Como miembro de la Unión Internacional de Astronomía, recibí recientemente una comunicación de su Secretariado que señalaba que este último período “ha estado marcado por los extraordinarios y trágicos eventos de la pandemia COVID-19 y los conflictos regionales, que han impactado a todos los colegas y sus seres queridos en todo el mundo. Hemos sido testigos de una mayor polarización y desafíos a los principios científicos, todos los cuales están en desacuerdo con el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU”. La comunicación continuaba animando a usar ahora más que nunca el poder de la perspectiva cósmica de la famosa imagen Pale Blue Dot. El icónico punto azul pálido es una imagen de la Tierra tomada desde aproximadamente 6 mil millones de kilómetros de distancia por la nave espacial Voyager 1 de la NASA el 14 de febrero de 1990. La Tierra puede verse como un diminuto punto azul pálido brillante dentro del espacio profundo. Como diría Carl Sagan, sobre ese punto azul pálido “todos los que amas, todos los que conoces, todos de los que has oído hablar, todos los seres humanos que alguna vez vivieron sus vidas”. Esta perspectiva nos la ofrece también la Big History, que examina la historia desde el Big Bang abarcando el origen y evolución de galaxias, estrellas, planetas, de la vida misma, así como el surgimiento y la evolución de los seres humanos hasta el presente. Se trata de una perspectiva multidisciplinaria que incluye las ciencias naturales y sociales en el amplio contexto cósmico.
En esta óptica de la Big History, en un artículo de opinión publicado en la prestigiosa revista de divulgación científica Scientific American, Avi Loeb –astrónomo y autor del best seller Extraterrestre– afirmaba: «Nuestra existencia transitoria ha durado menos de 10 billonésimas de historia cósmica hasta ahora en una pequeña roca que llamamos Tierra, rodeada por un vasto espacio sin vida. Deberíamos estar agradecidos por las circunstancias fortuitas que nos permiten existir, porque seguramente desaparecerán algún día, con o sin COVID-19”.
Desde la perspectiva cósmica que nos ofrece la Astronomía es que intento ofrecer algunas reflexiones sobre la pandemia –que aún no termina– y la postpandemia que esperemos algún día llegue.
La pandemia ha funcionado como un catalizador de procesos que estaban ya presentes en el seno de la sociedad. Ha servido para ir cerrando algunas brechas históricas y profundizar otras. Empiezo nombrando algunas consecuencias positivas. A los científicos que vivimos en el extremo sur del planeta nos ha beneficiado notablemente el hecho de que podamos participar de conferencias virtuales brindando nuevas oportunidades para colaborar con colegas de todo el mundo. Aunque no es mi disciplina, miro con admiración que en tiempos brevísimos se hayan desarrollados distintos tipos de vacunas y que se haya podido vacunar a una buena porción de la población mundial.
Por otra parte, algunas grietas se han profundizado, no sólo en nuestro país. En los Estados Unidos, donde abundan las vacunas, hay un gran porcentaje de la población anti-vacuna. Aún con incentivos importantes, sólo un 52% de la población ha sido vacunada y los indicadores de hospitalización y muertes iban en aumento al escribir esta nota (N.d E.: principios de septiembre de 2021) según publica The New York Times. En la Argentina, aunque creo que el porcentaje no es tan elevado, hay una importante fracción de la población que se opone a la vacunación. Este fenómeno puede sólo justificarse desde la ignorancia y la ideología. Si bien Internet ha hecho posible que participemos de conferencias científicas o demos clases virtuales, también nos ha nivelado para abajo. Ya lo dice Cambalache: “Todo es igual, nada es mejor. Lo mismo un burro que un gran profesor”. Da lo mismo la autoridad con la que hablan las autoridades sanitarias de la OMS o un experto en infectología que las recomendaciones que circulan en videos truchos en las redes sociales. Me cuesta entender que después de Galileo existan los famosos terraplanistas o los que toman sus decisiones consultando el horóscopo del día. Hasta en los portales de noticias “serios” aparece el pronóstico del tiempo junto al horóscopo del día. Volviendo a Cambalache: “Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclado la vida”.
