La vida de Heinrich von Kleist (1777-1811), hoy considerado como uno de los grandes dramaturgos alemanes, estuvo signada por la trágica contradicción entre su ansia interior de absoluto y la realidad relativa del mundo exterior. Su búsqueda de una justificación para la propia existencia se jalonó de una serie de decepciones en todo orden que se tradujeron en varios intentos de suicidio, meros ensayos posiblemente de esa “muerte personal” que ansiaba y que finalmente encontró descerrajándose un tiro, junto a su amiga Henriette Vogel, en las cercanías de Berlín.

 

Este entrecruzamiento entre literatura y vida en quien no sólo vivió sino que eligió morir trágica y teatralmente, fue lo que sedujo a Tantanian –actor, director y autor integrante del grupo El Periférico de Objetos– para la elaboración de esta obra. En ella convergen varias formas de escritura como posibles vías de acceso a la realidad: la del acta policial que registra el hecho acaecido con rigurosa minuciosidad –encarnada en la voz del personaje innominado–, la de las cartas que los suicidas envían antes de morir como parte de un texto mayor, abigarrado e irrepetible: la tragedia personal con la que Kleist como autor y protagonista a la vez, clausura su obra y su vida; y, naturalmente, la del propio Tantanian que intenta articular todas las otras.

 

Alejandro Ullúa –joven ex-becario de la Fundación Antorchas al igual que Tantanian– sortea exitosamente las dificultades que el texto, de una marcada impronta expresionista, ofrece: una acción que gira en círculos concéntricos sin crescendo dramático y sin soporte temporal cronológico, diálogos escasos y entrecortados y largos monólogos introspectivos en un registro poético bastante infrecuente en el teatro argentino.

 

La marcación de los roles más comprometidos en este último sentido, ha procurado evitar el tono grandilocuente y el sentimentalismo. La noche de nuestra asistencia al espectáculo, el personaje de Kleist estuvo a cargo de un actor suplente que se manejó con mesurada fluidez en el registro introspectivo. Betina Carvajales y Juan Carlos Puppo, inmersos en dos tiempos irreconciliables, el de la tragedia y el de la historia respectivamente, logran acabadas caracterizaciones en registros opuestos: el de la pura ambigüedad y el de la total certeza. La iluminación y el espacio escénico contribuyen a delimitar ambos tiempos. La pared-espejo a la que se enfrentan una y otra vez Kleist y Henriette y las sucesivas ropas de las que se van despojando funcionan como un soporte visual de ese camino de búsqueda y autoafirmación que emprenden al decidir adelantar su muerte.

 

Texto y puesta trascienden el mero propósito de “brindar un atisbo” –según palabras del propio Ullúa– del trágico final de un dramaturgo alemán del siglo pasado. En la problemática existencial de Kleist anida la compleja relación entre literatura y vida y a ella intenta aproximarse esta obra.

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