No es nuestra intención hablar aquí de la televisión ya le hemos dedicado un amplio editorial en el número anterior- o del fútbol ya se hablará en su momento, sino de las iniciativas para llevar, por medio de la televisión, el fútbol del mundial a las escuelas.
Más allá de lo poco atinado de las medidas propuestas, lo que se puso de manifiesto como señal altamente preocupante es que pueda haber constituído tema de ministros, secretarios, docentes y afines.
Se esgrimieron argumentaciones como que de lo contrario no irían los chicos a la escuela, o que los padres los autorizaban, o que habría que insertar a la escuela en la realidad social, o que desconocer la televisión y el fútbol era enseñar en el pasado, o que la escuela debería entretener, divertir y reflejar las alegrías del deporte.
Que todo esto y mucho más se haya podido decir, en los niveles que se dijo, es ya grave.
La escuela es un ámbito clave de la vida de las personas, con funciones específicas y determinadas finalidades. La discusión deja al descubierto la pobreza de conceptos al respecto. Muestra, una vez más, la falta de conciencia de la tarea que cada institución social debe cumplir, independientemente de la opinión de los opinadores y las encuestas de los encuestadores. Más allá de la anécdota y más allá del sentido común que hace que cada docente en cada caso concreto busque conciliar las exigencias lo mejor posible según contextos y posibilidades queda claro que esa educación de la que se habla en muchos debates no es la que debe impartir la escuela.
La escuela debe dar instrumentos precisos del conocimiento y del saber. No suple ni debe a la familia, al templo, a las plazas, a los bailes y a los estadios.