza la inmortalidad o eternidad de la especie. En efecto, la especie se fabrica en la sucesión de generaciones, no en la inmortalidad individual.
Volvemos a la ley de la especie…
No es casual el estado de anomia creciente de la sociedad, en la Argentina quizás más todavía, donde todo vale –lo que Legendre llama “el autoservicio normativo”–. Cada uno modifica la ley, la tuerce, la acomoda, la “interpreta” o se fabrica la ley que más le gusta (ver al respecto los textos de Andrés Rosler, un filósofo del derecho extraordinario), para que las decisiones adquieran apariencia de legalidad, pero en realidad la ley, por estructura, es aquello que está por encima de todos. Para Carl Schmitt, el soberano es el que decide el estado de excepción, es decir, cuándo la ley deja de regir (Hitler o cualquier tirano o déspota, es un soberano en este sentido) y hoy los tenemos de múltiples calañas, no sólo en la política.
¿Qué sucede con los debates éticos?
La ética y la legalidad tienen algún vínculo que no se puede desarmar, pero en la actualidad vemos que hay leyes que se aprueban de acuerdo a las presiones de las multinacionales (laboratorios, organismos que regulan la economía mundial, etc.). También se han publicado sentencias que autorizan cosas monstruosas, por ejemplo, un hijo al que no le gusta el padre que tiene y decide tener otro, o una autorización para cambio de género a los seis años. La ley está apurada por parecer moderna, se pone al servicio de intereses del momento, en lugar de regular estos desbordes mortíferos y lo siniestro que aparece todo el tiempo. La ética queda descolgada, porque tiene que tener una apoyatura legal. He participado en congresos de bioética y es muy difícil que la ley se imponga por sobre lo que pretenden los laboratorios. Aclaro que no es mi intención demonizarlos porque son maravillosos, pero también forman parte de un negocio monumental. Nuestras sociedades se inclinan por intereses financieros, económicos y corporativos en lugar de sostener cierta consistencia de la ley que regule los derechos y acote los avances tecnocientíficos.
Quisiéramos ahora preguntarle por la Ley del Padre. ¿Es un producto del patriarcalismo? ¿La mujer queda relegada a un segundo plano?
Entender que el significante “padre” es mala palabra porque las mujeres somos libres y nos empoderamos tanto que no necesitamos del hombre es una gran simplificación, una banalización. Nos lleva al tiempo de las amazonas, lo cual es una locura, es de nuevo la omnipotencia, es renegar de la falta. Una cosa es oponerse al patriarcado como régimen social, político, económico, y otra cosa es que eso arrastre al padre como figura simbólica. El padre no es sólo una función, es una metáfora, y hay varias explicaciones al respecto desde el psicoanálisis. No existe ninguna posibilidad de constitución subjetiva sin función paterna, sin metáfora paterna.
¿Qué es la metáfora paterna?
Es lo que anoticia del límite de la ley. El padre es el que dice “No” –no importa si es el padre biológico, el tío, el abuelo, el padre adoptivo o una pareja femenina–; tiene la función de la interdicción. Es una cuestión estructural: sin la función de separación por la cual el hijo arma su propia vida, queda preso del deseo de la madre. Como dije antes, no tiene que ver con el tema de la diferencia de los sexos al interior de la pareja sino de las funciones, porque también hay padres muy maternizados, que tienen miedo de que el hijo se enoje, de que no lo quiera, o pretende ser su amigo.
¿Por qué se confunde con el patriarcado?
Los o las que sostienen esa homología entre padre y patriarcalismo están pensando en el padre de la horda, en un padre terrible, y ese padre no existe más. El padre es caído y siempre lo fue: pensemos en Hamlet, en el personaje de Abraham en la Torá… Cuando Dios (o los dioses, según la lectura que se haga del hebreo) le dice que sacrifique a su hijo, Abraham se lo lleva, lo separa de una madre anciana, que esperó toda su vida ser madre y que cuando tiene ese hijo, se lo quiere comer. Abraham es un padre miedoso, fallido, pero sin embargo cumple la función de arrancar al hijo de la falda de la mamá. Cuando termina el episodio del no-sacrificio de Isaac, Abraham vuelve por un lado e Isaac por otro: ya es grande, puede caminar por sí solo, y a mi modo de ver en ese episodio bíblico (que forma parte de un texto más amplio, organizado alrededor de esta cuestión) se construye un modelo de paternidad inédito.
¿Qué es entonces un padre?
Padre no es genitor, el genitor puede ser o no padre. Padre es el que cumple la función de interdicción. Como dice Legendre, la deuda que un padre tiene con su hijo es ingresarlo a lo prohibido; y le permite un proceso de subjetivación que nunca está garantizado. Ese padre va a ser siempre fallido, nunca va a estar a la altura de su función, porque la falla es inherente a la estructura, sin embargo no puede dejar de ocupar ese lugar como pueda. Puedo mencionar lo que sucede con mis hijos y mis nietos; a veces veo a mi hijo tambalear y trastabillar ante los hijos, y volver y reparar e intentar. Ser padre tiene mala prensa. Cuando dice “No” tiene que tolerar el berrinche, porque es parte de la función del padre bancarse que el hijo le diga “Te odio”. Si un padre no puede soportar el odio del hijo, no puede cumplir esa función.
