El Congreso realizado en Catamarca, en forma virtual y presencial, durante seis viernes consecutivos en agosto y septiembre, me brindó un tiempo y espacio para ahondar en mi propio itinerario. Esquiú estaba ya instalado en la historia de mi familia materna. Mi abuelo, Manuel Gálvez, había escrito su biografía. Sin embargo, conocí más de Esquiú gracias a mi marido Norberto Padilla, quien me transmitió su gran aprecio por el Orador de la Constitución.

La base de mi ponencia fueron muchos artículos o conferencias en los cuales Norberto, que fuera profesor de Derecho Constitucional y ex Secretario de Culto de la Nación, destacó la importancia del sermón de Esquiú del 9 de julio de 1853, exhortando a la unidad, apertura y generosidad en el sacrificio del propio interés, y el valor de la unidad nacional de la invocación a Dios del Preámbulo de la Constitución Nacional.

Fray Mamerto Esquiú era consciente de que la libertad de cultos provocaba perplejidad pero que la libertad e independencia requerían la Ley. Tras la experiencia de la violencia de la anarquía y el despotismo, urgía fijar la Constitución. La organización nacionalde 1853aseguraría la celebración de la Libertad de mayo de 1810 y de la Independencia de julio de 1816.

La invitación de los constituyentes a que los inmigrantes no dejaran su religión, a que la trajeran consigo, fue un voto de confianza a la riqueza de los propios recursos que las mismas religiones tienen para aportar a la formación de la sociedad. El perfil del inmigrante de Alberdi y de los Constituyentes como homo religiosus conllevaba la decisión de la libertad de culto entre los derechos a gozar. Ese concepto y esa invitación explican la religiosidad actual del pueblo argentino, demostrada por dos encuestas del CONICET, en 2008 /2019, con el 90 y 82 % de los argentinos creyentes en Dios aunque, entre ambas, aumentó el secularismo y constatamos, en los últimos años, un secularismo militante y violento.

Las palabras del Orador de la Constitución, el 9 de julio de 1853, reflejaron el debate interno entre posturas diferentes dentro del ámbito católico sobre el lugar de la Iglesia Católica y de la religión en relación al Estado que, desde entonces ha aflorado, periódicamente, como en la discusión entre José Manuel Estrada y Félix Frías (1870) tratada por Norberto Padilla en su discurso de incorporación a la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, en julio de 2019.

Los Constituyentes no optaron por la confesionalidad del Estado ni por el laicismo, reduciendo el hecho religioso al ámbito privado, sino que optaron por la laicidad o secularidad. A partir de entonces, el Estado sostendría el culto católico y afirmaba la libertad de culto, distinguiendo el valor de lo secular y de lo religioso. Si bien la Iglesia Católica siguió sometida al Patronato, limitada en su libertad, ella iría evolucionando en su relación con el Estado para alcanzar, basado en los principios de autonomía y cooperación (respeto y reconocimiento de la realidad sociológica, histórica y constitucional), el Acuerdo entre el Estado y la Santa Sede de 1966, que, como los tratados y concordatos, tiene jerarquía superior a las leyes.

Se ha dicho con razón que el mayor motivo del debate, dividiendo a los constituyentes, fue lo atinente a las cuestiones relacionadas con la religión. No se trató de un debate entre católicos y laicistas sino entre católicos más liberales y otros más conservadores. Entre estos últimos, el presbítero Pedro Alejandrino Zentenofue partícipe de la creación de la primera Legislatura y de la Constitución provincial y ejerció tres veces como gobernador (dos como interino y una como titular). Se exilió en La Rioja para volver seis años después a la Legislatura y participar como representante de Catamarca en Santa Fe. Desde allí, se carteó con el gobernador Segura sobre las discrepancias en materia religiosa que lo separaban de la tendencia liberal corporizada por Alberdi, exiliado en Chile. Zenteno lideró el sector tradicional. Cerrado el debate con el triunfo liberal, el 1º de mayo de 1853 le tocó ser el primero en suscribir la nueva Constitución tras la firma del Presidente del Congreso. Regresó a Catamarcadispuesto a hacer lo posible para evitar que su provincia aprobara la Constitución. El gobernador agradeció a Zenteno su servicio de transmitir el sentir de los hombres de su provincia.

