Procesos y no sólo sucesos

Pasadas ya varias semanas del cierre de la primera etapa de la Asamblea Eclesial de América latina y el Caribe (21 al 28 noviembre 2021), se distinguen con más claridad sólidas presencias temáticas y también su contrapartida: aquellas más débiles o insonorizadas. Como un intento para superar una agenda del olvido o de la postergación en la que suelen caer algunas buenas intenciones de las iglesias locales, surgen varias inquietudes que comparto aquí.

En la Iglesia argentina se advirtió una participación comprometida en varias diócesis, tanto en el proceso de Escucha como en el intercambio dentro de los Foros Temáticos. Vale aclarar que las actividades a las que estuvo invitado todo el Pueblo de Dios fueron 100% virtuales, lo que dejó en evidencia que la pandemia puso en marcha mecanismos de reunión y debate que seguramente llegaron para quedarse y convivir con la presencialidad. Sin embargo, otra porción de nuestra geografía (con su gente adentro) se mantuvo distante. Escasa fue la animación pastoral para contagiar el interés por este gran suceso continental, que aconteció con el particular estilo sugerido por el papa Francisco a las autoridades del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano). Es decir: el Papa estuvo muy atento al correr de esta aventura primera de poner a la Iglesia de América en diálogo con ella misma, dispuesta a atender hasta lo que nunca hubiera imaginado oír. En palabras de Francisco: sinodalidad.

Hablando con colegas y amigos de otros países del continente, tomé conocimiento de que en sus Iglesias particulares ya habían procedido a hacer evaluaciones y mantener conversaciones que permearan a las comunidades de las bases, con el fin de acompañar la lectura de los 12 desafíos a los cuales arribó la Asamblea. La nitidez en las prioridades a asumir por todos los miembros de la Iglesia es clave para la interacción: laicos, religiosos, sacerdotes, obispos. Es interesante y bellamente sinodal conocer esa digestión de propuestas, cómo cada país le pone su acento, su ritmo y su propia cadencia.

En otro orden, surgió la necesidad de subrayar que en el abordaje de los abusos en la Iglesia hay disparidad en la atención a las víctimas, y lo mismo ocurre con el tratamiento de la situación de los sacerdotes o religiosas abusadores. En muchos casos todavía aplica la consigna del traslado del abusador de una parroquia a otra, o de una diócesis a otra, lo que provoca no sólo indignación y profundísimo dolor en las comunidades –pensemos que hoy todo se sabe, es muy difícil que se puedan ocultar rostros e historias de oscuras complicidades por mucho tiempo— y la consecuente trascendencia a los medios de comunicación de estas injusticias, provocadas desde el seno mismo de la Iglesia. Y ya sabemos que para algunos sectores eclesiales “matar al mensajero” es una buena estrategia… Lograr transparencia y justicia en casos de abusos se percibió como una asignatura pendiente en la Asamblea Eclesial y con insuficiente fuerza al asumir los 12 desafíos.

Otro tema grave es el de las adicciones en Latinoamérica y el Caribe. Ningún país se queda a las puertas de esta desgracia que se lleva vidas de jóvenes, destruye familias, genera dependencias impiadosas. En esta materia la Iglesia argentina viene construyendo paso a paso un camino de escucha y participación en todo el país. La interacción entre las diócesis, la presencia de referentes activos y comprometidos, el compartir saberes y recursos, la conexión entre centros de acogida para recuperación sumado a la vigencia de programas que se abocan a la prevención del consumo son los pilares de esta Pastoral de Adicciones que trabaja como Comisión Nacional desde hace casi 20 años. Sabemos que hay muchos otros ejemplos de los cuales aprender. Este es un momento oportuno para compartir buenas prácticas con todo el continente porque no hay dudas de que también somos hermanos ante las angustias y soledades que provoca el consumo problemático de drogas. Aunque la Asamblea abrió un Foro a la discusión, quedó un tanto opacado al pasar el cedazo de las sucesivas síntesis de contenidos. Hablar de adicciones lleva a comprender que el narcotráfico forma parte del entramado político, jurídico y policial de nuestros gobiernos latinoamericanos y caribeños. Vale recordar también que el 19 de diciembre del año 2013, la Iglesia argentina convocó a líderes de todos los partidos políticos con representación parlamentaria a firmar un pacto-compromiso que contenía los “lineamientos básicos para la implementación de políticas públicas sobre el consumo de drogas y lucha contra el narcotráfico”. ¿Asistieron todos los convocados? Eso es tema para otro artículo. Pero rescatemos este gesto que muestra un rostro eclesial que miró de frente a uno de los grandes problemas a los que está expuesta nuestra juventud en el continente y en todo el mundo.

Un punto que quedó satisfactoriamente claro y resaltado fue el clericalismo que se detecta en nuestras Iglesias sin distinción. En efecto, se otorgó la capacidad de cambio y construcción de nueva fraternidad al ejercicio de la sinodalidad plena en todos los niveles de nuestros ambientes y comunidades. Lo mismo ocurrió con el rol de la mujer en la Iglesia: no hay oposición a que las mujeres accedan a espacios de decisión en las distintas áreas en las que la Iglesia organiza sus tareas, cada una con sus composiciones y necesidades específicas a cubrir.

Es cierto: no podemos pedirle todo y al mismo tiempo a la Asamblea Eclesial y a sus 12 desafíos. Quizás fue el chispazo esperanzador de ser protagonistas de cambios posibles lo que lleva a exigirle más a esta instancia de la que todavía no conocemos sus alcances. La Asamblea Eclesial apenas acaba de nacer.

Un amigo me contaba que antes de acontecer Aparecida en el 2007 se percibía poco movimiento en las diócesis con respecto a ese evento y muchos se sintieron seducidos por una desesperanza combinada con un pernicioso escepticismo. Sin embargo, hoy podemos decir que la Conferencia de Aparecida casi que nos develó el vigoroso programa de trabajo universal que nos propondría el papa Francisco desde el 19 de marzo de 2013, cuando dio inicio a su ministerio petrino. Programa que nos sigue convocando y manteniendo en forma como cuerpo eclesial para responder con solvencia y ternura a las exigencias de nuestro tiempo.

Sin querer comparar las incidencias y expansiones de ambos eventos, podemos darle al 2022 mucho hilo al carretel de la Asamblea Eclesial. Seguimos siendo cristianos antes y ahora, confiando en el evangélico poder de la levadura y de los granos de mostaza. La Iglesia confía en los procesos y esta Asamblea no será la excepción. 

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