Ricardo Iacub: “Los adultos mayores sufren la violencia urbana”

Es psicólogo y especialista en Gerontología, docente universitario en Psicología de la Tercera Edad y Vejez en la UBA. Ha dictado conferencias en distintos ámbitos públicos y privados en la Argentina y en el exterior. Además, publica artículos y libros sobre la temática.

Uno de los temas clave que inciden en la calidad de vida de los adultos mayores es cuán amigable con ellos es la ciudad en la que viven. ¿Qué aspectos son los más relegados?

Existe una especie de violencia urbana que no condice con la gran cantidad de personas mayores que habitualmente transitan las ciudades. Uno de aspectos clave es el transporte público. Por ejemplo, en Barcelona, los semáforos dan mucho más tiempo al peatón que a la circulación de los vehículos. Esto se debe a que la ciudad tiende a ser más amigable con los peatones y, a la vez, porque un gran porcentaje de los peatones precisamente son personas mayores. En París, los colectivos circulan a baja velocidad porque los mayores predominan entre sus usuarios, mientras que el metro es el transporte que suelen utilizar los jóvenes, teniendo en cuenta que hay más escaleras, subidas y bajadas, y que requiere mayor desgaste físico. Otro tema importante son las veredas. En la Ciudad de Buenos Aires, si bien se advierte que el Gobierno porteño ha hecho un esfuerzo grande por mejorarlas, el estado general es bastante lamentable, incluso en lugares muy centrales. Un ejemplo que conozco bien es la avenida Callao. Lo que más me interesa es que pensemos cuántas situaciones terminan generando temor y preocupación, por ejemplo, la forma en que circulan las motos, sin respetar a los peatones. Si lográramos enfocarnos en la accesibilidad universal como criterio general, toda la sociedad se va a ver beneficiada, no sólo las personas mayores.

¿Qué otros tipos de violencia urbana los afectan?

Otro aspecto tiene que ver con instituciones y organismos, inclusive algunos destinados a atender a los mayores, que no están planificados con condiciones de seguridad, por ejemplo, salas de espera, accesos y escaleras en hospitales. Esto fue muy evidente hace algunas semanas en el vacunatorio en el Luna Park. Aunque haya sido un error no intencionado, demuestra la falta de criterio; era obvio que la mayoría de los citados tendrían que ir acompañados por sus dificultades físicas para trasladarse. La Argentina es un país bastante envejecido y sin embargo exponemos a los mayores a situaciones peligrosas que generan, como mínimo, tensión.

Otra situación frecuente es la violencia tecnológica.

Tomemos como ejemplo algo muy actual: la tecnología implementada para inscribirse en el programa de vacunas contra el COVID-19. En algunas provincias se inscriben y después los llaman, o les avisan por WhatsApp, pero en la Ciudad de Buenos aires se optó por una aplicación en la que hay que estar en línea para conseguir un turno, y puedo dar fe de que a muchos de mis pacientes les generó un enorme nivel de estrés. Pero la pandemia nos puso en vilo a todos en materia tecnológica. Durante los primeros meses de confinamiento los bancos no atendían al público y nos vimos obligados a hacer trámites complicados de forma remota, y esto generó muchas dificultades para los adultos mayores sencillamente por una cuestión generacional. En definitiva, se convierten en mecanismos de violencia “estructural”, porque no son mal intencionados, pero suceden. Para los cajeros automáticos, los bancos terminan recurriendo a una especie de azafata al servicio de los desorientados. Intentan poner a todos los clientes dentro de un mismo sistema tecnológico que la mayoría no termina de entender. Uno va al banco y emprende un viaje a sentirse un inútil. Lo que tiene que quedar claro es que el problema no es de las personas que no sabemos cómo utilizar estas tecnologías sino de aquellos que las diseñan. En lugar de un público de expertos en tecnología tendrían que probarlos con clientes de distintas edades, de variados niveles de formación, para evaluar si realmente funcionan o no.

También hay aplicaciones que sólo pueden utilizarse desde aparatos y celulares con software modernos y no suelen ser los que tienen los adultos mayores.

Debería haber siempre un número de teléfono al que llamar y que una persona del otro lado atienda. En la pandemia quedó demostrado que nadie atendía, cuando podrían haber implementado home office con miles de personas que se dedicaran a eso. Otro ejemplo que conozco es del Banco de Córdoba: de un día para otro reemplazó el pago de las jubilaciones por las cajas a las tarjetas de débito exclusivamente. Estoy de acuerdo en modernizar pero hay que dar un tiempo, implementar un curso o buscar alguna estrategia para enseñar las herramientas. Mi mensaje es que tenemos que problematizar estas cuestiones desde otro lugar para pensar soluciones distintas. E insisto en que lo peor es que mucha gente mayor cree que la culpa es suya, y no es así. Entre mis pacientes, muchos con uno o más títulos universitarios, veo importantes grados de problematización por no poder integrarse con estos dispositivos y aplicaciones. En algunos casos les aconsejo que contraten a alguien que los ayude a aprender, pero es una solución de compromiso.

-¿Los hijos y los nietos no tienen la paciencia o el tiempo para ayudar?