Por otro lado, el joven presbítero Benjamín Juan Lavaisse, de Santiago del Estero, tuvo destacadas y decisivas intervenciones, varias veces en contra de Zenteno. Además desafió al Presidente del Congreso, el diputado salteño Zuviría, a presentar un proyecto mejor que la Constitución, ya que no quería tratarla.

Esquiú había recogido firmas para un reclamo por las “malas doctrinas”del texto constitucional. El gobernador Pedro José Segura, creyendo que era antiliberal, le encargó el sermón patriótico para el oficio religioso del 9 de julio, cuando la Legislatura provincial se aprestaba a rechazar la Constitución.

Pese a la declarada oposición de la enorme mayoría de la provincia a la libertad de cultos, el sermón de Fray Mamerto Esquiú logró que la flamante Constitución fuera aceptada. A él se debió, en gran parte, el acatamiento y la simpatía que en las provincias despertó el texto constitucional. El grito patriótico de un fraile desconocido,de 27 años,alcanzó para acabar con toda resistencia a la sancionada Carta Constitucional de la Confederación Argentina, elemento indispensable para lograr la paz nacional.

Norberto Padilla destacó en uno de sus artículos que, en la síntesis inicial del documento Iglesia y Comunidad Nacional (ICN) de la Conferencia Episcopal Argentina (1981), encontramos a Fray Mamerto Esquiú  y su célebre sermón de la Constitución, quién “a pesar de los reparos doctrinales que con respecto a la Constitución tenía, consiguió, con la eficacia de su palabra, la aceptación de nuestra Carta Magna en un momento difícil de la organización nacional” y “no dudó en hacer una opciónpor encima de todas las banderías políticas, sin más metas que el bienestar de la Nación, superando grandes males y consiguiendo el don inapreciable de la paz”.

El cardenal Mario A. Poli, en su homilía en el Te Deum del 25 de mayo de este año 2021, expresó que el servicio que Esquiú hizo con sus palabras todavía espera su alumbramiento definitivo.

En el contraste de la Catamarca antiliberal, la voz de Fray Mamerto Esquiú aparece como solitaria. Salvador María del Carril, vicepresidente en ejercicio de la presidencia en el Congreso General Constituyente, al escucharla dirá “¿De quién es esa voz?”; y Dalmacio Vélez Sarsfield, secretario del Congreso General Constituyente, contestará “Donde haya sonado existe un gran pueblo”.

¿Cómo se explica la voz solitaria de Esquiú en la Catamarca antiliberal y en contra de su propio rechazo a la libertad de cultos, como una de las malas doctrinas de la Constitución Nacional? ¿Qué pudo suceder entre que el sermón del Te Deum le fuera encargado en mayo y lo que expresara en julio?

Fray Mamerto hablaba con conocimiento de causa, recordaba las tragedias vividas. Su patriotismo lo llevó a desear la paz y trabajar por la concordia. Recordemos que entre la Independencia firmada en Tucumán en 1816 y la organización nacional en Santa Fe en 1853, el país estuvo dividido entre la anarquía y el despotismo.

Entre las tragedias, basta recordar el asesinato en Mendoza del sanjuanino Narciso Laprida en 1829. Y en 1841, en Metán, Salta, fue decapitado el catamarqueño Marco M. Avellaneda. Ese mismo año, en Catamarca, el gobernador José Cubas fue decapitado junto a su ministro y su secretario, siendo sus cabezas expuestas en la plaza. El día anterior, la cabeza de un degollado había sido dejada sobre el sillón del despacho del gobernador. Además, fueron ejecutados 19 oficiales y varios soldados.

