La historiadora Patricia Roggio muestra que el estudio del mundo del trabajo desde una perspectiva de género es un universo relativamente poco explorado en la historiografía cordobesa. Otra constatación es quizás más importante. Este universo laboral femenino analizado –trabajadoras de la confección a domicilio de las primeras décadas del siglo XX– constituía uno de los eslabones más débiles de la condición obrera, con escasa presencia social y casi nula o por lo menos tardía organización gremial, absoluta desprotección estatal, carencia de legislación laboral protectora, jornadas desmedidas, espacios de trabajo antihigiénicos, salarios irrisorios, etc., y todo esto sumado a su labor doméstica cotidiana, la crianza de los hijos y la responsabilidad por la casa, dejada a su exclusividad.

 

Un futuro menos injusto se construye sobre la memoria de las víctimas. La posibilidad de que los padecimientos del pasado no vuelvan a repetirse reside también en la memoria. El artículo tiene el mérito de llamar la atención sobre sufrimientos indecibles en biografías sin nombre, que han quedado ocultos, incluso para sus mismos contemporáneos. Considero que es un deber primordial de un universitario el sacar a la luz los sufrimientos humanos, recordar lo que ordinariamente queda en el olvido. Es una forma de resistencia y solidaridad. En alguna medida, este sentimiento y esta responsabilidad explican esta “colección de género”: las injusticias y las lágrimas han tenido en la historia, también en Córdoba, sobre todo, rostro de mujer. Constatamos una vez más la dimensión de una de las injusticias más profunda y extensamente radicadas en la historia de la cultura humana; no existe casi época, cultura o religión que no hayan permitido, incluso favorecido, injusticias por razón del género, tanto en la vida familiar como en la vida pública. Las universidades deben decirlo una y otra vez, con perseverancia y creatividad.

 

El trabajo de Élisabeth Parmentier, profesora en la Facultad de Teología Protestante de la Universidad de Estrasburgo (Francia), refleja desde distintos ángulos algunos de los principales desafíos de la reflexión teológica hecha por mujeres a la luz del proceso de las últimas décadas. En particular, la autora detalla la difícil relación con la propia tradición y las iglesias cristianas y afronta la problemática de aquellas teologías que han decidido desvincularse de dicha tradición. Su opinión: “me parece posible permanecer en mi familia confesional, cuestionándola críticamente y haciendo propuestas para su reconstrucción”. Una de las constataciones más relevantes la constituye la percepción de que la teología feminista se ha diversificado con el tiempo no sólo por sus opciones teológicas, epistemológicas y metodológicas, sino también a partir de las experiencias de las mujeres. Se ha ido gestando una conciencia más aguda de la importancia del contexto vital y de las características propias de la experiencia de las mujeres según su realidad geográfica, histórica, política, cultural. Así es como en los años 80 aparecieron las teologías feministas del Tercer Mundo, siguiendo la huella de los desarrollos de las teologías contextuales. Precisamente, el artículo de Lucía Riba, profesora en la Universidad Católica de Córdoba, describe las fases de la teología feminista latinoamericana, el proceso en la Argentina (con sus múltiples iniciativas) y la terminología conceptual utilizada que subraya la importancia del lenguaje en el camino recorrido. Como Parmentier, “creo en las virtudes homeopáticas de una constante infusión feminista en todos los niveles”. Advierto sus efectos ya en las universidades en que trabajo.

 

El aporte de Raúl Concha Grau, profesor chileno, muestra con claridad las dificultades y los caminos de un diálogo intercultural todavía incipiente. Sin negar los aportes que pueden provenir de la modernidad europea, el autor se suma a la crítica hoy extendida acerca de que es imposible elaborar un concepto universalmente válido de emancipación femenina que atienda en profundidad a los complejos contextos culturales regionales. El núcleo del artículo pretende mostrar, a partir de algunas biografías concretas, que las mismas tradiciones religiosas de la India contaban con matrices propias para elaborar una crítica humanista en orden a promover una corriente feminista auténticamente hindú y moderna, a la vez. En contextos adversos, mujeres místicas, con conductas poco convencionales y espiritualidades muy personalizadas, se ven impulsadas a desarrollar soluciones creativas. El texto refleja también la diversidad de cosmovisiones y costumbres, antiguas y más recientes; también los difíciles procesos de reinterpretación de dichas tradiciones.

