Claudio Magris, escritor erudito y viajero, ensayista y columnista del Corriere della Sera, autor de obras memorables como El Danubio, es un especialista en literatura germánica y uno de los principales referentes de la cultura mitteleuropea.

 

Nació en 1939 en Trieste, ciudad multi-étnica y multicultural que parece desafiar la división política, porque es ella misma una frontera. En efecto, Magris reivindica a menudo su condición de hombre de fronteras, extendiendo el concepto a lo cultural y político.

 

Hace un año recibió el premio Príncipe de Asturias de Letras porque “encarna en su escritura la mejor tradición humanista y representa la imagen plural de la literatura europea al comienzo del siglo XXI. Una Europa diversa y sin fronteras, solidaria y dispuesta al diálogo de culturas. En sus libros muestra Magris, con poderosa voz narrativa, espacios que componen un territorio de libertad, y en ellos se configura un anhelo: el de la unidad europea en su diversidad histórica”. El escritor Magris se ha constituido en los últimos años en un emblema moral. “El mejor ejemplo es su abundante obra periodística, en la que acierta siempre con el análisis de urgencia. Una urgencia que nunca es tal, pues se encuentra siempre asentada sobre unas sólidas convicciones democráticas y morales”.

 

Es considerado hoy uno de los escritores más importantes de Europa y un firme defensor de la unidad europea: “Sólo una Europa realmente unida puede hacer que las fronteras entre sus naciones y culturas sean puentes que las unan y no barreras que las separen”, afirma.

 

En San Lorenzo de El Escorial también se habló de Marisa Madieri, su mujer, autora de Verde Agua y El Claro del Bosque, que dejó tras su muerte, hace nueve años, una profunda huella en el universo de Magris: “La vivencia del éxodo de la ex Yugoslavia a la italiana ciudad de Trieste le dio a Marisa Madieri un modo de sentir la vida como precariedad, fragilidad e incertidumbre, el sentimiento de que en cada instante todo puede derrumbarse”. No obstante, Marisa Madieri trasmite en sus páginas una serenidad esperanzadora y un profundo sentido religioso.

 

 

– Teniendo en cuenta su condición de escritor particularmente interesado por la historia y la actualidad de Europa, ¿cuáles son, a su juicio, los temas de la agenda europea?

– Ante todo creo que uno de los temas claves de Europa hoy es la realidad económica y política de Francia y Alemania. La circunstancia alemana proviene del pacto del proceso de unificación, que antes implicaba otro problema: el de los países del Este, que hoy no existe. Es fundamental para Europa abolir el principio de unanimidad, porque su vigencia la debilita. Sucedió con la Dieta polaca en el pasado: es suficiente que uno se oponga para que no se pueda avanzar. Pienso también que el texto de la Constitución Europea es poco feliz, es complicado y en varios países experimentado como algo lejano.

 

– ¿Cómo ve la eventual incorporación de Turquía a la Unión Europea?

– Considero que se debe ir despacio en la construcción de la Unión Europea para que sus bases sean sólidas y fuertes. De ser así, mi posición es favorable al ingreso de Turquía. Además, geográficamente es un confín de Europa. Sería un error dejarla en manos de un fundamentalismo islámico. Su incorporación, ciertamente, supondría la aceptación de una serie de garantías democráticas, de derechos humanos, etc.

 

– ¿Cómo vive la sociedad italiana la amenaza del terrorismo islámico? A partir de los atentados terroristas, ¿se percibe una creciente “cultura del miedo”?

– Creo que el terrorismo puede afectar a la sociedad italiana como a la de cualquier otro país europeo. Es algo que no se puede prever. Pienso que no hay miedo, sino, lógicamente, preocupación por la situación. Pero esto tampoco debe producir un rechazo indiscriminado del islam o de la inmigración como si todos fueran fundamentalistas.

 

Pensemos en el terrorismo vasco. El hecho de que exista no quiere decir que uno rechace a los vascos.

 

No creo que exista una cultura del miedo a causa del terrorismo. Hubo una cultura del miedo en la Guerra Fría; era miedo ante la guerra atómica.

 

El miedo al terrorismo es un sentimiento momentáneo. Estalla una bomba en Madrid y en ese momento sí hay miedo; después uno va a tomar el subte y no piensa que va a morir por la explosión de otra bomba.