Al preparar el sermón, se encontrarían en su corazón la memoria de las cabezas colgadas en la plaza de la ciudad y la convicción de los valores supremos de la paz que alimentaba la espiritualidad del carisma de su Orden, que él deseaba infundir entre sus compatriotas. Podríamos afirmar que sus dos profundos anhelos de paz y santidad arraigados al escribir el Sermón Patriótico de 1853 fueron permanentes y acrecentados en toda su vida.

Tras el sermón, su deseo de santidad lo llevará a huir de la tentación de la vanagloria y los honores, buscando la purificación en dos “puertos de salud”: Tararija-Bolivia y Tierra Santa. Esquiú se refugió en Bolivia, en 1862, en el Convento de Misioneros de estricta observancia del silencio en Tarija, donde experimenta que es Dios quien le ha comunicado misericordiosamente la fuerza de su gracia. Impresiona la profunda humanidad de Fray Mamerto Esquiú, capaz de sentir y expresar el afecto hacia sus hermanos y hacia su tierra, sin dejar simultáneamente de hacer un discernimiento espiritual a fin de dar la primacía absoluta a los valores esenciales de su vocación religiosa.

Dos años después, fue llamado por el arzobispo de Sucre y deja su “puerto de salud” para ponerse a sus órdenes. Allí fue profesor de seminaristas, entre ellos Indalecio Gómez, que luego fuera el redactor de la Ley de Sufragio Universal. Estando allí, se entera de que el Senado lo había elegido como arzobispo de Buenos Aires. Una vez más huye, ahora hacia Ecuador, hasta que le consta que le han aceptado su renuncia realizada el 12 de diciembre de 1871, con la certeza de obedecer a la voluntad de Dios y con una humildad que causó asombro, afirmando que no renunciaba al amor de su patria y a cuanto le debía.

Cuando regresa a la Argentina y parte para Tierra Santa, evita la celebridad, entrando a Catamarca por su natal Piedra Blanca, y partiendo desde el puerto de Montevideo para no pasar por Buenos Aires. En su larga estadía en Tierra Santa, su otro “puerto de salud”, siguiendo los pasos de Jesús crece en capacidad de introspección y purificación. Regresó de Palestina, en diciembre de 1877. Participó como convencional de Catamarca en un proyecto de Constitución y, en 1878, fue elegido para ser obispo de Córdoba. La publicación de su renuncia, en octubre de ese año, a esa nueva designación, divulgó la fama de santidad del fraile.

Fue citado a Buenos Aires por el delegado apostólico de Su Santidad. El 3 de diciembre monseñor Di Pietro le dijo: “El Santo Padre quiere que sea usted el obispo de Córdoba”, a lo que Fray Mamerto respondió: “Si el Santo Padre lo quiere, Dios lo quiere”, y le pidió que le transmitiera su sumisión pero que su conciencia lo acusaba.

Volvería a Buenos Aires para su consagración como obispo el 12 de diciembre de 1880. Cuatro días antes, predicó en la Catedral Metropolitana. Buenos Aires se había convertido en capital de la República por ley, aprobada por Avellaneda y promulgada por Roca. Ambos presidentes se encontraban en la catedral para escucharlo. Impresionó su recuerdo de los años de guerras, tiranías y apostasía de la fe cristiana, que comparó a la peregrinación de los israelitas antes de entrar en la Tierra Prometida. Luego impactó su referencia al sacrificio de la pérdida para Buenos Aires de ser capital de la Provincia preguntando si no sería en expiación por las horribles hecatombes que los ejércitos del sistema federal hacían en el año 40 por toda la República. En la noche de su consagración escribió en su diario: “Consagración episcopal del indignísimo sacerdote”.