 

La atención brindada en esta “colección de género” a esta problemática interreligiosa refleja la conciencia, con palabras de J. Ratzinger en su diálogo público con J. Habermas, que “hoy la interculturalidad es una dimensión imprescindible de la discusión en torno a las cuestiones fundamentales del ser humano, que no puede ser llevada a cabo únicamente dentro del cristianismo ni de la tradición racionalista occidental. Es cierto que ambos se consideran, según sus respectivas autocomprensiones, como universales, y lo son quizá también de iure. De facto tienen que reconocer que sólo son aceptados en partes de la humanidad, y que sólo son comprensibles para partes de la humanidad” (Werte in Zeiten des Umbruchs, Freiburg 2005). De allí que estos aportes no deban ser considerados como muestras más o menos exóticas, sino como reflexiones que tocan el corazón del problema que nos ocupa.

 

El artículo de Stephen Pope, profesor en Boston, examina los argumentos empleados por el magisterio de la Iglesia católica en su oposición al reconocimiento civil/matrimonio de personas homosexuales. Ciertos aspectos de la mayoría de esos argumentos, piensa el autor, los vuelven problemáticos para el debate en sociedades pluralistas. El más plausible de ellos, opina, concierne a la salud del matrimonio como institución en la que los adultos adoptan la responsabilidad de criar a los hijos. Pero, advierte, si el magisterio desea presentar un argumento más persuasivo para sustentar su oposición a estos matrimonios debe desarrollar esta línea de pensamiento y descartar la práctica de encasillar a las personas gay según estereotipos negativos. El texto muestra también que la aplicación práctica de principios morales generales en escenarios sociales concretos ofrece, de hecho, una cierta diversidad en episcopados de varias partes del mundo.

 

Asimismo el trabajo de Pope pone de manifiesto la compleja inserción de las instituciones religiosas en los procesos de diálogo y consenso característicos de las sociedades abiertas. Dichas instituciones, la Iglesia católica, especialmente en Occidente, se encuentran en difíciles y desafiantes procesos de aprendizaje en materias que por centurias plantearon de otra manera. De allí también que las sociedades políticas deban tener paciencia con las instituciones religiosas. Éstas viven, lo expliciten o no, transformaciones profundas, a menudo no voluntarias, que prueban a fondo la psiquis de las personas y las identidades de las comunidades. El cambio quizás más importante se advierte en el progresivo desplazamiento del catolicismo como elemento central de la identidad; de haber constituido en cierto modo la representación de la identidad nacional, el núcleo principal de la cultura, pasar a ser una identidad particular entre otras, en una mesa de diálogo de iguales, donde cuentan más la validez y capacidad de convicción de las argumentaciones que la importancia de las autoridades o tradiciones que las sustentan. Pienso que múltiples intervenciones públicas de la Iglesia, que a muchos cristianos les parecen evidentes y a muchos ciudadanos intolerantes e intolerables, están teñidas por esta problemática más amplia. En este sentido, creo que para entender los problemas de la inserción adecuada de la Iglesia católica en el ámbito público actual son necesarias perspectivas teológico-culturales de largo aliento, extendidas en el tiempo.

