Seguramente porque una imagen vale más que mil palabras, desde la antigüedad, las metáforas nos han servido para comunicar mejor y más sencillamente algunas ideas, que recurrir a explicaciones detalladas y directas de lo que se quiere transmitir.
El mismo Jesús prefería usar parábolas para explicar verdades evangélicas y espirituales demasiado complejas para el entendimiento de la gran mayoría de los mortales.
Marie Kondo es una japonesa que se ha especializado en la organización doméstica, autora de varios libros y que se ha hecho más famosa durante la cuarentena por su método «KonMari», que propone criterios para deshacerse de aquellos objetos molestos e innecesarios que se acumulan sin sentido en nuestros hogares. Su libro es muy difundido y son muy buenos los comentarios a su obra. Conozco además muchas personas que lo utilizan para organizarse mejor y aprovechar los espacios donde habitan para vivir más cómodos y, por qué no, más felices.
Todos sentimos que es urgente poder dar respuesta a los gigantescos desafíos que ha generado el cambio epocal producido por el avance de las tecnologías y un mundo globalizado, proceso acelerado por el COVID-19. En los últimos años estamos experimentando sus efectos sobre muchas actividades que históricamente eran realizadas por humanos. El desarrollo de la automatización y la robótica ya han transformado sustancialmente muchos trabajos que suponen actividades repetitivas. Por otra parte, los últimos desarrollos sobre Inteligencia Artificial, Aprendizaje profundo y Aprendizaje automático avanzan también sobre tareas intelectuales, obligando a muchos trabajadores a volver a capacitarse si no quieren quedarse sin empleo. Hace poco leí un artículo que afirmaba que los humanos vamos a tener que reinventarnos, pero no sólo una sola vez para adaptarnos a estos evidentes cambios, sino que tendremos que hacerlo varias veces a lo largo de nuestra vida.
A pesar de que aún no hemos terminado de sorprendernos por la cantidad de innovaciones producidas en la última década, seguramente todavía tendremos que enfrentar una sucesión de revoluciones de impacto tecnológico en el mundo laboral, en la economía, la política y casi en todos los ámbitos de la vida en sociedad. De hecho los millennials (nacidos a partir de los ‘80 que se definen como una generación digital, hiperconectada y con altos valores sociales y éticos) han cambiado cuatro veces de trabajo en sus primeros 30 años de vida, según un reciente informe de LinkedIn.
El desafío es grande porque varios de los aprendizajes que hoy necesitamos adquirir para desarrollar nuestro trabajo podrían dejar de ser relevantes en algunos años. Los ciclos son cada vez más cortos. Actualmente se reconoce que, por ejemplo, muchos de los conocimientos que aprenden los estudiantes de carreras técnicas, es probable que sean ya obsoletos e innecesarios para ejercer la profesión cuando estos estudiantes terminen sus carreras. Ni que hablar de cuáles serán las competencias y los aprendizajes necesarios para abordar los trabajos del futuro. Este es uno de los desafíos más complejos que enfrenta la educación en todos los niveles.
Recuerdo que en mi juventud, convencido de que ingresábamos a un mundo fuertemente influenciado por las computadoras, pensé en capacitarme en algo para no quedar afuera de la transformación tecnológica y que me diera cierta continuidad a lo largo de mi vida laboral. Entonces, tomé un novedoso curso para esa época –perfoverificador– que me capacitó para usar una máquina que perforaba las tarjetas de cartón con las cuales se ingresaban datos e instrucciones a las primeras computadoras. ¿Se imaginan durante cuánto tiempo me sirvieron esas habilidades?
Ahora siento que los tiempos son más cortos y más acelerados y me pregunto: ¿cuánto de lo que he aprendido servirá para mi crecimiento futuro? ¿Qué es lo que deberé aprender y en qué área me debería capacitar?
Creo que la mejor inversión que podemos hacer para nuestro porvenir es aprender a desaprender muchas de las cosas que nos han enseñado, para aprender a aprender cosas nuevas que serán clave al enfrentar los cambios laborales.
En esto, el principal desafío es la educación. Y por eso pensé, como sugiere mi querido maestro, el filósofo Alejandro Piscitelli, la solución sería “mariekonizar la educación”, y yo agrego: y a la mayoría de las estructuras sociales.
Veamos qué podemos aplicar de algunas recomendaciones que propone el método KonMari a la educación, las empresas, los organismos e instituciones de la sociedad.
1-«Reflexiona antes de comenzar a ordenar».
Si quieres poner orden, lo primero que debes hacer, según Marie Kondo, es vaciar por completo el cajón o ropero que se quiere ordenar, mirar el espacio, ver cuánto puede contener y el mejor modo de organizarlo. Es una actividad eminentemente contemplativa. De esta manera podremos ver lo que hay que conservar y desechar aquello que tenga que irse, antes de guardar todo de regreso.