¿Cuál es el lugar de la mujer en este esquema?
La mujer también está atravesada por la ley del padre para que pueda ser madre, no queda desplazada si ha sido instituida como hija por una ley que la ubica en un lugar sucesorio. Por otra parte, es la madre la que da entrada al padre a la escena en relación al hijo, la que lo habilita en su función al señalarlo como su objeto de deseo ante la mirada del hijo. Es una triangulación. Ninguno de esos lugares es autosuficiente.
Hablemos de la monoparentalidad. Esta parecería presentar por lo menos dos situaciones problemáticas, la primera es que los hijos dejarían de ser los sujetos surgidos del deseo de dos personas para convertirse en meros objetos de consumo (casi como en las viejas explicaciones: nacidos de un repollo o delivery de la cigüeña); y la otra es si es posible –dada la tachadura o negación de uno de los genitores por parte del otro–, poder instituir dentro de la ley a este hijo.
La monoparentalidad es sumamente problemática y para explicarlo retomo el tema de las diferencias, porque es lo que sucede entre la madre y el padre, incluso las desavenencias y las discusiones. Los comentadores del texto bíblico dicen que Dios crea el mundo con dos atributos, en hebreo son “Din” y “Rajamim”. El primero es la justicia, la ley; y el segundo, se traduce por compasión, misericordia, por un sentimiento de contención, pero deriva de “Rejem”, útero. Se trata de una afirmación y una división espectacularmente definida que tiene más de veinte siglos: hay algo en lo materno que tiende a la protección y hay algo de lo paterno que tiene que ver con la ley. Los sabios dicen que si el mundo hubiera sido creado con uno solo de estos atributos no se podría sostener, porque sólo la compasión hace que todo se diluya, se desorganice, y sólo la justicia implicaría un rigor insostenible. Parece dicho por Lacan, ¿no? Es de una sabiduría inmensa. Si reemplazamos “mundo” por “hijo”, encontramos lo mismo. Cuando era una niña y me portaba mal, llegaba mi papá de trabajar, se enteraba de mis travesuras y me miraba severo; yo me ponía a llorar. Iba y le decía a mamá: “Papá me miró fuerte”; era suficiente como sanción porque me anoticiaba de la falta cometida. Esta división es inherente a la constitución psíquica, independientemente de si está personificada en la madre y el padre. Son intercambiables, pero deben interpretarse los papeles de esta obra dramática que es la salida a la vida. Bruno Bettelheim explica que en los cuentos de hadas el niño puede asir concretamente un rol castigador y un rol benefactor: alguien que lo consuela, lo alimenta y lo nutre, y otro que le marca el límite. Lo que ponen a la vista es la estructura del inconsciente.
¿Qué aspectos en una pareja son constitutivas para el hijo?
Uno es el deseo. La mujer que dice “no me interesa una pareja, lo que quiero es tener un hijo” está planteando al hijo como un objeto de llenado narcisista. El deseo es intrageneracional, entre pares, de un adulto hacia otro adulto, independientemente del género o el sexo, que puede producir un resultado, el fruto. Cuando un niño se da cuenta de que no es el objeto de deseo de su madre sino que hay otro adulto, y no importa si es el padre biológico o no, ese niño puede empezar a caminar. Quedar anclado al lugar de ser el objeto de deseo de la madre es mortífero. ¿Quién puede cumplir la función? Una vez escuché a una mujer decir que cuando su hija le preguntó “¿Quién es mi papá?”, le respondió: “Un señor que puso las células en la probeta del laboratorio”. ¡Por favor! El padre es una metáfora, no una probeta. Cuando un niño pregunta «de dónde vengo», no pregunta por un procedimiento tecnocientífico sino por el deseo del otro. El deseo de hijo es reflejo del deseo de dos adultos, aunque sea de una noche. Si una madre se queda sola para criar a sus hijos por una separación, una muerte o lo que fuere, no se da la monoparentalidad, porque hubo un hombre deseado por esa mujer, aunque solamente quede una foto, un reloj, el cepillo de dientes que se olvidó, porque simboliza un lugar en la estructura psíquica del hijo. El hijo tendrá la posibilidad de ir a buscarlo, de odiarlo, de renegar de él, de rescatarlo, de reconciliarse, pero hay un lugar simbólico que una madre no debe abolir, no puede negarle al hijo el derecho de tener un padre aunque no esté presente. La decisión de ser “madre sola”’ es una situación muy diferente a la de una madre que, por avatares de la vida, se queda sola con sus hijos; esta es anecdótica y la primera es de estructura. En la diferencia entre un padre faltante, es decir que no está por diferentes motivos, y un padre negado, se juega la salud psíquica y el derecho del niño.

