Entre segundas y terceras olas, remesas siempre insuficientes de vacunas, y mucha gente que ha bajado la guardia y no se cuida ni cuida a los demás, ya nos vamos acostumbrando a convivir con la pandemia. Pero hace poco más de un año las noticias del avance de la peste eran estremecedoras, y todo el mundo estaba asustado. Cabe aquí un repaso, tomando como ejemplo lo que sucedió en el campo del cine, que es lo que, por oficio, mejor conocemos. Primero fue en la propia Wuhan. El 14 de febrero se difundió la muerte del director Chang Kai, su hermana y sus padres. “Recorrimos los hospitales, todos estaban llenos, no conseguí una sola cama ni para uno de mis padres. Ya no soy nadie”, alcanzó a escribir. Eso pasaba lejos, en China. Sólo una semana más tarde, el 21 de febrero, murió en Cuenca, España, don Gonzalo Pelayo, histórico creador de cineclubes. Estaba en un hospital común, dijeron. Pero dos días más tarde, rodeada de todos los cuidados, cerró sus lindos ojos Lucía Bosé, ex Miss Italia, estrella de famosos directores, viuda del torero Dominguín, matriarca de una familia de artistas. Negaron que fuera COVID. Esa peste no podía ganarle a los mejores sanatorios. Sin embargo, en las afueras de Hollywood, en un regio asilo para gente de cine, cada uno en su cabaña y con sala propia de cuidados intensivos, en la misma semana cayeron Allen Garfield, John Breier y Ann Sullivan, dibujante del sello Disney, una mujer encantadora, de risa contagiosa. Un hombre de la escudería Spielberg, el grandote Allen Daviau, director de fotografía de E.T., El color púrpura, El imperio del sol, hizo su última aparición pública en la entrega de los Oscar y a las pocas semanas sus lentes se apagaron.
Mientras, en la India, luchaban por sus vidas Aishwarya Rai, star de Bollywood, ex Miss Mundo, su hija de ocho años, el marido y el suegro, leyendas del cine hindú. Por suerte sobrevivieron, y empezaron a colaborar en campañas de prevención. Menos afortunados, los hermanos Maesh y Naresh Kanodia, músicos y actores harto populares (el primero con una portentosa voz de contratenor), murieron, uno apenas dos días después del otro. Pronto habrá películas sobre ellos. Para Soumitra Chatterjee hubo funerales de Estado. Famoso mundialmente por El mundo de Apu y otras películas del maestro Satyajit Ray (catorce en total), Chatterjee trabajó desde 1959 hasta su muerte, ya con 85 años, y era un auténtico símbolo para los hindúes. Juan Giménez, dibujante que participó en el film Heavy Metal, fue la primera baja argentina, en abril, en su nativa Mendoza. Le seguirían Agustín Alezzo, Hugo Asensio, el entrerriano Néstor Cuestas, Hugo Arana, y allá en París Pino Solanas, en el mismo sanatorio donde fueron a morir Kenzo y Pierre Cardin (este último, por otra enfermedad). Y más allá, en Suiza, la directora franco-argentina Nelly Kaplan. Eran gente grande, que ya tenía otras dolencias, dicen algunos. Gente débil, querrán decir. ¿Pero cómo explicar la inesperada muerte del realizador coreano Kim Ki-duk, cuyo cuerpo de fisicoculturista parecía inmune a cualquier enfermedad? Como una prueba del poder de la pandemia, el mismo día, 11 de diciembre, también murió Tommy Lister, gigante de acero de tantas películas norteamericanas de acción. Nadie estaba inmune. El 2020 se llevó también al romántico Armando Manzanero y al imprescindible Kambuzia Partovi, mundialmente reconocido por el guión de El círculo, de Jafar Panahi, terrible y perfecta denuncia de la condición de la mujer en el Estado Islámico de Irán. Y apenas comenzó el 2021 cayeron entre las primeras víctimas Barbara Shelley, Tony Richardson y Antonio Sabato, que en su momento fueron estrellas del cine de acción y entretenimiento, gente de hábitos medianamente sanos y apariencia fuerte. No queda mayor memoria de ellos, salvo entre los espectadores de una época que también va desapareciendo, del mismo modo que están desapareciendo las salas de cine. ¿Se habrá de diluir todo esto en la memoria colectiva? Claro, es lo más probable, y así seguiremos, entre avances, tropiezos, desaprensiones e ilusiones.
Un detalle a pie de página. Una de las personalidades cuya despedida más lamentamos en lo que va del año ha sido el “cascadeur” Rémy Julienne, impresionante doble de escenas de riesgo especializado en persecuciones automovilísticas y espectaculares vuelcos de vehículos a toda velocidad. Uno de los mejores, sino el mejor en lo suyo, y acaso el más creativo en las escenas de suspenso y particularmente en las cómicas, muy requerido en los sets de filmación desde 1964 hasta 2017. “Estudio, cálculo riguroso, matemático, preparación responsable y nada de miedo en el momento de conducir. El miedo lo siento después”, ese era su lema, y el legado a sus hijos, que hoy lo reemplazan. Nunca tuvo un accidente serio, nunca terminó con las costillas rotas, nada de eso. A los 91 años dejó su auto en el garaje y se fue a dormir. Murió de puro viejo, nomás, y ojalá todos tengamos la misma suerte.