 

A los dirigentes de la Iglesia se les demanda hoy, de modo particular, una doble consideración: por una parte, auto-conciencia de las limitaciones, profundas y milenarias, que han tenido sus discursos (con sus prácticas correspondientes) sobre la sexualidad, sobre el valor de lo corpóreo y el significado del placer, sobre el sentido y el lugar de las mujeres en la Iglesia y en la sociedad, etc. Con los estudios hoy existentes esta afirmación no requiere ya prueba ulterior. Esta actitud ayudaría a comprender mejor, sin desautorizarlos rápidamente, por qué un número importante de contemporáneos no esperan del cristianismo y de las Iglesias un aporte humanista, ya no desean escuchar sus declaraciones, más aún, a menudo les producen fastidio y rechazo. Una Iglesia más crítica de sus propias teorías y prácticas facilitaría su tarea: la haría más creíble y audible. Por otra parte, parece imprescindible adquirir una mayor conciencia de la complejidad de los asuntos que se discuten públicamente, de los diversos niveles que se implican en los argumentos utilizados. Esta doble conciencia colaboraría a entender mejor los problemas, a adoptar actitudes más constructivas y dialogales, a encontrar un lenguaje más respetuoso de personas en cuyas biografías se esconden frecuentemente muchos sufrimientos.

 

Me parece también que aquellos que no comparten la tradición cristiana o que son muy sensibles a los errores del pasado, deberían dar una oportunidad a muchos cristianos y cristianas que intentan escuchar, ofrecer lo propio sin imponer, en cuestiones tan decisivas para una sociedad abierta. Constituiría un aporte positivo si estos actores sociales no excluyeran, por principio, que, desde aquella tradición actualizada y reinterpretada, pueden provenir ideas e impulsos estimulantes en orden a una convivencia más justa.

 

En una declaración del 20 de abril de 2005, con ocasión de la pronta aprobación por parte del parlamente español del matrimonio entre personas homosexuales, diversas confesiones religiosas españolas, entre ellas la católica, solicitaban un espacio de diálogo: “cualquier modificación de la institución matrimonial requiere una profunda reflexión y un amplio diálogo y consenso social, de modo análogo a lo que ocurre con importantes instituciones del Estado” (www.confe renciaepiscopal.es). El pedido es, en sí mismo, inobjetable. Pero uno podría preguntarse: ¿por qué no se favorecieron antes espacios para dichos diálogos? ¿Por qué no se buscó antes el consenso social mediante múltiples iniciativas? El pedido puede dar la impresión de que recién se demanda tiempo y diálogo cuando se ha perdido la mayoría, cuando no se tiene ya la protección ideológica del Estado y se está frente a una batalla perdida. También los obispos católicos del Canadá han propuesto el recurso a un mecanismo contemplado por la Carta de los derechos humanos de ese país, la cláusula notwithstanding (no obstante), que permitiría establecer una moratoria de cinco años antes de legislar. “En estos momentos hay una gran necesidad de un diálogo racional basado en la realidad en lugar de la emoción” (www.cccb.ca/PublicStatements.htm? ID=1642), aseguran. En este sentido, pienso, no deberían desautorizarse los espacios de diálogo ya creados.

 

Al respecto, encuentro muy feliz una formulación en un texto ecuménico referido al diálogo sobre asuntos morales, que puede ser aplicada de manera más general: “En el diálogo, primero debemos tratar de entender los puntos de vista morales y las prácticas de otros tal como ellos las comprenden, de modo que cada uno pueda reconocerse a sí mismo en las descripciones. Sólo después podemos evaluar a los otros a partir de la propia tradición y experiencia” (www.wcc-coe.org/wcc/who/crete-08-e.html). La inclusión en el libro de 2005 del artículo del profesor de la Catholic University of America, Washington, Ronny Jenkins, persigue esta finalidad: sacar a la luz las ideas y argumentos en orden a lograr una comprensión más precisa de la oposición de la Iglesia a las iniciativas de políticas públicas orientadas al reconocimiento civil de las uniones de personas homosexuales. El texto aborda esta problemática de un modo indirecto, a través de la discusión de una primera fuente de doctrina y jurisprudencia en materia de homosexualidad y matrimonio: las decisiones judiciales del Tribunal de la Rota Romana del Vaticano. Hay aquí una fuente de información compleja y detallada.