-En el caso del adulto mayor medio, que no tiene deterioro cognitivo, tiene que contar con los mecanismos como para poder aprender y no perder su autonomía. Los jóvenes pueden ir a ayudarlos una vez, dos, y no sirve de mucho que les resuelvan el trámite una vez, porque el problema va a continuar. Todos estamos un poco al borde de nuestras capacidades cognitivas cuando nos piden cambiar las claves, no repetirlas, etc. ¿Dónde está lo que llaman tecnología amigable? Siempre critico públicamente las publicidades en que ponen énfasis en pedir a los jóvenes que hagan las gestiones por los abuelos, como si fuera responsabilidad de ellos. Esto genera una persona que vive a medias porque depende de otros, es una lógica terrible.

Y en el contexto de la pandemia, las personas más cercanas (hijos, nietos, cuidadores) se transformaron en el potencial enemigo que puede contagiarles la enfermedad. ¿Cómo lo han vivido?

Fue muy marginal el porcentaje de personas que se sintió amenazada porque sus familiares no aceptaban los límites. Sí detectamos algunas situaciones de violencia en las que los hijos, en pos del cuidado de los padres, los controlaban o les daban órdenes de que no salieran. Con el equipo de la Cátedra de Psicología de la Tercera Edad y Vejez de la UBA iniciamos una serie de encuestas en abril del 2020 que continuamos hasta abril de 2021 con una muestra de mil personas residentes en la Ciudad de Buenos Aires, con preguntas cualitativas y cuantitativas. Uno de los aspectos llamativos que surgieron es que los adultos mayores se sintieron muy acompañados por familiares, amigos y también por sus vecinos, que aun sin conocerse se ofrecían a hacer compras y brindar distintos tipos de ayuda. También hay personas, especialmente las mujeres, que sufrieron la pena clásica, porque les costó mucho aceptar que sus hijos y nietos no pudieran besarlos o abrazarlos, aunque fueran hasta sus domicilios a llevarles distintos productos o alimentos. En una de las preguntas recurrentes se les pide que indiquen qué es lo que más extrañan y en términos generales la respuesta es el abrazo, el beso y las expresiones de cariño.

Suele debatirse cómo afecta el aislamiento a niños y adolescentes, ¿qué sucede con los adultos mayores, que también han perdido mucho del contacto presencial con sus pares?

Un dato llamativo estudiado a nivel mundial es que, en términos generales, son el grupo etario más resiliente, el que presentó menos síntomas de ansiedad y depresión. Pero en los últimos meses comenzó una situación nueva de mucha tensión y desborde que tiene que ver con las discusiones en torno a las vacunas, si habrá segunda dosis o no, si dan inmunidad o no, si el aislamiento sirvió o no. También están apareciendo síntomas fóbicos, miedo de salir o trastornos compulsivos como lavarse permanentemente las manos. Hay que tener en cuenta que, en salud mental, muchas veces los síntomas se ven cuando la situación está relativamente superada; en medio de la tensión no podés aflojar porque te derrumbás. Especialistas de Naciones Unidas hablan de que este año será el de la salud mental. Yo nunca fui un fan de que la gente haga terapia, pero ahora sí creo que es conveniente. Inclusive he propuesto la creación de primeros auxilios psicológicos, porque esta situación nos deja mal parados a todos; los síntomas no tienen que tratarse como una enfermedad sino como respuesta a una situación de incertidumbre y de temor. Hay que hablar de lo que nos pasa, tener un espacio donde darle sentido a toda esta locura que de alguna manera se normalizó. En un contexto en el que no sabés qué pasará mañana, es bueno afirmarse en cuestiones personales, en los gustos, los intereses, los afectos, como para poder despojar a ese futuro de tanta incertidumbre.

Los medios de comunicación dan mensajes contradictorios e incluso fake news que confunden mucho.  ¿Qué opinás de estas situaciones?

En febrero publiqué un artículo en Clarín en el que pedí que por favor no se metan con la vacuna, que preservemos ciertos lugares de cordura, porque hay cosas que no se pueden juzgar permanentemente. Esto pasa en todo el mundo. Ahora no hay otra solución para el COVID-19 que las vacunas y hay que ser muy cuidadosos. Para algunos sectores de la población quizás la vacuna signifique no enfermarse, para para los mayores representa mucho más: es volver a salir a la calle y no vivir aterrorizados.

En la Argentina, lejos de la idea de una etapa de retiro apacible y tranquila, los jubilados se encuentran muy preocupados por su situación económica, incluso a veces tienen que ayudar a sus hijos. ¿Cómo los afecta emocional y psicológicamente?

En la Argentina, más allá de que las jubilaciones son bajísimas, en términos generales la preocupación económica no fue de lo más importante, más bien tiene que ver con el temor de que los hijos pierdan el trabajo o necesiten ser ayudados. Hicimos un análisis comparativo con Quito, donde la mayoría no tiene ningún tipo de jubilación y las mujeres dependen de los hijos o los maridos, y allí un gran porcentaje no puede cumplir las medidas de aislamiento porque tienen que salir a trabajar. Entre los argentinos consultados detectamos mayor temor al contagio de hijos y nietos que de ellos mismos, pero entre las cosas que más los preocupan está la posibilidad de que los saquen de sus casas, estar solos, internados, sin visitas. Esto les resulta sumamente inquietante.

