La dignidad humana de las mujeres es una realidad que preocupa a las iglesias cristianas; se habla incluso de un desafío que pone a prueba la credibilidad del cristianismo y de las religiones. En este contexto, el aporte de y el desafío a la teología se evidencia indiscutible en cuanto que ella podría constituir una mediación valiosa al servicio de la comprensión de la realidad y una orientación oportuna para alentar los cambios personales y estructurales que se requieren para una vida más justa y evangélica. Al mismo tiempo, cuando la teología trata de pensar nuevas experiencias y dimensiones sociales, necesita escuchar las voces de las otras disciplinas humanas y sociales para enriquecer su modo propio de conocimiento. Por otra parte, las relaciones entre teología, antropología y género ofrecen un motivo de creciente discernimiento y reflexión en nuestro ámbito, si se tienen en cuenta las transformaciones sociales y culturales del presente. En este marco, esta presentación quiere plantear una aproximación de la teología al género y destacar la desigualdad de género 1 como una realidad interpelante para la visión cristiana.

 

Sobre el concepto de género no hay una única visión y tampoco se trata de una conceptualización simple. A diferencia de las categorías de clase social o etnia, que han sido instrumentos analíticos desde hace mucho tiempo, la categoría género es una herramienta de reciente creación y su uso no está generalizado. Actualmente, las teorizaciones al respecto han rebasado el marco feminista inicial y se han extendido entre los científicos sociales –especialmente del ámbito anglosajón, lo cual da mayor precisión al término–. Con todo, es importante dejar en claro que el género es una categoría analítica central de la teoría feminista 2 y, por lo tanto, no puede separarse de sus objetivos si se quiere entender el sentido principal de su incorporación. Como señala Lamas, “la comprensión del concepto de género se ha vuelto imprescindible, no sólo porque se propone explorar uno de los problemas intelectuales y humanos más intrigantes –¿cuál es la verdadera diferencia entre los cuerpos sexuados y los seres socialmente construidos?–, sino también porque está en el centro de uno de los debates políticos más trascendentes: el del papel de las mujeres en la sociedad” 3.

 

En efecto, el género resulta muy útil para la apasionante tarea que se propone la antropología en orden a desentrañar los significados de la cultura en la que vivimos, aunque actualmente este instrumental se utiliza más productivamente en la teoría política y en la filosofía. Por otra parte, emplear la categoría de género para referirse a la diferenciación, dominación y subordinación entre varones y mujeres, obliga a remitirse a la fuerza de lo social y abre la posibilidad de la transformación de costumbres e ideas.

 

Para decirlo muy brevemente: el género muestra su capacidad de desocultar y de transformar –en la medida en que posibilita evidenciar las causas– la desigualdad entre varones y mujeres que se encuentran fijadas a partir de las diferencias biológicas. Dado que lo biológico es pensado como natural e inmutable, es comprensible que muchas feministas hayan querido sacar el debate del terreno de lo biológico. Lo social, en cambio, aunque resulte con frecuencia más arduo para su transformación, está asimilado a lo transformable 4. En definitiva, como recuerda Griselda Gutiérrez, la incorporación del instrumental de género responde a la insuficiencia de otras categorías para explicar la desigualdad:

 

“Las distintas líneas teóricas para sustentar una perspectiva de género analítica pueden ser actualmente motivo de discusión respecto de la pertinencia y productividad de unas u otras alternativas. Pero lo que quizás, más allá de los debates iniciales, sea hoy un punto de consenso, es que la acuñación de ese concepto respondió a un giro estratégico con implicaciones de distinta envergadura; las más explícitas y atinentes a las preocupaciones feministas, agudamente señaladas por Joan Scott, serían: ‘…reivindicar un territorio definidor específico, de insistir en la insuficiencia de los cuerpos teóricos existentes para explicar la persistente desigualdad entre mujeres y hombres’” 5.