 

Advierto otra insuficiencia importante en la manera de afrontar esta problemática. Acudo a un ejemplo. El reconocido teólogo moral católico E. López Azpitarte afirma que “no tendría dificultad en reconocer que ciertas demandas” referidas a reformas en la legislación civil sobre la homosexualidad le parecen “justas y objetivas” (Amor, sexualidad y matrimonio, Buenos Aires 2001). En esta línea, considera el autor, “la reforma del derecho penal para no considerar como actos criminales las relaciones homófilas que no atenten contra el bien común, es también aceptable”. La pregunta que puede hacerse, a mi parecer importante para la credibilidad de las actitudes y del discurso eclesial, es si los cristianos sólo deben “aceptar” cambios que modifican situaciones valoradas como injustas o, más bien, deben asumir la iniciativa y el liderazgo para promover con energía y creatividad leyes más justas, más atentas a los derechos de las personas. Si se admite que hay derechos justos no reconocidos, ¿cómo es que no se toman iniciativas para remediar esta situación? Si las disposiciones legales actuales referidas a la situación de personas homosexuales no satisfacen las demandas de justicia reconocidas, por ejemplo, por los obispos norteamericanos, esta situación implica, al menos –argumenta Pope– que los obispos deben comprometerse a trabajar para la reforma del sistema legal de modo que puedan reconocerse dichos derechos. Más aún, la agenda incumbe particularmente a los obispos, en el caso norteamericano y en varios otros, dado que ellos han realizado un esfuerzo concertado dispuesto a obstruir una legislación destinada precisamente a satisfacer esas demandas. Si esa fuera la conducta, el discurso adquiriría más posibilidades de ser escuchado. ¿Por qué estos procesos de humanización y de búsqueda de la justicia no tienen su origen también en la Iglesia y los cristianos? ¿Qué barreras teóricas o costumbres impiden mirar el problema de esta manera? Por lo demás, estamos situados en el núcleo de los desafíos que la modernidad le ha planteado a la religión (en Occidente, al cristianismo): ¿es ella una fuente de humanización y de justicia? Desgraciadamente, esta falencia, que a mi juicio muestra una sensibilidad inadecuada y que dificulta el acto de creer de un hombre del siglo XXI, no es nueva: un fenómeno parecido ha sucedido con los movimientos de emancipación de las mujeres.

 

¿Y la Argentina?

 

Parece que estimular procesos y espacios de diálogo serenos, que ayuden a entender otras perspectivas y a precisar la propia, sobre temas tan decisivos para la construcción de identidades personales y sociales, no pertenece a la agenda de muchos cristianos, más aún, de muchos ciudadanos. Parece que las posiciones están claras, las trincheras solidificadas y las fronteras definidas. No dejo de recordar algo que debemos aprender todavía: a partir de las innumerables y tristes experiencias del pasado sabemos ya que muchas ideas “claras y distintas”, provenientes de diferentes cosmovisiones religiosas y laicas, tienen las manos manchadas con sangre. El siglo XX ha sido sólo el capítulo más reciente de una historia de intolerancias. El espacio que se abre no es al relativismo sin valores, sino a una conducta que, alimentada por la memoria de las víctimas de la historia, busque con pasión la salvaguarda de los derechos de cada hombre y mujer. Sólo impregnados con esta memoria y esta pasión un discurso religioso puede ser creíble, digno de ser atendido por los hombres y bendecido por Dios.

 

 

 


* Dos de ellos se comentan en este mismo número:

Mujeres, género y sexualidad.

Una mirada interdisciplinar, Educc, Córdoba 2003;

Religión, género y sexualidad.

Análisis interdisciplinares, Educc, Córdoba 2004;

Cultura, género y homosexua

lidad. Estudios interdisciplinares, Educc, Córdoba 2005.

Es posible consultar los índices e introducciones en la página web de la Universidad

(www.uccor.edu.ar.).

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