La tipología que presentaremos trata de identificar funciones que puedan ser utilizadas en la formulación de diagnósticos y propuestas de políticas universitarias. Esas funciones son: formación de élites académicas, educación profesional, educación técnica, y educación general (cuasi profesional). El desafío posterior es integrar el desarrollo de estas funciones con los mecanismos, reglas e incentivos apropiados.

 

La educación en América latina y el Caribe ha sido relevante para lo que se denominó “desarrollo nacional”, un concepto que comprende funciones indirectas como el desarrollo de la identidad y la cohesión nacionales, el esbozo de la infraestructura social de conocimiento, la difusión de la cultura y, más generalmente, la función básica para el impulso modernizador. En este trabajo no se considerarán estas funciones sino aquellas que puedan servir al diseño de políticas educativas.

 

Una tipología esquemática y tentativa como la propuesta reconoce límites. Uno de ellos es que tales funciones no son excluyentes entre sí, puesto que ciertas actividades universitarias pueden ser clasificadas en una u otra categoría; otro es que esta tipología se aplica a instituciones que, en la práctica, ejercen más de una de estas funciones. Quizá éstas no sean fallas de nuestra categorización, sino problemas concretos de las instituciones que deben desarrollar distintas funciones y terminan confundiendo mecanismos e incentivos adecuados para unas u otras.

 

Formación de élites académicas

 

La función de las universidades tradicionales ha sido la formación de élites académicas. Ellas eran el epicentro del pensamiento y la enseñanza más refinada; y aún lo sigue siendo: son las Ivy Leagues, las Oxbridges y las Grandes Ecoles que todo país necesita para desarrollar una dirigencia competente. En los últimos tiempos, el trabajo de la élite académica combina generalmente enseñanza con investigación, en un proceso permanente. Si bien puede tener lugar tanto en universidades privadas como públicas, sus costos hacen que la alternativa privada sea la menos frecuente.

 

Comparada con otras funciones, la generación de nuevo conocimiento en estas instituciones es mucho más importante. En efecto, en ellas se concentra gran parte de la actividad científica, y es difícil concebir una alternativa mejor a esta función esencial.

 

Aun cuando las cuatro funciones, realizadas correctamente, cumplen un rol social, el desarrollo de élites académicas es el que tiene en ese aspecto un peso mayor, dada su particular conexión con el rol de la educación universitaria en la construcción de una nación.

 

Esta función corresponde a sólo una pequeña parte de los sistemas educativos universitarios, aun en los países más ricos (3% en Estados Unidos). Los costos por estudiante son necesariamente altos. Los mejores profesores reciben las mejores remuneraciones, la relación estudiante/profesor es baja, y la investigación se suma a los costos de la enseñanza. Sin embargo, dado que incluso en los países más ricos estos grupos de alta calidad son pequeños enclaves, los costos totales para mantenerlos son bastante modestos.

 

La investigación y la preparación de futuras élites requiere autonomía –entendida como libertad intelectual y económica– para dedicarse plenamente a sus propias búsquedas. De ello se deriva la necesidad de un apoyo público sustancial junto con el resguardo de las presiones generadas por los procesos de crecimiento masivo dentro de las universidades. Las élites académicas deben ser evaluadas por sus pares dentro de la profesión académica. Aquí es donde adquiere sentido la más amplia libertad académica.

 

Dos problemas asociados con esta función: en tanto se ha incrementado el desarrollo de élites académicas, en las últimas décadas ello es poco perceptible en América latina y el Caribe, y lo que existe corre el riesgo de ser absorbido, diluido o confundido con otras funciones.

 

Educación profesional

 

La función profesional es principalmente la de preparar estudiantes para un mercado de trabajo específico, que requiere educación formal avanzada. Se relaciona con la habilidad en áreas particulares, tales como la atención de la salud, el diseño de edificios, la resolución de disputas legales. Básicamente, nos estamos refiriendo a médicos, dentistas, veterinarios, ingenieros, arquitectos, abogados. En los últimos años, se han sumado a estas áreas tradicionales numerosos campos que incluyen las ciencias informáticas, especialidades de ingeniería y otras. Todas tienen en común el objetivo de trasladar las habilidades de una ocupación bien definida a un programa de materias y cursos.

 

Como ocurre con el desarrollo de élites académicas, los mejores programas profesionales no son masivos. Sin duda, puede suceder que estos programas cumplan el rol de formar élites, y los estudiantes de esas áreas culminen sus estudios con grandes posibilidades para integrar cuadros sociales y políticos que trasciendan sus campos específicos. Pero el propósito inmediato y lo que establecen los programas de estudio es la función profesional. Por ello, esta meta debe definir los criterios para evaluar su calidad.