Tratando de evitar los prejuicios, es necesario realizar una mirada amplia y crítica de nuestras actuales organizaciones afectadas por el cambio epocal, la tecnología y la pandemia para ver cuál es ahora su finalidad, redefinir la misión, visión y valores y la mirada estratégica, y adecuarlas a los nuevos y complejos desafíos.
2- «Qué es lo que hay que descartar».
Antes de dar el primer paso y comenzar a tirar cosas, Marie Kondo sugiere que te tomes un momento para reflexionar y pensar por qué te cuesta tanto descartar cosas que sabés que ya no sirven. De acuerdo con la experta, hay tres razones por las que conservamos cosas que ya no son útiles: apego al pasado, miedo al futuro o una combinación de ambas.
En el caso de las organizaciones podemos agregar además no sólo aquello de que «siempre se hizo así», sino el temor a quedarnos sin trabajo o la pereza por volver a pensar todo nuevamente desde el principio, a pesar de que reconozcamos la imperiosa necesidad de innovar y, consecuentemente, de volver a capacitarnos. Para este aspecto es aplicable la afirmación de Marie que dice: «No dejes que la nostalgia nuble tu juicio», a lo cual yo agregaría: porque todo lo que nos «ata» al pasado nos quita capacidad para anticiparnos al futuro.
3- «Comienza desde el primer paso».
Para organizar un cajón o un ropero lo primero que hay que hacer es mirar todo lo que sacamos y elegir lo que se desea conservar y lo que hay que descartar.
Qué necesario sería para nuestras organizaciones y para nuestra vida en general aprender a separar claramente lo importante de lo superfluo y lo que ya no tiene utilidad ni uso.
4- ¿Cómo acomodar lo que se desea conservar?
El método explica que aquello que se desea mantener, no necesariamente estará guardado del mismo modo y en el mismo lugar. Doblar la ropa de otra forma, usar organizadores y disponerlos en los espacios de acuerdo a la frecuencia de uso pueden ser buenas decisiones. Sabemos que en toda organización existen valores innegociables y cosas que no se pueden cambiar sin modificar su esencia. Es allí donde la sugerencia de Marie puede ayudarnos a encontrar soluciones que, sin llegar a descartar esos elementos, podamos reivindicar su lugar, de modo que no solamente sea fácil reconocer su importancia, sino que a la vez, dejen suficiente espacio para incorporar la novedad.
5 -«Dile adiós al papeleo».
La organizadora japonesa propone tirar todas aquellas cosas que suponen papeles que ya no se usan y que son generalmente inútiles.
En un tiempo donde la tecnología está reemplazando casi todas las prácticas tradicionales para almacenar información, la urgencia por digitalizar nuestras organizaciones parece uno de los consejos más inobjetables de Marie.
Para concluir, una última sugerencia:
6- «Mantén contigo sólo lo que te suponga alegría».
Se trata de un buen consejo (ambicioso quizás) pero que plantea la necesidad de poner el ropero a tu servicio y no al revés. Además de que se cumpla del mejor modo posible con su misión, en las organizaciones será fundamental tener en cuenta el beneficio de las personas que la forman, para que éstas logren no sólo vivir con alegría, sino también ser más felices.
Al ver al final cuánto espacio vacío quedó en el placard, tendremos una idea de cuántas cosas nuevas podremos incorporar en el futuro.
El hombre, por naturaleza, es proyectivo y nuestras acciones están impulsadas por lo que creemos o queremos que suceda. Estudiamos para ser profesionales, trabajamos para poder vivir bien, nos casamos para ser felices. Además, los creyentes soportamos los sufrimientos y la cruz porque creemos en la vida eterna. La idea que tenemos del futuro determina absolutamente nuestras decisiones actuales.
San Ignacio de Loyola decía que no sólo el amor nos moviliza, también lo hace el temor. Cerramos nuestras casas con llave por miedo a los ladrones, controlamos nuestras comidas porque no queremos engordar, usamos incómodos barbijos para no contraer el COVID-19… Y así se desarrolla nuestra vida presente, preparándonos e impulsados (por amor o por miedo) por las imágenes buenas o malas que tenemos de nuestro futuro.
No cabe duda de los profundos cambios que enfrentamos; es necesario analizar con una mirada crítica cómo se construyen nuestros espacios.
¿Tenemos conciencia de la urgente necesidad de reformular nuestras organizaciones? ¿Cuáles son los principales impedimentos para que comencemos cuanto antes? ¿Qué es lo primero que tendríamos que descartar? ¿Estamos dispuestos a innovar de verdad? ¿Estos consejos podrían aplicarse también a la vida personal y espiritual?
Gustavo Carlos Mangisch es Director de Innovación y Calidad en Educación del Espacio Excelencia y de la Maestría en Nuevas Tecnologías (UCCuyo)