 

Por el mismo motivo, la teología que busca promover la dignidad humana y la equidad en las relaciones interpersonales encuentra en los estudios de género un aporte valioso para conocer la realidad humana y social, a la vez que para procurar su liberación de toda clase de opresión y discriminación.

 

En las últimas tres décadas, se ha dado la confluencia de diversas tendencias dentro de las investigaciones académicas que ha producido una comprensión más compleja del género como fenómeno cultural. Las fronteras del género, al igual que las de la clase, se trazan para servir a una gran variedad de funciones políticas, económicas y sociales; estas fronteras son a menudo movibles y negociables. Entre los estudios pioneros, se suele mencionar la definición de género dada por la historiadora Joan Scott, considerada como punto de referencia generalizado en el ámbito académico. Entre sus méritos, se encuentra la promoción de un uso no esencialista, sino histórico del género; además, es interesante ver cómo intenta señalar el vínculo entre el ámbito de lo psíquico y el ámbito de lo social. Según Scott, la definición del género tiene dos partes y varias subpartes, interrelacionadas, pero distintas analíticamente.

 

“El núcleo de la definición está en una conexión integral de dos proposiciones: el género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos; y el género es una forma primaria de relaciones significantes de poder. Los cambios en la organización de las relaciones sociales corresponden siempre a cambios en las representaciones de poder, pero la dirección del cambio no va necesariamente en un sentido único” 6.

 

Hablar de género es plantearse el tema de las relaciones sociales y las posibilidades de transformación en ellas. El género se basa en las diferencias sexuales y es una forma de expresar la dimensión de poder presente en las relaciones. Evidentemente, si existe subordinación o dominación social, está mediada por las representaciones de género, que son susceptibles de modificarse –por ejemplo, cuando son causa de desigualdad o cercenan el desarrollo humano de las mujeres–.

 

Perspectiva de género y teología

 

Si la perspectiva de género es considerada como un instrumental útil para analizar las situaciones de asimetría social y para alentar una mayor equidad de relaciones –en la familia, en la sociedad o en las instituciones civiles y religiosas–, la teología puede plantearse el desafío y la oportunidad de esta mediación socio-analítica para ampliar y profundizar sus puntos de vista. En efecto, la perspectiva de las mujeres, la epistemología feminista y los estudios de género, han hecho ya su irrupción en el ámbito de las ciencias y plantean un reto a la teología en cuanto a su abordaje y discernimiento. La crítica rigurosa que plantean las pensadoras feministas a la epistemología resulta particularmente distintiva: cómo afecta la construcción socio-cultural del género en la producción de conocimiento en general y en el establecimiento del contrato social y del orden político en particular.

 

Creo que una razón decisiva para pensar en la incorporación de la categoría de género en teología es la realidad de la inequidad de género y su lectura como iniquidad social. Cuando la constitución conciliar Gaudium et spes habla de la comunidad humana, destaca la igualdad esencial entre todas las personas y la justicia social: “hay que eliminar, como contraria al plan de Dios, toda forma de discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión” (GS 29) 7. La desigualdad y la discriminación son consideradas claramente como opuestas al designio de salvación, es decir, como situaciones de pecado social. La igualdad fundamental que se afirma no pretende postular un simple igualitarismo, sino que se refiere a los derechos de la persona y a su libre ejercicio, a la igualdad de valor o dignidad, no a la igualdad de cualidades de las personas humanas.

 

De la triple discriminación que plantea el texto magisterial, sin duda la que logró mayor impacto y desarrollo –incluso ya durante la celebración del Concilio Vaticano II– ha sido la desigualdad socio-económica. Está fuera de toda discusión que los pobres y excluidos han ocupado un lugar central en la solicitud y reflexión del magisterio y la teología de las últimas décadas, como lo ilustra en sentido amplio el movimiento teológico latinoamericano sobre la liberación integral y la opción por los pobres, que alcanza su universalización en 1987 con la encíclica Sollicitudo rei socialis de Juan Pablo II. No obstante, la problemática relativa a las desigualdades sufridas por las mujeres también ha ido cobrando importancia a partir de los distintos movimientos prácticos y teóricos impulsados por ellas. Por otra parte, que en 1988 se publique Mulieris dignitatem confirma que el magisterio católico se hace eco de esta preocupación.