 

En algunas de las mejores universidades se desarrolla también la investigación aplicada y se realizan grandes esfuerzos tecnológicos. Incluso los esfuerzos más importantes en materia de Investigación y Desarrollo tienen lugar en las mejores escuelas de Ingeniería y Medicina. De todos modos, ésta no constituye una parte esencial en la preparación de profesionales competentes: las escuelas profesionales no necesitan hacer investigación de manera sistemática para cumplir con sus fines.

 

No todas las instituciones profesionales son selectivas y elitistas. Sin duda, es posible brindar educación profesional seria y de calidad a gran cantidad de estudiantes. Una sociedad moderna requiere un vasto número de personas con habilidades específicas, que no pueden obtenerse a través del trabajo o por autodidactismo. El principal rol de las escuelas profesionales es proveer a la sociedad de graduados con habilidades bien definidas.

 

La educación profesional ha quedado prisionera de dos dificultades: laxitud, lo que deviene en educación cuasi-profesional (de la que hablaremos más adelante), y rigidez excesiva, lo que conduce al aislamiento y a una currícula obsoleta. A pesar de sus resultados exitosos y de haber desarrollado la función profesional de mejor modo que la de formación de élites académicas, se advierte, sin embargo, un deterioro real en esta actividad. Un buen ejemplo de ello es el del cuerpo de profesores: tradicionalmente estuvo compuesto por los mejores profesionales de cada país. Progresivamente, el porcentaje de estos profesionales fue disminuyendo en beneficio de académicos sin experiencia profesional y, todavía peor, por graduados recién recibidos sin habilidades prácticas ni académicas. La educación profesional requiere de ambos: de profesionales con práctica para las disciplinas aplicadas, y de aquellos con sólida formación académica para las disciplinas fundamentales.

 

Algunas de las consecuencias negativas de la función profesional son muy claras. Cuando se circunscribe sólo al ámbito universitario, entonces se aísla de las profesiones mismas y de sus respectivos mercados, especialmente frente a las demandas socio-políticas de mayor expansión. Los resultados son conocidos: desempleo, recursos inutilizados, empleo estatal excesivo (para evitar la protesta política), desprofesionalización y pérdida de legitimación.

 

El mecanismo clave para la educación profesional es el mercado. Este es el que debe establecer las necesidades básicas en función de cantidad y contenido de currículum. El mercado profesional específico también debe fijar los salarios de los profesores; de lo contrario, las universidades no están en condiciones de contratar a aquellos profesionales que son líderes en sus respectivas disciplinas. El mercado determina la competencia profesional, y no sólo el número de diplomas. Este mercado para graduados no debe ser necesariamente privado, ni se debe negar su función social; pero la capacitación profesional debe estar regida por demandas económicas más que por exigencias políticas o sociales. En la medida en que la demanda de estudiantes para incorporarse a la universidad sea mayor que los puestos de trabajo ofrecidos por los mercados profesionales específicos, la cuestión crítica será adecuar el número de diplomas a la demanda de éstos, ya que lo contrario no sucederá.

 

Dada la importancia de las habilidades específicas para el mercado, la educación profesional es buena candidata para la certificación individual de los graduados. Un requisito esencial para la formación es la vinculación con el ejercicio profesional. Complemento lógico de lo dicho, es la acreditación por programas profesionales, y no por instituciones.

 

Educación técnica

 

A diferencia de las funciones anteriores, la función técnica es relativamente nueva en la educación universitaria. Lo que hoy se conoce como tal no existía o se impartía como educación vocacional en el nivel secundario o en el trabajo. En mayor medida que las otras categorías, ésta tiene una definición limitada y está muy relacionada con las habilidades específicas requeridas por el mercado inmediato (por ejemplo, peritos contables, operador de rayos X, electrónica, fisioterapia). En sus orígenes, la mayoría de estos cursos se impartieron alguna vez en el nivel medio. Progresivamente, se han desplazado al postsecundario, y hay una clara tendencia a ubicarlos en niveles todavía más altos.

 

Es la función educativa menos ligada a una formación teórica y con una base cultural amplia. El sector privado es quien capta una parte desproporcionada de inscripciones. En contraste con la educación humanística, que provee de una base sólida y requiere un aprendizaje posterior de habilidades específicas, la educación técnica brinda las particularidades de una ocupación y pone escaso énfasis en temáticas generales.

 

Como la educación profesional universitaria, la educación técnica a veces es costosa; pero, en particular en el sector privado, suele no serlo debido a que los cursos tienden a ser breves. En América latina existen algunas instituciones públicas de este tipo que trabajan en contacto con la industria y en actividades aplicadas de Investigación y Desarrollo con éxito considerable. Este nuevo modelo de centros de tecnología industrial requiere posiblemente mayor atención como alternativa viable a la educación universitaria.

