Ser persona es valorar: Valorar errando

David Isaacs, con quien compartimos el Programa DICE (Dirección de Centros Educativos) por el que pasaron no menos de 600 directores de centros educativos de Argentina y Uruguay, refería una experiencia realizada con grupos de niños de Jardín de infantes, a quienes se les había dado un caramelo, con la consigna que podían comerlo al momento, pero, si esperaban una hora para hacerlo, obtendrían un segundo caramelo. La experiencia siguió las trayectorias educativas de los niños hasta sus resultados universitarios.

El estudio nos introduce en la idea de que los valores no se viven como valores, sino como decisiones personales. Robert Waldinger, que dirige en Harvard el estudio de más largo aliento –más de 70 años– sobre la felicidad señala que lo importante para mantenernos felices y saludables a lo largo de la vida es la calidad de nuestras relaciones.

Adicionalmente han encontrado que, en el caso de las personas más satisfechas en sus relaciones, más conectadas a otros, su cuerpo y su cerebro se mantienen saludables por más tiempo.

Esa calidad –felicidad– la vivimos por lo que valoramos, o ¿por qué de un modo u otro tuvimos la opción de vivir así, y la aceptamos en nuestra habitualidad?

He tenido la oportunidad de festejar esa calidad humana –felicidad– de la vida de la viejita que se acaba de enterrar a los 88 años –si tenía 88 por el documento, pero las llevaban a anotar a la ciuúda cuando eran señoritas, me dijo un vecino– con empanadas, en el rancho paupérrimo, y de una madre en quien también se cumplió el salmo 12: ¡Que el Señor te bendiga todos los días de tu vida: que contemples la paz y veas a los hijos de tus hijos! ¡Paz a Israel! en la solemnidad de un piso sobre una avenida de Buenos Aires. 

La calidad de la vida humana, que llamamos felicidad, es un valor accesible en diversas condiciones, pero existen valores que pueden impedirla.

Los valores valen porque se vive según ellos. Son la abstracción del sentido real de la acción particular, sean o no buenos, sean o no declarados como motivo de la acción, provienen del motivo real que es la fuente de energía de la acción, y se van articulando como constelaciones que, nos guste o no, dan sentido a la vida. Es la motivación (energía, fuerza) de la acción real lo que se puede observar y no el valor. 

En la acción nos damos cuenta de que se ha roto la indiferencia de una voluntad –que no se mueve a sí misma, en sí misma, sino que así es movida por las cosas– pero el motivo, su sentido subjetivo, nos puede permanecer todavía opaco. Sin embargo, más a la corta que a la larga, intuimos que el motivo tras la motivación es –o no– lo que se quiere hacer parecer para generar corazoncitos y pulgares sin pensar.

Valores impedientes

A veces hay condicionantes biológicos que nos impiden asumir ciertos motivos, pero lo más frecuente es que haya impedimentos –impedientes– de tipo psicológico, como miedos que no pueden ser ordenados por la razón.

Muchas veces, experiencias traumáticas en la infancia bloquean la autopercepción en el ser (“estoy rota”, “yo no sirvo para nada”) o en el hacer (“siempre serás una mocosa”, “nunca vas a terminar una carrera”, “no conservás ningún trabajo”, “no servís para nada”). En esos casos hay motivos que nos resultan vedados, impedidos, hasta el punto de que hay deportistas que sólo pueden dar su verdadero potencial luego de un acompañamiento que les permita superar estas barreras.

Hay también impedientes de irrealismo moral. Si al nacer otro nos visten por compasión y al morir otro nos entierran por misericordia, el otro no es el infierno, sino mi salvación –como demuestra el estudio de largo aliento antes referido–, pero es posible que se establezcan culturalmente impedimentos a la razón, que van del tanguero la poesía cruel de no pensar más “que en mí”, hasta el exacerbado “yo, yo, y después, yo”.

Desde lo cultural, una combinación de los dos anteriores –fobias y egocentrismo– es concebir la felicidad como la acumulación de dinero, que se sintetiza en la idea de que la felicidad consiste en cosas y la seguridad es el dinero que todo lo compra. Esta valoración irreflexiva – pero hoy tan frecuente– supone que todo está en el mercado, y todo tiene su precio

Uno de los errores de la nueva izquierda es identificar capitalismo y mercado y en su lucha contra el capitalismo destruir el mercado. Las sociedades humanas han tenido mercado antes de las ciudades. Aun en las que está prohibido, todas las sociedades tienen mercados, con o sin moneda: compran, venden e intercambian bienes. 