Otro problema que impide una lectura objetiva de la realidad suelen ser las ideologías. Es la polarización de la que hablaba la comunicación de la Unión Internacional de Astronomía. Interpretamos la realidad con categorías rígidas dependiendo de la vereda política donde nos paramos. Esta rigidez se agrava porque a través de los portales de noticias nos “informamos” –diría que nos alimentamos de información– en fuentes de noticias afines a nuestro pensamiento renunciando a ponernos en el lugar del que piensa distinto. Este esfuerzo requiere una gran libertad interior y un pensamiento crítico que son frutos de una buena educación.
He aquí, entonces, que llegamos a una de las brechas más profundas que afecta a la humanidad y que tiene que ver con el acceso a una buena calidad de educación. Una de las características del Homo sapiens que lo diferencian de otros homininos es su capacidad de aprendizaje colectivo. Como señala David Christian en La Gran Historia: “Tanto la capacidad de educarse de los individuos humanos como su memoria histórica han ido acrecentándose a lo largo de los siglos gracias al aprendizaje compartido; o dicho de otro modo: han aumentado por medio de la transmisión de la cultura”. Si este proceso educativo de nuestra especie se pone en riesgo, algunos seres humanos podrían transformarse en una especie evolucionada Homo sapiens 2.0 –lo que en otros términos es la evolución postbiológica que ya estamos viviendo– mientras el resto de la humanidad podría quedar relegada y tal vez condenada a la extinción.
Esta reflexión sobre el proceso educativo nos lleva inmediatamente a la gran brecha histórica entre ricos y pobres que, con el pasar de los siglos, se vuelve cada vez más insuperable. Quienes disponen de recursos económicos acceden a mejores sistemas de salud y mejor calidad de educación. No es lo mismo haber pasado el confinamiento estricto en una casa confortable con buen acceso a internet para que los niños y jóvenes pudieran seguir las clases virtuales que atravesar la pandemia con apenas lo suficiente para comer. La pandemia ya ha causado graves daños económicos, sociales y psicológicos, especialmente entre los más vulnerables. El COVID-19 ha abierto una herida que dejará una cicatriz en la memoria colectiva de la humanidad.
Desde mi perspectiva de creyente, me gusta interpretar la Big History con categorías bíblicas y se me ocurre pensar que comienza un tiempo de reconstrucción. Uno de mis libros favoritos de la Biblia es el Eclesiastés, que reporta las sentencias del sabio Qohélet. Allí afirma que hay un tiempo para demoler y un tiempo para edificar. La sabiduría consiste en discernir el tiempo apropiado para cada una de estas acciones que en sí mismas no tienen un valor ético predeterminado.
Pensando en términos de reconstrucción, recuerdo que el pueblo de Israel vivió una experiencia traumática cuando las murallas de Jerusalén y el Templo fueron destruidos y su clase dirigente fue deportada a Babilonia por Nabucodonosor a fines del siglo VI a. C. Después de 50 años de destierro Ciro autorizó a los judíos a volver a Jerusalén para reconstruir las murallas y el Templo. Comienza entonces un regreso escalonado liderado por Esdras, escriba, y Nehemías, gobernador de Judea. Ojalá que el Espíritu de Dios inspire a muchas y muchos para que surjan nuevos Esdras y Nehemías entre nuestra clase dirigente.
También como científico que soy no puedo dejar de pensar la realidad utilizando alguna métrica. En el último año hemos aprendido que la intensidad de una pandemia es descripta por el factor R0, que corresponde al número de casos que se atribuye a una persona infectada durante el período de contagio. Mientras esperamos que llegue la era de la postpandemia, nos queda anhelar y actuar para que el mundo nuevo que se está gestando sea mejor. Hoy necesitamos que el R0 de la colaboración aumente exponencialmente. Esto requiere dejar de lado intereses egoístas y desarrollar una actitud que favorezca la cooperación. Esto es particularmente necesario y urgente en tiempos electorales extremadamente cortos comparados con los tiempos cósmicos.
José G. Funes es jesuita, Doctor en Astronomía, investigador de CONICET-Universidad Católica de Córdoba, ex director del Observatorio Vaticano