El alemán Frank Castorf, director del Teatro Popular de Berlín, considera la provocación un método de pensamiento y al teatro una vía de indagación y de intervención en la sociedad para modificarla. La adaptación de textos narrativos y teatrales es una constante en su producción. Este trabajo le permite poner en escena su mirada política del momento actual, signado como está por un creciente individualismo y la contradicción de que la democracia conviva con la injusticia y la falta de libertad. Se explica así su interés por la obra de Tennessee Williams un rebelde frente a una sociedad agonizante y en particular por Un tranvía llamado deseo, donde el personaje de Blanche por encarnar la figura del distinto es víctima de la incomprensión y la exclusión final en un mundo fracturado social y moralmente.
El texto es, sin embargo, apenas un punto de partida de esta versión muy libre a través de la cual Castorf pretende hacer reflexionar sobre los devastadores efectos del capitalismo globalizado: el individualismo exacerbado hasta la violencia, la trivialización de los valores y los afectos, la pérdida de la intimidad y el culto a la imagen, la incomunicación y la frustración. Para ello no sólo recurre a modificaciones textuales la acción se traslada a nuestros días y Stanley Kowalski es un ex miembro de Solidaridad, entre otros cambios, sino que además apela como es habitual en él a cruces con el cine y la cultura popular, en especial la americana, mediante la música, algunas secuencias dramáticas como la del asesinato en la ducha de Psicosis de Hitchcock y la configuración de los personajes: el Stanley de esta puesta contrasta con el de M. Brando en la versión filmada y Stella responde al estereotipo de una Barbie. A todo esto se agrega una fusión de estéticas que hacen que la puesta transite entre un naturalismo estilizado, el grotesco, la parodia y la comedia musical. Se incluyen además secuencias metateatrales donde los personajes interactúan con la realidad extraescénica el público y el cartel con el subtitulado, con el escenario, que se inclina para desestabilizarlos, y con las propias imágenes que difunde un televisor en escena a partir de una cámara estratégicamente ubicada.
El elenco de la Volksbühne am Rosa-Luxemburg-Platz uno de los espacios culturales más in-novadores de Alemania responde adecuadamente a las particulares exigencias de actuación de esta propuesta: exigido manejo corporal y vocal por el énfasis dado a la mímica y al gesto y por la artificiosidad deliberada en el tono y tránsitos abruptos de una situación emocional a otra. La iluminación y la escenografía se suman al impacto visual que provoca este espectáculo que con espíritu ciertamente lúdico y humorístico pretende contrarrestar el estado terminal de una sociedad enferma.
El humor también está presente, aunque con otro sesgo, en la admirable versión que de Noche de reyes ofreció el renombrado director británico Declan Donnellan al frente de un elenco ruso: la Chekhov International Theatre Festival. Esta comedia de Shakespeare explora, a través de una serie de enredos derivados de la confusión y del cambio de identidad y género Sebastián idéntico a Viola y ésta transformada en Cesáreo las complejidades de la pasión amorosa y de la conformación del yo y, en un segundo término, la fatuidad del soberbio.
Fundador de la Royal Shakespeare Company Academy de Stratford Upon Avon, Donnellan maneja con delicado equilibrio esta puesta al día del texto. Por una parte, respetando la tradición isabelina, opta por un elenco enteramente masculino pero, a la vez, traslada la acción al presente mediante un vestuario austero pero sugestivo por el uso del color, que vira del negro al natural en consonancia con el desarrollo de la trama. Columnas de tela en la misma tonalidad constituyen el diseño escenográfico, al que se añaden unos pocos e indispensables elementos de utilería. Dentro de este marco, y con un ritmo preciso y acompasado que permite fundir una escena con la otra sin que quede el escenario vacío, se mueven con gran solvencia los actores, varios de los cuales se desempeñan a la vez como músicos. Por todos estos méritos, la puesta logra acabadamente el propósito que declara el autor en el cierre de la canción final: complacer al público, que así lo evidenció ovacionando al elenco.