 

Hoy existe otro miedo: es la preocupación por los grandes movimientos de masas. La enorme masa de gente pobre que quiere vivir mejor y va a Europa. No se trata de la percepción de que esos movimientos pueden generar situaciones dramáticas sino de la necesidad de poner límites. ¿Cuántas personas pueden ingresar a Europa? No podemos recibir mil millones de inmigrantes. Ante este problema que genera reticencias, el terrorismo es secundario. La xenofobia constituye, en mi opinión, un problema mucho mayor.

 

– ¿El terrorismo islámico puede condicionar la construcción de Europa?

– Creo que no, dado que el terrorismo islámico no apunta contra la construcción europea. Sólo podría influir si el miedo a ese terrorismo nos llevase a crear una Constitución más dura, más cerrada.

 

– En el libro Lejos de dónde uno de los protagonistas viaja a la Argentina; en El Danubio se menciona a escritores como Borges y Sabato; en Otro Mar el protagonista viaja a la Patagonia; en Utopía y desencanto alude en varias oportunidades a la Argentina; en Microcosmos el protagonista pasó varios años en Buenos Aires. ¿A qué se debe tanta presencia de la Argentina en su obra?

– No lo sé… Acaso la cercanía de tantos italianos que emigraron a la Argentina. Muchos tenían familiares allí; algunos iban y otros venían. Tal vez sea ése el único motivo.

 

Aunque también tendría que añadir el contacto con la literatura de Borges y, sin duda, de Sabato.

 

Quizá al considerar globalmente la literatura sudamericana yo haya encontrado un sentido épico del mundo que en ese momento la europea no tenía. Ese sentido de la variedad, de la totalidad. Este es un encuentro importantísimo. Yo leo mucho la literatura latinoamericana: a Sarmiento, el Tocqueville argentino, y su obra Facundo, a Rulfo, a Roa Bastos, entre otros.

 

Además, mi conocimiento de la literatura española no es sistemático. Salto de un siglo a otro. He leído mucha novela picaresca, teatro, El Quijote, autores contemporáneos… Pero no es la lectura de un estudioso, sino la de un lector apasionado e irregular.

 

– ¿Qué significó para usted el premio Príncipe de Asturias?

– Fue una gran sorpresa, una alegría. Fue la coronación de una historia feliz, como el casamiento. Recuerdo que cuando llegué el primer día, fueron a buscarme y a medida que íbamos llegando al hotel observé que había gente mirando y pensé: ¿quién vendrá, a quién estarán esperando?, y resulta que era a mí (se ríe).

 

– ¿Qué piensa de la relación entre intelectuales y política?

– Es una pregunta difícil. Primero, no creo que existan los intelectuales como categoría. Dicho esto, no creo que un escritor esté más capacitado que los demás para opinar sobre política. ¿Por qué una persona que se dedica a la literatura tiene que estar más dotada que otra al respecto?

 

Algunos de los grandes escritores del siglo XX no han entendido nada de política; han sido fascistas, nazis, estalinistas… Pirandello le envía una carta de apoyo a Mussolini; los surrealistas van a Moscú y apoyan las ejecuciones estalinistas. A lo mejor, la portera de Pirandello sabía más de política que él.

 

Toda persona tiene el deber del compromiso político. Cada uno debe pensar en la calidad de vida, cada uno aporta según el tipo de trabajo que hace. Probablemente yo entienda menos de política que un obrero que ha tenido durante toda su vida un compromiso político y sindical.

 

Por cierto, no me refería a calidad de vida personal. Los desaparecidos en la Argentina durante la dictadura no son sólo un problema humano y moral que afecta a los padres o a los parientes próximos de las víctimas, sino que es un problema que también lo afecta a usted, si bien indirectamente.

 

– ¿Cuál fue su vivencia personal como senador en el Parlamento europeo durante dos años?

– Me siento dividido entre mi deber político y mi naturaleza no política. No escribo sobre política porque entienda de política, lo hago porque debo. Lo hago por un compromiso, pero me encantaría que lo que denuncio en un artículo lo hiciera otro y no tuviera que escribirlo yo.