A partir de la situación de la pandemia por COVID-19, ¿cree que puede haber algún cambio en las sociedades?
Nunca somos los mismos, las cosas van cambiando pero los cambios se advierten a posteriori, no me gustan los discursos de moralejas. ¿Cuándo terminaron los genocidios? ¿No tuvimos suficiente? El “nunca más” es una ilusión. Es posible que saquemos algunas consecuencias que sirvan, pero jamás me animaría a profetizar. No me gustan las posturas de Giorgio Agamben, o de Slavoj Zizek, que rápidamente sacaron conclusiones. Nadie puede saber los efectos cuando la situación decante. Mi queridísimo amigo Jack Fuchs, sobreviviente emblemático de la Shoá en la Argentina, era un tipo encantador, cultísimo, donjuanesco a los 87 años, una vez me dijo: “La gente cree que porque me rescataron de Auschwitz a los 16 años y con 30 kilos no me jode cuando me rayan el auto, y la verdad es que me da un odio tremendo”. No se sacan lecciones morales de estas cosas, aunque quizás aprenderemos a usar mejor ciertas herramientas. En “El sufrimiento inútil”, un texto que está en su libro Entre nosotros, Emmanuel Lévinas sostiene que las teorías que intentan decir que algo terrible que nos pasó va a dejar tales o cuales enseñanzas es hacer una economía del mal, justificarlo. La frase “No hay mal que por bien no venga” tiene algo perverso. El mal es el mal, y es irreductible a un cálculo en el que uno puede pensar en perjuicios y beneficios. También aquí hay una cuestión ética.
Respecto de la constitución de la identidad, ¿qué opina sobre la transmisión de la fe?
No pienso en términos de fe religiosa, no me considero religiosa sino observante. Somos una familia ensamblada, con hijos que formaron matrimonios mixtos. Practico buena parte de los rituales del judaísmo y convoco a mis hijos y nietos. El ritual es transmisión en vivo y en directo, es el modo más efectivo de pasar un mensaje porque hay que poner el cuerpo, no es teórico. Sentarse alrededor de una mesa, compartir una comida especial, una bendición, etc. son actos vivenciales. La transmisión transita por la vía de la tradición, uno no genera su propia fe. Esto es filiación. Se trata de una tarea irrenunciable, con la salvedad de que la transmisión es sin garantía. Una anécdota: tengo un nieto de cuatro años que los viernes a la noche me llama y me dice: “Bobe, vamos a comer en el comedor hoy”; me quiere decir que esa noche es distinta. Y como no nos podemos reunir, le envío la comida que a él le gusta. Eso es un ritual y se marca a fuego.
También son herramientas que se heredan, elijan o no usarlas.
Parafraseo lo que dije antes sobre el “autoservicio normativo”: no se puede hablar de “autoservicio filiatorio” porque uno no inventa de dónde viene. Heredamos bienes y deudas, es la condición humana. Como dice la frase de Goethe que Freud retoma múltiples veces: “Lo que heredes, habrás de ganártelo”; y sigue: “lo que no te ganes, lo cargarás como un peso toda la vida”. Hannah Arendt sostuvo que “herencia es lo que se recibe y se cuestiona”. Mi judaísmo no es el mismo que el de mi papá, yo hice otra cosa con lo que él me transmitió, y mis hijos harán otra cosa también, y luego mis nietos. Pero yo tengo la obligación de hacerme cargo de esta tarea porque es la ley de la especie. Confío en que ellos van a tener la capacidad de interpretar, ¿pero qué van a interpretar si no les doy nada? La libertad, como dice Kant, es acogerse a la ley, y la ley viene de otro. La ley, como la tradición, es heterónoma. Y esa es la base para gestar la autonomía. Dentro de ese marco enorme, cada uno hará lo que pueda. Sin eso, habría mucha soledad.

2 Readers Commented

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  1. Octavio on 6 marzo, 2021

    Hermosa entrevista.

  2. Rosa Maria Fader on 6 abril, 2021

    Excelente artículo, intentaré colocarlo en mi muro de Facebook porque merece que alguien se tome el tiempo de leer y, si fuera posible, comentarlo. Muchas gracias por sus publicaciones aún cuando no comparto algunas, siempre encuentro una producción de valor.

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