El templo, el mercado y el ágora están en el origen de nuestra sociedad euroamericana, desde el zigurat sumerio hasta nuestros días. El problema es que su actualidad global, sea por Levi’s, Wrangler, empanadas argentinas, o tacos mejicanos –que se pueden comprar en casi cualquier lugar de la tierra–, condiciona nuestros conceptos de sociedad, de política y hasta de nosotros mismos, desde la idea de que todo se vende –“hay que venderse bien”–. “La infinita fertilidad de la naturaleza, la tierra, el agua, todo tiene precio y se reduce a acciones de la bolsa de valores. Incluso nosotros estamos en ‘el mercado de trabajo’… con frecuencia nuestra ‘caritas’ se monetiza y se convierte en ‘caridad’ (limosna), sustituyendo el compartir la vida por un don monetario” (Entregados a la Misión, 1994, fr. Timothy Radcliffe o.p.)

Valores desbordados

Siguiendo a Edith Stein sabemos que toda vida tiene sus sentidos, incluidos a su vez un conjunto de vigencias, de modo que cada sentido comprendido exige una actitud correspondiente y tiene a su vez la fuerza que mueve a actuar en conformidad (motivación).

Muchas veces descubrimos en una discusión que nuestro propósito de escucha, o de mesura, fue abandonado con la primera palabra hiriente que escuchamos. Lo que habíamos previsto como la imaginación de una mejor versión de nosotros mismos quedó totalmente descartado.

Y no siempre ha sido la pasión la que ha nublado la inteligencia, sino que a veces es la racionalidad expresándose como deber ser, o como mis límites, lo que interviene. Una pareja me comentaba que, en un momento acalorado, la discusión había terminado cuando uno de ellos dijo: “Lo pienso, pero no lo siento”.

El problema de este avasallamiento es que ese valor, en su referencia real, va siendo dejado de lado frente al desborde de nuestra emotividad o de nuestra racionalidad, y como la vida humana pone carne a un sinnúmero de sentidos, no siempre congruentes, en el tiempo, al ser carne, van adquiriendo organicidad y se estructuran como constelación de lo valorado (cultura), moviendo la actuación futura a una mayor conformidad, hasta que en lugar de ser una mejor versión de nosotros mismos, terminamos por ser una versión “amputada” –de ternura carnal, de emocionalidad bondadosa, o de racionalidad ordenadora– de lo que podríamos haber llegado a ser (con un final menos feliz que el de Mel Gibson en The Beaver, El castor, o Mi otro yo).

Valores espejismo

El video original de la canción “Demons”, del grupo Imagen Dragons, es sumamente valioso; va alternando las imágenes del conjunto ejecutando su música, con imágenes que emergen del close up de alguien del público. La segunda secuencia emergente es de un joven frente al espejo, donde es claro que él no se ve en su anorexia, mientras la canción sigue: Cuando cae el telón (curtain call) / es el final de todo… Así que ellos cavaron tu tumba, / y la mascarada llegará gritando / por el desastre que hiciste. Todo en el hombre puede ceder a las fuerzas centrífugas de modo que la razón puede desconectarse de los sentidos y mandar a la voluntad –en el espejo, lo real es el espejismo–.

Esa ensoñación también puede ser un espejismo comunitario. En 1991 iniciamos un proyecto educativo para la ciudad de Tandil. Conceptualmente mixto, con algunas de las ideas originarias de Víctor García Hoz en la personalización, religioso católico, con apertura ecuménica y responsabilidad totalmente laical, bilingüe y de doble escolaridad. Algunas de estas notas de identidad no tenían antecedentes en la ciudad y por tanto era difícil ser entendidos por parte de la sociedad local: se decía que si el proyecto no era de una institución clerical era una secta, que los chicos, al tener dos idiomas desde el comienzo de su escolaridad, no hablarían bien el castellano, que la jornada extendida los dañaría, y un largo etcétera.

A pesar de esas dificultades nos fuimos abriendo camino, y en 1998 decidimos que el diagnóstico inicial del proyecto debía ser revisado con la ayuda de consultores externos. A los 27 que éramos nos dividieron en cuatro grupos, y antes de iniciar el trabajo –con cada grupo por separado– preguntaron cuál era el principal problema de la organización. Todos los grupos respondimos “el diseño de sistemas de relación con el entorno”, es decir, con nuestra ciudad.

Las sesiones consistieron en plantear diferentes problemas para elegir qué priorizar. Cada problema tenía implícita una decisión en la que valorábamos. “Bajar la misión a objetivos, metas y planes”, y “delegar las responsabilidades para el cumplimiento de los objetivos” ocuparon el primer y segundo lugar –considerando tanto la importancia como el desempeño–, en tanto que “el diseño de sistemas de relación con el entorno” de la ciudad quedó en decimosegundo lugar, es decir, último, desde ambas perspectivas.