¿Cómo manejan esa ansiedad?

Debo decir que si bien en las encuestas que hicimos la mayoría de los consultados reconoce la ansiedad,  no sienten miedo. Desde hace dos décadas se está estudiando si hay algo a nivel cerebral que hace que los adultos mayores vivan las emociones con menos tensiones. Tienen mecanismos y herramientas para resguardarse frente a la situación actual. Los psicólogos preferimos interpretar que la experiencia vital les ha enseñado a detectar qué es lo importante y cómo orientarse hacia los espacios donde hay más certidumbres para disfrutar la vida y mantenerse dentro de lo posible en el presente para alejar los fantasmas.

La población mundial envejece. ¿Cómo prepararnos para este cambio global?

Ya somos parte de una sociedad envejecida y tenemos que tomar medidas a muchos niveles. Uno es la edad de la jubilación, que va a cambiar porque no puede haber muchos más pasivos que activos, es decir, más jubilados que personas en actividad. La jubilación debería ser optativa; seguir trabajando después de los 65 años es para muchos lo mejor que les puede pasar, mientras que otros quieren jubilarse. No creo que haya que tener normas tan draconianas. En Chile, por ejemplo, la jubilación no es obligatoria, pero allí lamentablemente muchos no se retiran porque las jubilaciones son miserables. En términos generales, el problema con las edades es mucho más serio. Las empresas quieren prescindir del personal de más de 40 o 50 años. Si el problema es el aumento de los costos laborales, quizás sea eso lo que hay que rever. Estamos generando una sociedad muy longeva pero al mismo tiempo con muchas prácticas que dejan afuera muy tempranamente a las personas. El mundo del trabajo es muy cruel con los adultos mayores. Deberíamos propiciar la formación y actualización profesional a lo largo de toda la vida, y tener escalas de las capacidades del ser humano en distintas etapas.

¿Qué líneas de acción son importantes a nivel cultural y comunitario?

Tenemos que preparar ciudades amigables, donde poder desarrollar proyectos de vida que tengan fortaleza. En la actualidad hay muchas propuestas para mayores y ellos las disfrutan. Lamentablemente vivimos en sociedades que no terminan de darle sentido a la vida de los mayores, se los ve con cierto desvalor, se cuestiona que sigan estudiando o que viajen, cuando precisamente ya no tienen que ocuparse de muchas obligaciones que tenían antes. Si se les ofrecen espacios de desarrollo personal, su vida cambia. En cuanto a la cultura, deberíamos dejar de mirar qué hacen los jóvenes y observar con agrado lo que hacen los mayores; también resignificar lo estético, que es un tema que estoy investigando. Así como las mujeres están luchando por sus derechos, también deberíamos cuestionar el concepto del antiage, en el que subyace la idea de que los viejos son feos o incapaces. Tenemos que gerontologizar la cultura, ser parte de una sociedad en la que los viejos activos no sean la excepción. Vemos a opinólogos en los medios que están pendientes de los errores que comete Biden y ni hablar de “Pepe” Mujica, que tenía que estar siempre atajándose porque era viejo. No podemos esperar que la vejez se termine cuando se descubra una medicación o una crema antiage; debemos tratar de incluirla, darle sentido y valor. No estoy pensando en un abuelo en la cabecera de la mesa ni en volver atrás en la historia; debemos darle el lugar que se merece y pelear por los derechos humanos también de los adultos mayores.

2 Readers Commented

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  1. fernando yunes on 12 junio, 2021

    Hay otra violencia, intencional o involuntaria, más circunscripta al ámbito familiar, pero que por su extensión presumible, adquiere la dimensión de problema social y principalmente urbano. Es la violencia del olvido, el abandono y la indiferencia que sufren adultos mayores por parte de sus familiares y su entorno. Muchas veces por la vorágine de la vida moderna que limita el tiempo o, simplemente, como bien destaca el artículo, por una devaluación de la vejez, la inutilidad de una persona que se estima ya ha dado todo y se deja como trasto inservible, dentro de una cultura que venera el éxito, la vitalidad, el interés individual. En este contexto ya no hay lugar para los ancianos en sus propias familias.

  2. Luis Rogelio Llorens on 15 junio, 2021

    Otro aspecto de violencia hacia los adultos mayores lo genera la existencia de la herencia legitimaria (o forzosa) a favor de los descendientes. Éstos creen muchas veces ser ya dueños de los bienes que van a heredar y despojan en vida a sus progenitores. La Convención Interamericana sobre protección de los Derechos Humanos de las personas mayores, a la que recientemente adhirió nuestro país, en su art. 23, protege la libre disposición del patrimonio, sin distinguir entre actos a título gratuito u oneroso, ni entre actos entre vivos o de última voluntad. Parece afectar las normas del código civil y comercial que imponen la herencia forzosa a favor de determinados parientes.

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