 

En Latinoamérica la educación técnica universitaria es escasa en proporción al sistema global. Como en el resto del mundo, o quizás agravado, el menosprecio por la tarea manual, el alto prestigio de la educación profesional, las aspiraciones al status académico, y los privilegios legales de tales funciones, han influido notoriamente en ello. El problema frecuente de la educación técnica es su tendencia a imitar a la educación universitaria convencional. De todos modos, en la medida en que crece el número de quienes pasan al nivel postsecundario, la naturaleza práctica y aplicada de esta educación aumenta las posibilidades de éxito de aquellos que tienen dificultades para manejar conceptos abstractos. Más aún, facilita la enseñanza de la teoría aplicada a esas áreas. Por tales razones, muchos países ven este modo de educación como una de las maneras expeditivas y eficientes de enfrentar la creciente demanda de educación postsecundaria, y ofrecer carreras convenientes a gran parte de la población.

 

La mayoría de las necesidades de la educación técnica universitaria son similares a las de la función profesional. Sobre todo, existe una gran relación con el mercado. Como en las escuelas profesionales, es el mercado quien define la calidad. Pero además, dada su particular adecuación a ocupaciones específicas, todo aquello que no corresponde a dicha preparación representa una considerable pérdida de tiempo, energías y dinero. En la medida en que el mercado es quien juzga la performance, es conveniente entonces que los mecanismos de dirección y de apoyo estén orientados por dichos criterios.

 

Educación universitaria general

 

Las sociedades necesitan personas con una amplia variedad de habilidades. Hemos visto que la educación postsecundaria constituye un medio para adquirirlas. Pero aun en ese nivel, existen diferencias en la naturaleza de las habilidades requeridas. Las áreas técnica y profesional demandan conocimientos muy específicos para su desarrollo. Un cirujano no puede aprender su tarea mediante la práctica. Sin embargo, hay ocupaciones que, si bien no exigen menos educación, requieren un conocimiento difuso y no-específico. Posiblemente exijan alto rendimiento en la universidad, pero las habilidades adquiridas no se aplican al contexto laboral. Ciertas tareas de gerenciamiento y la mayoría de los trabajos de oficina requieren más capacidad para aprender y elementos de juicio para decidir que habilidades para ser aplicadas mecánicamente a las tareas. En efecto, por lo menos la mitad de los puestos ocupados por graduados universitarios pertenece a esta categoría, y las economías modernas requieren cada vez más de dichas capacidades.

 

Estas ocupaciones presentan un desafío considerable a los sistemas educativos. ¿Cómo preparamos a nuestra gente para puestos donde no es posible enseñar de modo directo las habilidades que se requieren? Países como Estados Unidos han desarrollado carreras conocidas como ‘artes liberales’, que consisten en una amplia gama de disciplinas, que incluyen generalmente estudios clásicos, algunas ciencias sociales, historia, métodos cuantitativos, y otros. Para ocupaciones no-específicas, se ofrece a los estudiantes una educación no-específica, no-profesional. América latina, más por omisión que por diseño intencional, ha tomado otro camino: ofrecer educación profesional a aquellos que ocupan estos puestos.

 

El hecho es que el mercado en crecimiento para la educación universitaria parece descansar mayoritariamente en aquellas ocupaciones difusas que requieren educación, pero no necesariamente educación específica. Por lo tanto, el amplio remanente de las carreras profesionales engrosa la multiplicidad de ocupaciones de los sectores de oficina, comercio y servicios que, en una economía moderna, necesitan mejores niveles de educación.

 

Desafortunadamente, estas carreras no han sido diseñadas para la educación general en que, de hecho, se han convertido. Las instituciones universitarias de la región raramente se proponen una formación en ‘artes liberales’ como alternativa al evidente fracaso de las metas de la educación profesional.

 

La educación universitaria latinoamericana fue principalmente profesional en su función, pero hacia los ’60 el boom del ingreso produjo más candidatos para el mercado de trabajo que lo que las ocupaciones efectivas podían recibir. Parte de esta expansión incluyó a carreras que requerían altos costos fijos para su desarrollo (medicina, odontología, ingenierías). El boom alcanzó a la mayoría de las áreas tradicionales, que ahora se consideran, erróneamente, ‘saturadas’. Los ingresos y graduaciones superaron rápidamente las posibilidades de absorción de los mercados tradicionales para tales diplomas. Los graduados terminaron trabajando en áreas ajenas a sus estudios. Como consecuencia, la mayor parte de la educación universitaria tradicional se ha transformado en cuatro o cinco años de escolaridad adicional. En otras palabras: se mantiene como educación profesional en currículum y contenido, pero en realidad cumple un rol de educación general, porque los estudiantes no pueden encontrar trabajos acordes con sus diplomas y se ocupan en tareas y actividades que, si bien se benefician de su muy buena educación, no requieren de esa preparación profesional específica. Básicamente, son las actividades de oficina, administración y comercio que abundan en cualquiera de nuestros países.