 

Si la desigualdad de género constituye un problema humano y social fundamental, puede decirse que la teología está llamada a impulsar su discernimiento y su superación. La pregunta central que queda planteada es dónde radica o arraiga esta inequidad: ¿en la diferencia biológica?, ¿en la construcción social que se elabora a partir de ella? Si surge en la interpretación social de la diferencia sexual, el asunto prioritario estaría en la revisión y transformación de las relaciones de género en la medida en que éstas generan desigualdad. Se trata, ciertamente, de un complejo mundo de representaciones, simbolizaciones y acciones, en las que tanto varones como mujeres tenemos parte y responsabilidad. Asomarnos a este profundo entramado que subyace a la vida cotidiana, se justifica si es en aras de una vida de vínculos familiares y sociales más acorde al humanismo cristiano.

 

El espíritu de diálogo que la Iglesia ha alentado a partir del Concilio Vaticano II debe seguir animándonos para asumir las realidades y los problemas que afectan a la dignidad humana. Un diálogo que la teología necesita practicar, además, con otras disciplinas sociales y humanas para capacitarse mejor a la hora de abordar, entender y responder a los desafíos del presente.

 

 

 


1. El reconocido economista Amartya Sen describe siete tipos de disparidad entre varones y mujeres a escala universal: 1) desigualdad de mortalidad, basada en las diferencias de nutrición y salud que reciben las mujeres (norte de África y Asia, incluyendo China y sur de Asia); 2) desigualdad de natalidad, a causa de la preferencia de los niños sobre las niñas en las sociedades patriarcales y las prácticas de aborto selectivo conforme al sexo (este de Asia, China y Corea del sur, entre otras regiones); 3) desigualdad en el acceso a educación, tanto en Asia y África, como también en América latina; 4) desigualdad en oportunidades especiales de educación superior y praxis profesional, también visibles en países desarrollados de Europa y Norte América; 5) desigualdad profesional, referida a división sexual del trabajo y del ejercicio profesional; 6) desigualdad en la propiedad de vivienda y territorio, lo cual repercute en las actividades comerciales, económicas y sociales; 7) desigualdad doméstica, relativa a los roles y las responsabilidades que desempeñan las mujeres en el ámbito privado de la casa y la familia. Cf. A. Sen, “Many Faces of Gender Inequality”, 2001, http://www.ksg.harvard.edu/gei/Text/Sen-Pubs/Sen_many_

faces_of_gender_inequality.pdf.

2. Cf. M. Lamas, El género. La construcción cultural de la diferencia sexual, México 2003, 10.

3. Lamas, “Introducción”, en: El género, 10.

4.  Cf. Lamas, “La antropología feminista y la categoría de género”, en: El género, 97-125, 102ss.

5. G. Gutiérrez Castañeda, “La perspectiva de género y su contribución al horizonte epistémico contemporáneo”, en: Perspectiva de género: cruce de caminos y nuevas claves interpretativas. Ensayos sobre feminismo, política y filosofía, México 2002, 13-20, 13.

6. J. Scott, “El género: una categoría útil para el análisis histórico”, en: M. Navarro – C.R. Stimpson (comp.), Sexualidad, género y roles sexuales, México 1999, 37-75, 61. Este ensayo fue preparado en una primera instancia para su presentación en la reunión de la American Historical Association, en New York, el 27 de diciembre de 1985.

7. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constituciones, Decretos, Declaraciones, Madrid 1993, 351. Cabe recordar que el texto sigue con una observación relativa a las mujeres: “Pues es realmente lamentable que los derechos fundamentales de la persona no estén todavía bien protegidos en todas partes. Por ejemplo, cuando se niega a la mujer el derecho a elegir libremente esposo y adoptar un estado de vida o acceder a una cultura y educación semejantes a las que se conceden al varón”.

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