Enemigos íntimos es el flamante disco grabado en conjunto por Fito Páez y Joaquín Sabina. Ambos concibieron la obra repartiéndose las tareas a modo de pacto: el madrileño aportaría su pluma para las letras y el rosarino se ocuparía de los compases. Sin embargo, la división no parece haber sido tan rigurosa. O, al menos, es lo que se advierte en la mayoría de los 14 temas que componen esta placa.

 

La dupla se presenta tentadora para el mercado discográfico. Páez ya es un artista consolidado, aunque últimamente su música no alcance la riqueza de trabajos anteriores. Por ejemplo, “Mariposa tecnicolor” o “Soy un hippie”, ambos de su último disco solista Circo Beat, están lejos de “Carabelas nada” (Tercer Mundo, 1990) o “Pétalo de sal” (El amor después del amor, 1992).

 

Sabina es bien recibido en Argentina. Quizás “Y nos dieron las diez” fue la canción que lo hizo conocido masivamente. El español, que cultivó su imagen de galán maduro, un tanto bohemio y zurdo desesperanzado, ganó, además, la amistad de varios músicos locales. Con esas características, una placa en conjunto supone una apuesta estética atractiva, sin dejar de lado un redituable resultado de ventas.

 

En Enemigos íntimos hay una mixtura del Páez que todavía conserva aquella rica herencia musical de Lennon-Mc Cartney (en ciertos arreglos de vientos o en la propia concepción de los temas) con la de estos últimos tiempos, estrictamente ligado al pop (un par de ejemplos podrían ser El amor… y Circo…). Y, por otro lado, la poesía y las historias del Sabina fabulador, ése que cuenta cómo Soledad lo dejó en la mitad de un “te quiero” y que, aunque sabe que no era la más guapa del mundo, jura que era “Más guapa que cualquiera”, uno de los mejores temas del CD.

 

Cada uno puso lo suyo. Cumplieron el pacto. Algo así como un “toma y daca” en el que intentan equilibrar los platos de la balanza, jugando a la enemistad íntima. Es que ni Fito tiene el vuelo poético del español ni éste grandes melodías, salvo excepciones. No cantan bien: sus voces son desprolijas pero, aun así, logran que esa desprolijidad se vuelva pintoresca. Sobre todo el madrileño, que sabe cómo utilizar su ronca voz. Está claro: son dos viejos zorros que conocen los trucos de este negocio.

 

La confluencia de Sabina y Páez es interesante por momentos: allí están el melancólico “Yo me bajo en Atocha” –una postal magnífica de España–, “Si volvieran los dragones” –imaginando “si tuvieran corazón las autopistas… si en los escombros de la revolución creciera el árbol verde del placer”–, el original rap “Lázaro” o el pegadizo “Llueve sobre mojado” –corte de difusión donde participan Las Blacanblues en coros y enriquecen el tema considerablemente–.

 

No ocurre lo mismo con “La vida moderna”, “Tengo una muñeca que regala besos” o “Enemigos íntimos”, por ejemplo. En esos pasajes no existe la dupla o, en todo caso, se queda a mitad de camino. Se escucha a Páez, sólo a él y su sonido. ¿Y Sabina? No hay, entonces, una paridad (estética) a lo largo de la placa. Allí es donde el disco no convence.

 

No obstante, Enemigos íntimos suena bien. Participan, entre otros, músicos como el bajista Guillermo Vadalá, que ya acompañó a Páez en varios discos anteriores, Pete Thomas en batería y Carlos García López y Gabriel Carámbula en guitarras, más prolijos arreglos en vientos y cuerdas que matizan con gusto el CD. La banda se escucha clara, precisa. No hay improvisaciones.

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