Cada tanto, el maestro Krzysztof Zanussi viene a la Argentina. En 2001 presentó en el festival marplatense, fuera de concurso, una emotiva reflexión sobre la aceptación de la muerte, graciosamente titulada La vida como una enfermedad sexualmente transmisible. Pero en esa ocasión apenas estuvo un par de días. Ahora estuvo cuatro, para dar unas charlas en dos escuelas de cine y un centro cultural, el Borges, y presentar su última película.
Ahí estuvimos, presenciando además la alegría y la emoción que le dio encontrarse con los primeros difusores locales de su obra hace ya 35 años, a saber, la familia Vigo de distribuidores (don Vicente Vigo, su hermana, y su esposa). Gracias a ellos los argentinos pudimos conocer La estructura de cristal, El factor constante, Contrato de matrimonio, y varias otras de sus obras. Nosotros tratábamos con la empresa estatal polaca de cine, como era entonces, sin mucha posibilidad de contacto con los artistas, contaba Lina Vigo. Pero un día llegamos a la oficina, y había un muchachito esperándonos. Parecía que venía a buscar trabajo. La secretaria nos dijo que nos estaba esperando desde hacía rato. ¡Era el propio Zanussi, que venía exclusivamente a agradecernos la confianza que le tuvimos al haber comprado su primera película, cuando todavía no lo conocían suficientemente ni siquiera en su tierra!.
Otra emoción le causó encontrarse con el veterano crítico Armando Rapallo y el cineclubista Salvador Sammaritano, que en una época hasta pasó sus películas más filosofales por televisión abierta, y con buen suceso (algo impensable para los programadores actuales).
Tales encuentros ocurrieron en el Enerc, donde Zanussi presentó su nuevo film, Persona non grata, parcialmente rodado en Uruguay. Dicho sea de paso, quedó chica la sala del Enerc para la cantidad enorme de espectadores que se habían convocado, muchos de ellos seguidores del maestro desde hace décadas. Y él atendía a todos por igual, sonriendo y agradeciendo siempre, sin cansarse, y encontrando siempre algo interesante en cada comentario que los demás le hacían. Pero se alegró especialmente cuando alguien recordó a su discípulo y amigo Krzysztof Kieslowski, de cuya muerte pronto se cumplirán ya diez años.
Coprotagonizado por otro maestro, el ruso Nikita Mijalkov (y ambos son co-productores), Persona… refiere una historia de amor en medio de las intrigas del mundillo diplomático, centrándose en temas como la viudez, la amistad, el paso del tiempo, la continuidad de algunos malos hábitos que impuso el comunismo (espionaje, delación, coerción, etc.), las decepciones recientes, y la pérdida de confianza. Todos los luchadores de entonces tienen esa herida, ya no pueden vivir confiados en nada, dijo luego el autor, advirtiendo que la película puede resultar un tanto incómoda para algunos.
Quizá por eso mismo agradeció charlar con nosotros sobre algo más agradable: el recuerdo de su amistad con Karol Wojtyla. Aunque evita llamarse amigo. Es que ahora hay 40 millones de polacos que dicen haber sido sus amigos íntimos, explicó con su habitual sonrisa, para continuar: Lo conocí en 1959 en Cracovia, donde fui a estudiar (hasta que el gobierno cerró la Universidad en 1963), y coincidimos en escribir para un semanario católico, que era entonces la única revista independiente del país. El fue el obispo más popular de Cracovia, llamando la atención porque era completamente no-clerical. Parece que se sentía mejor entre los académicos, los filósofos, poetas y hombres de teatro, que entre los demás curas. Y estaba muy ligado al movimiento de intelectuales que protestaban contra la ola de nacionalismo antisemita que había entonces en Polonia (lo irónico es que al Partido Comunista Polaco lo crearon los hebreos, y que el propio conductor de ese momento estaba casado con una judía).
En 1966 me ayudó a vencer el recelo de los monjes para hacer mi película de tesis, La muerte del padre provincial. Ahí me demostró que entendía como pocos religiosos las reglas del espectáculo. Gracias a esa ayuda pude recibirme y hacer luego La estructura de cristal, premiada en Mar del Plata. Ese fue mi primer premio, mi primer viaje al exterior, y la oportunidad de conocer vuestro país, al que cada tanto vuelvo, apenas encuentro alguna oportunidad.
Cuando lo nombraron papa, y se convirtió en Juan Pablo II, el primer papa polaco de la historia, me tocó hacer De un país lejano, donde el objeto de la película, el propio Wojtyla, fue también el sujeto asesor, ya que se trataba de contar su propia vida hasta ese momento. Hablaba del rodaje con un profesionalismo muy particular, y mucho sentido de la percepción. Sobre esto me decía, por ejemplo, que se identificaba completamente con la mirada del personaje, pero se sentía alienado al ver su rostro, porque nadie recuerda bien su propia cara, y menos de perfil. Es que él, cuanto mucho, se miraba al espejo sólo para afeitarse, menos de tres minutos por día.
Años después hice No tengan miedo. Historia de un Papa, y Hermano de nuestro Dios, con diálogos que él había escrito en su juventud. Para entonces me había nombrado miembro laico de la Pontificia Comisión para la Cultura en el Vaticano, cargo en el que ahora he sido confirmado. Nos veíamos cada tanto, pero, repito, no puedo decir que fuera su amigo íntimo ni cosa parecida. La última vez que charlamos fue en el 2004, durante una audiencia que tuvo con unos chicos de la calle que bailaban breakdance. Le divertía ver ese tipo de bailes. Y sé que trató de mantener su buen humor el mayor tiempo posible.
Otra gente interrumpió la charla, y Zanussi debió atenderla. Horas más tarde ya se iba. Se susurra que podría volver en marzo, como jurado del próximo festival de Mar del Plata, pero esto todavía es apenas una posibilidad.
Dicho sea de paso, también en Persona non grata hay una mención a Juan Pablo II. Cuando el diplomático le pregunta a un joven buscavidas de su patria: ¿Sabes por qué tienes libertad?, el muchacho, aunque la política le resulta enteramente indiferente, sabe responderle: A Solidaridad y al Papa. Quizá también a Reagan y Gorbachov, pero no estoy demasiado seguro.