
Para hablar de Juan José Llach hay que escuchar ópera. Un género musical que no fue cultivado en mi familia. Gracias a él, le pedí a un amigo que me llevara al Teatro Colón. Así pude comprender las sutilezas de un espíritu elevado.
Conocí a Juan en torno al año 1990, cuando yo trabajaba en prensa y comunicación junto al entonces gobernador de Mendoza, José Octavio Bordón. Pasaron los años y luego de que fuera designado como ministro de Educación por el ex presidente De La Rúa, me acerqué para decirle que me gustaría trabajar con él en esta nueva función. Me sumó a su equipo sin dudarlo. Desde ese momento consideré que el nuevo espacio iba a representar algo muy valioso para mi camino.
Claro que el desafío era enorme. A Juan Llach se lo conocía como sociólogo y economista, pero para sorpresa de muchos, había sido nombrado en el puesto más importante en materia de Educación. Gracias a Juan, conocí a periodistas especializados en la temática, y ellos a él. Fue una tarea ardua pero muy inestimable. Quienes se acercaron sin prejuicios pudieron reconocer la calidad de persona del nuevo ministro.
Algunas anécdotas que atesoro. La dirección de Comunicación estaba en planta baja y el despacho del ministro Llach, en el primer piso. Un día, alguien de mantenimiento instaló un teléfono de color rojo al lado de mi escritorio. Era para que el ministro pudiera comunicarse en directo. Sólo una vez, en los 10 meses que estuvimos en el Ministerio, sonó ese teléfono. Me llamó para decirme que si veía en su agenda a un periodista de renombre, la visita era como amigo, y que no me sintiera mal por no haberme convocado a esa reunión. Ese era Juan.
Al poco tiempo de asumir, cuando estaba organizando las áreas del ministerio, me llamó para ofrecerme que me hiciera cargo del Programa Laboral de Discapacitados. “Es un espacio que debería estar en manos una persona como vos”, me dijo. Fue un regalo maravilloso.
Otro día, recibió a Horacio Ferrer en su despacho. Sabía que me gustaba el tango y especialmente Astor Piazzolla. Me hizo llamar por la secretaria porque quería presentármelo. De ahí en más, gracias a Juan, tuve una cercana relación con el maestro Ferrer, que también fue puente hacia otras amistades.
Cuando algunas cosas empezaron a no andar bien políticamente, pedí verlo y, en su despacho, le dije que teníamos que irnos. Me respondió qué cómo le decía eso si yo me quedaría también sin trabajo. Y luego de dejar el ministerio, me ayudó a conseguir un nuevo trabajo. Ese era Juan.
Mi función también era acompañarlo a diferentes eventos en los que había que gestionar entrevistas con periodistas. Una vez, de regreso al ministerio, le pidió al chofer que lo llevara hasta la esquina de la Catedral. Antes de bajar me dijo bajito que iba a ver a Bergoglio, pero que no podía llevarme, porque era una reunión privada, de amigos.
El pasado 21 de abril los amigos se fueron juntos. Recordaré a Juan como una persona impecable que Dios quiso regalarme. Me quedo con su humildad y su amabilidad inscriptas en mi corazón.
Lucrecia Casemajor fue directora de Comunicación y Prensa del Ministerio de Educación durante la gestión de Juan José Llach