Nuestros diálogos informales, espontáneos, nos mantenían en una burbuja, de la que salíamos para hacer nuestro trabajo según lo que en verdad valorábamos.

A la ficción de realidad del espejismo de valor también se puede acceder en el cyberespacio de la burbuja de sentido donde se exhibe para homogeneizar, para no perder el tren de la permanencia, de la supuesta amistad, del supuesto diálogo que no es tal. La fuerza del espejo, queda reforzada porque al que no coincide se lo bloquea, se lo cancela y así confirma mi poder de hacerlo dejar de existir, lo que brinda un feedback de energía a la acción –fundida en el nosotros colectivo–, hasta tanto no se despierte la conciencia de la irrealidad de lo valorado.

Valores fantasmas

El orden social puede sostenerse en un espejismo de valor intersubjetivo, una ensoñación transitoria, que estará flotando en el aire social, pero como llegó se va y hasta a veces se hace difícil recordarla. 

En cambio, cuando los valores que fueron parte de un “sistema solar” –de una constelación de valores (o cultura)– ahora en declive y por ello estallando, ya no son lo valorado por las personas –lo que en verdad surge del motivo de la acción–, las normas irán quedando desnudas en su obligatoriedad, su cumplimiento se volverá vacío, rutinario, alternativo, optativo, absurdo. La adhesión ha desaparecido y lo que queda es el conformismo y la simulación.

Así, el valor ha perdido su significación energética, no es asumido por todo nuestro ser. Entonces, en parte volveremos a la indiferencia, el acto quedará trabado, si es que no estará resistido y por tanto nosotros divididos. Lo energético del valor puede quedar como un fantasma que permanece en el interior. Seguiremos en el camino actitudinal, pero arrastrando los pies, con eficacia desmadrada exterior, salvo para la nomenklatura, en su burbuja de sentido (donde los valores en el espejo siguen siendo valores espejismo) los valores que no son motivo, quedan sostenidos en forma extrínseca (por premio o castigo). 

Las mayorías se vuelven apáticas y la respuesta estructural es cada vez más mecánica, es decir, la vitalidad social, la creatividad genuina, se va empobreciendo en favor de la obediencia literal (mecánica).

Los que tienen un espíritu divergente vuelven al consulado de sus abuelos, o si no lo tienen, vuelan de turistas para ser luego residentes ilegales, o pueden llegan al suicidio (La vida de los otros- Das Leben der Anderen, Florian Henckel von Donnersmarck, 2006). Valores fantasmas, instrumento de dominación, sostenidos por la manipulación, para el control social, son consignas justificadoras, fragmentos de ideologías, no tensan a la acción, no arrastran. Si se los sigue es por otra razón de valor como el temor o el privilegio.

Valores basura

Así, la ideología –forma de pensamiento justificador de la acción más propia de la Modernidad– energiza la acción, como una enfermedad del alma, porque justifica en la inteligencia subjetiva una acción que no es buena, dispone la voluntad a la realización mítica, y puede destruir el medio natural o social sin un deterioro temporal del sujeto, aunque está tras valores basura. 

En todas ellas hay construcción de segundas realidades, que actúan como enlatados morales, automatizan el consenso, pero van acumulando problemas sin resolver, porque lo que las cosas son va perdiendo importancia por la inflación sustituta de lo que las cosas deberían ser en la lógica ideal, pudiendo incluso llegar a constituirse en verdaderas religiones políticas.

En La lista de Schindler el capitán del campo atraído por una joven mujer judía exclama: “Es que casi parecen humanos”(Schindler’s List, 1993). La verdad de las cosas es que la mujer es humana. La ideología puede energizar la acción en la privación consciente del bien, pero a costa de una energía que no viene de la acción que se realiza, sino de segundos motivos anclados en segundas realidades que impiden el planteo del alma. 

Luego del atentado del IRA en la ciudad de Warrington en 1993, mataron a dos niños. El grupo musical The Cranberries compuso la canción “Zombies”: Otra cabeza agachada (triste, avergonzado) / el niño es arrebatado lentamente, y la violencia causó tal silencio. / ¿A quién estamos creyendo equivocadamente? Pero ves (entiendes) que no soy yo, / no es mi familia, / en tu cabeza, en tu cabeza, / están luchando, / con sus tanques y sus bombas / y sus bombas y sus pistolas, / en tu cabeza, en tu cabeza / están llorando. / En tu cabeza, en tu cabeza, / zombi, zombi, zombi.

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