Aunque menos conocida que Seis personajes en busca de autor (1921), Enrique IV complementa, a la vez que profundiza, un planteo filosófico de pesimismo extremo. Su convencimiento de la imposibilidad de conocer la realidad por su indeterminación constante, lleva a Pirandello a explorar los límites entre ella y la ficción, teniendo en claro que todo sistema de pensamiento no es más que un intento por aprehender lo inaprensible. Si la personalidad es una construcción ficticia, una máscara a través de la cual el hombre procura aunque sin reconocerlo encauzar su cambiante existencia y encubrir su sufrimiento en la infinita comedia de ilusiones que es la vida, será válido preguntarse y esto es lo que hace el autor nuevamente qué es lo que diferencia a esta máscara de la teatral, deliberadamente asumida. El protagonista, que comienza identificándose con el rey alemán como parte del juego de una mascarada, creerá serlo durante doce años para luego, ya recuperado de su accidente, seguir representando este rol de por vida en un acto que es fruto de su libre elección. Este desenlace confirma la tesis pirandelliana de que sólo en el juego teatral se logra alcanzar la mayor conciliación posible entre vida y forma, entre lo espontáneo y lo predeterminado, entre instinto y razón.
La puesta en escena de Rubén Szuchmacher aborda el texto poniendo de relieve otra de las condiciones paradojales del teatro de Pirandello: su pesimismo y la densidad de sus ideas se expresan a través del humor. Para ello acentúa la índole fantochesca o ridícula de todos los personajes que, pasando por cuerdos y creyendo ser los burladores, terminan siendo los burlados y sospechados de su cordura. Para ello se sirve tanto del vestuario de un cromatismo violento y contrastante como de la marcación actoral de los personajes. Alfredo Alcón logra recrear magistralmente la personalidad dual de Enrique IV y transmitir a través de un texto, por momentos, complejo toda la desolación de quien constata la irreversibilidad de lo vivido, el dolor por el amor que no fue y los abismos de la existencia humana. Se destacan las interpretaciones de Elena Tasisto y Horacio Peña virtuales coprotagonistas, que tienen a su cargo duelos verbales de un brillante despliegue de ironía y sarcasmo. Sorprende la rigidez y falta de expresividad de Lautaro Vilo como el sobrino del protagonista. El desempeño del resto del elenco no supera lo aceptable. El cromatismo del vestuario y de la iluminación grises y luz atenuada para la ficción y colores vivos y luz destellante para la realidad deslinda plásticamente los dos mundos que se alternan en el texto.