Norberto Padilla, al destacar el rol de Esquiú, también resaltaba el valor de la unidad nacional del “rezo laico” de los Constituyentes de 1853, en la invocación a Dios, en el Preámbulo de la Constitución Nacional, como “fuente de toda razón y justicia”. En un artículo en el 2003, a 150 años de la Constitución Nacional, escribía: “La referencia explícita a Dios reafirma nuestras raíces más hondas y da sentido a nuestro ser como Nación, que nace y crece en la fe de los mayores. Las diversas razas y culturas que formaron la Argentina encuentran su unidad en la fe de un Ser Supremo. Nuestro régimen es teísta; no ateo, ni neutro. Aún para el argentino que no tiene fe, la religión debe ser valorada como factor de cultura que hace a la Nación”.

En otro artículo, publicado en 2012, expresó: “El Preámbulo refleja la visión de sus autores: el Dios de la fe que recibieron y profesaban los lanzaba a la convocatoria a la Humanidad, única en el constitucionalismo, a gozar de los beneficios de la libertad de culto reconocida en los artículos 14 y 20. El pluralismo religioso es razón para construir y no pretexto para destruir. La impronta de la fe católica en el territorio argentino, se expresó fuertemente con el grito de Mayo, con la voz del joven franciscano Esquiú, cuando se cumplió el tiempo ‘suspirado por los hombres buenos’”.

El rezo laico ya explicitado en la fe católica del país naciente y coherente con la cosmovisión de los pueblos originarios presentes, se explicitó, luego, en las invocaciones de todas las confesiones cristianas y de los credos en el país con el advenimiento de los inmigrantes que permanecieron fieles a su fe.

La preeminencia de la razón en la invocación del Preámbulo también se dio en el Sermón Patriótico de 1853, en el que Esquiú privilegió el llamado a aceptar con racionalidad la libertad de cultos y, por lo tanto, de las religiones, para aprobar la Constitución Nacional como un medio de pacificación.

Así Esquiú comienza su sermón: “El carácter prominente del universo es revelar su autor y sus perfecciones. A la primera ojeada se siente la presencia de Dios, cuyos inefables atributos vienen revelándose con más claridad, a medida que subimos desde lo bajo hasta lo alto de la escala de los seres, hasta esa sustancia que con el pensamiento y la libertad resume admirablemente el universo entero, sus fenómenos y sus leyes”.

Fray Mamerto tenía un profundo conocimiento bíblico. Comenzó su Sermón Patriótico citando uno de los libros de Macabeos, que relatan una historia de defensa de la libertad religiosa del pueblo judío, cuando en la época helénica sufrieron la imposición de que dioses griegos fueran adorados en el Templo reconstruido.

La presencia posterior, en nuestro país, de tantos inmigrantes con vínculos de pertenencia a distintas confesiones cristianas y diferentes credos, permanentes en el tiempo, explica que haya podido arraigar en la Argentina la convivencia interreligiosa, y que se haya pasado de la tolerancia al aprecio mutuo desde que la Iglesia Católica, a través del Concilio Vaticano II, diera un paso tan importante, sumándose al movimiento ecuménico nacido en ámbito protestante, con el Decreto Unitatis Redintegratio (noviembre 1964) y promoviendo el diálogo interreligioso con la Declaración Nostra Aetate (octubre 1965) y la libertad religiosa con la Declaración Dignitatis Humanae (diciembre 1965). Todos estos documentos, acompañados por gestos, fueron actualizados, respectivamente, por otros documentos del magisterio: Ut Unum Sint (1995), Diálogo y Anuncio (1991), Libertad religiosa para el bien de todos. Aproximación teológica a los desafíos contemporáneos (2019).

En la encíclica Fratelli Tutti (2020), el papa Francisco hizo un llamado a la amistad social. Así como el Papa se había inspirado en San Francisco para escribir Laudato Si (2015) y la Declaración de Abu Dabi (2019), vuelve a tomar, del santo de Asís, las ideas principales de fraternidad que desarrolla en la encíclica.

En este tiempo, en el que se percibe la necesidad de un acuerdo nacional para superar las divisiones y el maltrato social, la figura de Mamerto Esquiú puede ser un aporte para lograr concordia y paz en la convivencia nacional, en la medida en que nos dejemos estimular por su compromiso y testimonio y realicemos una conversión personal y de todos.

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