 

Así, una gran proporción de ingresantes a la educación universitaria se desprofesionalizan, en tanto sus instituciones mantienen su currículum profesional, pero muchos de sus graduados no obtienen los trabajos que sus predecesores tenían: ello incluye a estudiantes de economía, administración, derecho, sociología, psicología, comunicación social. Aun la formación de maestros, quizá un caso extremo, es a menudo un área cuasi-profesional para las mujeres. Y es en estas áreas desprofesionalizadas donde se produce un excesivo número de ingresos y donde el sector privado fue pionero. La diferencia entre profesional y cuasi-profesional está dada por la coincidencia o no entre la demanda y la oferta. La cuasi-profesional es un área profesional donde la oferta ha excedido en gran medida la demanda de habilidades específicas en esa profesión. En este caso el producto es el mismo, pero el destino diferente.

 

En grandes universidades es posible encontrar algunas áreas que han mantenido el ritmo de ingreso acorde con el de la demanda del mercado, preservando de este modo la naturaleza de su educación profesional, junto a otras áreas que no lo han hecho. La importancia de la distinción es que cuando una carrera se ha desprofesionalizado, debería tener un tratamiento distinto. En principio no hay nada erróneo en las áreas cuasi-profesionales, en tanto las tratemos como lo que han pasado a ser.

 

En este sentido, no se debe confundir falta de coincidencia entre demanda y oferta con funciones educativas equivocadas. El tema es si los estudiantes reciben la educación más apropiada para los ‘puestos generales’. Nuestro argumento es que es posible y deseable implementar mejoras en esta dirección. Aquí, el concepto de calidad debe ser el de añadir valor, además de eficiencia. ¿Funciona bien esta educación para mejorar las habilidades de pensamiento, lectura, escritura, matemáticas, recolección de información, de modo que pueda mejorar la performance laboral y el obtención de mejores trabajos, dado los gastos que se realizan?

 

La performance dentro de esta categoría cuasi-profesional es muy variable. En relación con los niveles profesionales sobre los que se modelan, es por lo general pobre, no conduce a la obtención del puesto de trabajo esperado y desprestigia a la universidad. Pero no se debe confundir las expectativas personales no correspondidas con un mal resultado para la sociedad.

 

¿Hay acaso algo equivocado o improductivo con cuatro o cinco años adicionales de educación? No hay evidencia de que lo sea. Por el contrario, en el mercado, los graduados se desenvuelven mejor que aquellos que no tienen una educación universitaria. Sin duda, en los países en los que más de la mitad de los ingresantes cursan carreras cuasi-profesionales, parece erróneo suponer que millones de estudiantes pagan el costo de una educación que no tiene recompensas.

 

De todas maneras, estos programas podrían mejorar mediante transformaciones en sus contenidos y currícula. Por ejemplo, sería preferible insistir en los cursos que fortalecen las capacidades de aprender posteriormente, sumando disciplinas más generales y enfatizando la lectura crítica, los informes escritos, la resolución de problemas, la planificación de proyectos.

 

El tema central es si el estudiante –o la sociedad, en el caso de la educación gratuita– recibe lo mejor por lo que paga. La educación pública mediocre es generalmente muy cara para lo que es y la calidad de la educación privada es decididamente mediocre. Por esto, junto a la modificación y ampliación de los cursos en la dirección mencionada anteriormente, los objetivos principales son evitar gastos públicos excesivos en cursos no-excepcionales y manejar la pobre calidad de las instituciones privadas.

 

En cuanto a los mecanismos de control, los estudios cuasi-profesionales no deben abandonarse en la órbita del mercado, porque poco se puede esperar de éste en términos de mejorar y ajustar los programas y la currícula.

 

La educación cuasi-profesional juega un rol socialmente muy útil si se puede mantener el nivel de sus costos. Se trata de la educación masiva de fines de siglo: es particularmente apta para el desarrollo de diversos modos de instrucción (correspondencia, radio, TV, computadoras) que permiten buena calidad y bajos costos. Estos medios ofrecen oportunidades para expandir el sistema y alcanzar a clientes que, de otro modo, permanecerían fuera de las escuelas. Sin embargo, necesitan superar la sospecha pública y la crítica de los grupos de interés y los enemigos ideológicos. Por lo tanto, tienen que comenzar bien y ser apoyados por una estructura organizacional que evite el destino de ciertas iniciativas del pasado que fueron técnicamente exitosas pero políticamente débiles.

 

 

 


* Versión de uno de los capítulos de Higher Education in Latin  America and the Caribbean, publicado por el Banco Interamericano de Desarrollo (1996).

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