Obra decididamente polémica, Munich describe la salvaje masacre en las Olimpíadas de Munich 1972, donde extremistas palestinos vejaron y mataron a nueve israelíes indefensos, y también algunos de los inmediatos abusos represivos que organizó el gobierno de Israel.
Pues bien: nadie, en el ambiente del cine mundial, más autorizado para hacer esta obra que Steven Spielberg, el mismo hombre que realizó, con todo su corazón, La lista de Schindler, con ese final tan emotivo donde una creciente y noble columna de judíos marchaba ilusionada rumbo a la Tierra Prometida. Recuérdese también que, con las ganancias de ese film, Spielberg creó dos fundaciones: Survivors of the Shoah Visual History (a destacar, el documental de Luis Puenzo para esta organización) y la Righteous Person Visual History. Él tiene entonces todo el derecho del mundo de hacer esta película discutida por todo el mundo, empezando por sus propios paisanos. Así, varios judíos le reprochan que cuestione la mencionada política represiva, y pinte a Golda Meir haciendo un doble discurso. Los árabes le reprochan que ponga a los palestinos como monos sanguinarios o aburguesados hipócritas (por ejemplo, Mahmoud Hamshiri habla del hambre de su pueblo desde un hermoso departamento en París con Mercedes Benz en la puerta). Los norteamericanos, que muestre a agentes de la CIA protegiendo por conveniencia al líder palestino que organizó la famosa masacre de Munich. La derecha mundial, que denuncie los métodos ilegales de represión y castigo a sus contrarios. La izquierda, que muestre a una intelectual divagando sobre alta teoría marxista hasta que ve un paquete de dólares. Etc., etc.
También todos le reprochan que se quedara corto en mostrar las bestialidades del bando contrario, porque apenas se mencionan la primera represalia de 75 aviones sobre dos campos de refugiados, con el saldo oficial de sólo 66 muertos, y la pavorosa masacre cometida por extremistas en el aeropuerto de Atenas. Tampoco hay la menor alusión al asesinato de un blanco equivocado y su esposa embarazada, por lo cual cinco agentes israelíes fueron capturados, juzgados y condenados en Noruega, donde ocurrió el hecho, etc., etc.
El asunto refiere la experiencia de un grupo israelí de tareas destinado a vengar los asesinatos de Munich 1972 por toda Europa, sin importar las leyes de los países por donde transitan, y las posteriores crisis de conciencia y de paranoia de algunos de sus integrantes, que en este caso, sin duda por razones narrativas, son sólo cinco, y no doce, como dicen los historiadores. Pueden discutirse éste y otros detalles, objetando además la novela de George Jonas en que se basaron los guionistas (Venganza; hay edición española, Planeta, Barcelona, 1985), pero un vistazo al sitio specialoperations.com/Counter terrorism/operation_wrath_of_ good.html, que es palabra autorizada, nos permite cotejar versiones y aceptar la de Spielberg. Que además está muy bien hecha, sobre todo en los dos primeros tercios.
El hombre, ya sabemos, es un maestro. Al que vaya por acción, él le da un ritmo excelente, personajes memorables (como el paternal jefe de un grupo francés de informantes ideológicamente promiscuos, que con elegante melancolía dice: Somos seres trágicos. Manos de carniceros, almas bondadosas), muy buenas escenas de tiros y bombas, otra forma de mostrar a los agentes secretos, y una linda evocación de época, incluso en el modo de filmar, que recuerda el estilo vibrante del cine político de los 70. Y al mismo tiempo a ese espectador que quiere acción Spielberg le va deslizando, continuamente, unas cuantas preguntas incómodas sobre la moralidad y utilidad de una venganza, que sólo ha llevado al crescendo de la espiral de violencia que ahora sufrimos, donde empieza a haber daños colaterales, y cada atentado lleva a una respuesta peor, y al reemplazo inmediato del caído por otro a quien también habrá que matar. Estamos dialogando, dice irónicamente un agente, al ver por televisión la respuesta del otro sector. Un diálogo que encima afecta a otros países.
Tras cada muerte, vienen las inquietudes. Con un cuento sobre el cruce del Mar Rojo (los egipcios también eran Mis hijos, dice Dios), un agente veterano distingue entre celebración y regocijo. En discusión interna, alguien pregunta retóricamente: ¿Adquirimos nuestro país sin violencia?. Y entre los más sensibles se plantea una de las esencias del ser judío: Sufrir no te hace decente, Pero debemos ser justos. Hay por lo menos tres referencias sobre el hogar: Tú eres mi único hogar (el marido a la esposa), El hogar es todo (un militante palestino, explicando al israelí el motivo de su lucha por ese mismo espacio), El hogar siempre cuesta (el informante francés que ama las reuniones familiares). Tú no eres un Charles Bronson sabra (nativo de Israel), le dice un jefe al protagonista, en alusión a una película entonces de moda, El vengador anónimo. Y esta no es una cinta de vengadores al gusto hollywoodense. Hace pensar, cuestiona de frente.
Por eso, es una lástima que en el último tercio se estire, pierda los hilvanes y la fuerza, y hasta caiga en algunas ridiculeces (por ejemplo, alguien sudando en la cama como un boxeador en el ring, con unos flashbacks que, justo ahí, no vienen al caso aunque cierren una de las historias). La verdad, cinematográficamente está bastante por debajo de Apocalypse Now y La conversación, donde Francis Ford Coppola dijo, en los mismos años 70 y con mayor altura, cosas similares directamente referidas a Norteamérica. De todos modos, vale la pena. Es un Spielberg distinto, arriesgando que muchos lo odien, o lo hagan a un lado, en un medio exitista y acomodaticio, donde cada uno vale según haya ido en boletería su última película, y donde los medios eligen de quién hablar bien, o a quién hacerle el vacío. Además, nadie en el cine mundial tiene más habilidad, ni más posibilidades de llegar a todas partes, y jugarse la plata y la confianza, para desarrollar este relato y plantearnos sus enseñanzas a modo de preguntas, y de parábola, cuando al final dos hombres mutuamente se ofrecen cumplir dos de las leyes más antiguas de nuestra cultura: la ley del talión y la ley de la hospitalidad. Y al fondo se distinguen, no por nada, las torres gemelas.