Epitafios de guerra

Guy Debord y Pier Paolo Pasolini señalaron, casi proféticamente, lo que sucedería con el mundo de las imágenes medio siglo después. El brillante intelectual italiano que hubiera cumplido cien años este 2022, observaba la manipulación del cuerpo como último reservorio para la explotación del consumo. Debord –filósofo francés clave del movimiento situacionista– en su trabajo La sociedad del espectáculo, escribía: “Todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación». Estos análisis discurren hoy en la memoria desde el universo cotidiano, de la hipersexualización consumista hasta las atronadoras imágenes de la guerra de Ucrania. ¿Tienen relación? En apariencia no, pero tal vez sí. Debord enseña que, desde esta estructura nueva, la relación social entre la gente es mediada por las imágenes. Sólo así puede interpretarse la falta de crítica social, de análisis o de la sensiblidad que demanda la lectura de las imágenes de guerra que son presentadas cotidianamente en varios medios de comunicación. Por el contrario, en una carrera que pareciera encargarse de exaltar las propiedades del arma más mortífera o –lo que es peor– exponiendo directamente su uso y destrucción.

A la sociedad del espectáculo (que involucra al cuerpo como mercancía), se le agrega una lacerante lógica del videojuego, que ignora la muerte intrínseca que esconde la exposición a esas imágenes. El videojuego, además del nivel elementalmente lúdico de su formulación, proyecta universos simbólicos y modos de entender y valorar la realidad. Asimilar la formulación de la noticia a una suerte de “competencia militar” que se expone sin contexto, análisis y veracidad. El oprobio del poderío armamentista sobre el ser humano, ¿no es acaso otra forma de extrapolar un discurso realista por otro que al espectáculo añade la peligrosa generación de un discurso absolutamente vacuo? Esos “ensayos de clasificación de imágenes”, como señaló Gilles Deleuze, generan nuevas estructuras de pensamiento que obligan a repensar la responsabilidad del discurso audiovisual cuando es transmitido sin un contexto que permita articular el valor del derecho humano como eje primordial de la comunicación. Desde la Segunda Guerra Mundial, y luego la experiencia de Vietnam, el análisis de la construcción mediática del conflicto bélico ha estado en el tapete como materia de análisis, tal como sucedió en la Argentina durante la Guerra de Malvinas y la representación ejercida desde el noticiero “60 minutos”. Pero la experiencia de Agfanistán –la primera guerra transmitida en directo por televisión– da cuenta de que las imágenes del frente de batalla han perdido la escala humana hasta convertirse en un mero simulacro de atracciones. Como un parque macabro que en su representación esconde la tragedia del crimen de la guerra.

Pablo De Vita es es crítico cinematográfico, profesor universitario y periodista cultural

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