 

Los años dedicados a la política fueron duros por circunstancias personales, pero bueno, trataba de hacer como el político de esa historia de Kant al que le hubiera encantado ir al mar pero no lo hacía porque tenía que ocuparse de legislar para que los demás pudieran ir.

 

Alguna vez he dicho que me metí en política como el homosexual que se casa para que siga la especie. Se casa una vez, no dos.

 

Desapruebo la conducta de los intelectuales que se comprometen con la política en determinado momento y después dicen: “me ha desilusionado”. Yo no soy un alma delicada. La política es servicio; si hay algo que no funciona, hay que arreglarlo. Sería como ir a un hospital y si no lo atienden bien, decir: “me ha desilusionado el hospital”. Si el hospital no funciona habrá que arreglarlo.

 

Mi experiencia en política fue única: fui representante de un partido cuyo único afiliado era yo. En Trieste, mi ciudad, se intentó una coalición contra Berlusconi que reunía desde liberales hasta la extrema izquierda. Lógicamente, no la aceptaron como coalición. Entonces, en el café San Marco, con amigos, inventamos un grupo político llamado Democracia Directa, pero nos olvidamos de inscribirlo. En consecuencia, fui nombrado diputado siendo el único miembro de ese partido. Por lo cual nadie me podía sustituir (se ríe). Creo que mi mejor contribución a la política es ejercer el periodismo, como freelance de la política.

 

– Usted relata en El Danubio que Trieste ha sufrido una guerra civil, invasiones, cambios de fronteras… ¿Cómo puede una sociedad atravesar el difícil equilibrio entre memoria y olvido y seguir adelante?

– El problema no es olvidar, sino cómo recordar. La memoria es necesaria, es la conciencia de nuestra historia y un deber hacia las víctimas. Tenemos un deber con las personas del pasado, y también con las del futuro. Es importante la calidad de esa memoria. La memoria nunca puede ser una vuelta al pasado, no puede ser una memoria vengativa. En Trieste, por ejemplo, hubo peleas, violencia, entre italianos y eslavos. Es justo recordarlo pero no para echarlo en cara a la otra parte, ni para volver con las antiguas disputas. Porque si no se perdona, el pasado emerge ante cualquier incidente y eso es peor. Me refiero a una memoria libre, no obsesionada. Esa es la única respuesta. Hay que recordar mirando hacia adelante.

 

– George Steiner sostiene que “la vuelta a lo irracional es, ante todo, un intento de llenar el vacío creado por la decadencia de la religión. Por debajo de la oleada de la insensatez está en acción esa nostalgia de lo absoluto”. ¿Hay un nuevo despertar de la búsqueda religiosa en el mundo moderno? ¿Cómo cree que se manifiesta?

– Me reconozco en la espléndida entrevista dada antes de morir por Max Horkheimer al semanario Der Spiegel en 1970, cuando habla de la nostalgia de lo infinito y afirma que debemos preocuparnos sólo del mundo finito pero sabiendo que no lo es todo.

 

La pregunta sobre la búsqueda religiosa es muy compleja porque se manifiesta de muchas formas. Creo que una de los modos del problema religioso hoy es la religiosidad idolátrica. Escribí una vez un artículo que se titulaba “No nombrar el nombre de Dios en vano” recordando que la propia religión advierte del mal uso que se puede hacer de Dios y esto no es ser anticlerical. El mismo evangelio recuerda que ‘no quien nombra a Dios todo el día se salvará’.

 

 

 


Obra de Claudio Magris en español

 

El Danubio (Anagrama, 1990)

Un escritor europeo ante el fin de siglo (Viceconsejería de Cultura y Deportes de Canarias, 1990)

Otro mar (Anagrama, 1992)

El anillo de Clarisse: tradición y nihilismo en la literatura moderna (Edicions 62, 1993)

Conjeturas sobre un sable (Anagrama, 1994)

Ítaca y más allá (Huerga y Fierro, 1998)

Microcosmos (Anagrama, 1999)

Utopía y desencanto: historias, esperanzas e ilusiones de la modernidad (Anagrama, 2001)

Lejos de donde: Joseph Roth y la tradición hebraico-oriental (Eunsa, 2002)

La exposición (Anagrama, 2003).

No hay comentarios.

¿ QUIERE DEJAR UN COMENTARIO ?