Hoy pocos la recuerdan, pero Selma Lagerlöf tuvo un brillante cuarto de hora en las letras escandinavas a comienzos de siglo. Fue la primera mujer del mundo que obtuvo el premio Nobel. Sus obras impresionaban fuertemente. Ella retrataba como nadie el alma de su pueblo, pintaba su carácter, sus dificultades para expresarse, y su hondo sentimiento de culpa y de aislamiento, junto al orgullo inmenso por su tierra y su dedicación al trabajo, y también sus breves explosiones de alegría y sensualidad, tan breves como el sol que lo ilumina. En especial, ella retrataba las hondas inquietudes religiosas de ese pueblo, y su moral, perpleja pero finalmente decidida ante las confusiones cotidianas. 

La carreta fantasma, El tesoro del Señor Ahrne, son algunos de sus libros más famosos, pero no porque la gente de hoy los lea, sino porque fueron llevados al cine, en sendas admirables películas (respectivamente, de Víctor Sjöstrom y de Mauritz Stiller) que ya son clásicos del cine mundial. Muchos otros libros suyos aún hoy reaparecen en cine. Jerusalem se basa, precisamente, en la obra máxima de Selma Lagerlöf, que ella escribió inmediatamente después de Los milagros del Anticristo. 

La novela tiene una base real. En 1896 cerca de cuarenta personas -algunas en grupos familiares, y otras peleadas con sus familias a causa de esto- emigraron desde Nas Parish, en el interior de Suecia, hacia Tierra Santa. Los acuciaba la pobreza, los instigaba un predicador, Henrik Larsson, que los llevó hasta la colonia de su superiora, la señora Spafford, entre la Puerta de Damasco y la Puerta de Herod. Durante un viaje por Medio Oriente, Lagerlöf conoció a esa gente, supo de decepciones y empecinamientos, de su íntima nostalgia y de los distintos caminos que cada uno tomaría buscando la paz y la palabra divina. Supo, particularmente, del acendrado odio que diversas sectas cristianas se manifestaban entre sí, ante la burlona incomprensión de judíos y musulmanes también divididos en abundantes e intolerantes agrupaciones. “El clima es tan caliente con respecto a la religión que la gente se vuelve extremadamente fanática, fuera de sí, al punto que los conflictos entre sectas son enormes”, escribía la autora a un colega. Pero la novela que salió de todo esto, allá por 1902, no se centra en los asoleados fanáticos, sino en aquellos seres que sienten amor. 

Por supuesto, habla de las expectativas milenaristas, modos de captación, intereses económicos detrás del convencimiento, razonamientos mitad ciegos y mitad hipócritas, ignorancia de gentes racionales, compensaciones afectivas que llevan al misticismo o la locura. Pero más importante que eso, habla, sobre todo, de gente que ama y espera amor, y se sacrifica, a veces inútilmente, por amor, unos con visión religiosa, otros, como el protagonista, con la simple visión del hombre recto que quiere enmendar sus faltas. 

Filmada en los húmedos bosques escandinavos y en los áridos pedregales palestinos (no sólo por motivos argumentales, sino como espacios para varias metáforas cristianas), la película transmite el pensamiento de la gran escritora sueca, a través de sus personajes, sin frases grandilocuentes, sólo con situaciones muy bien planteadas. Faltan, sin embargo, algunos aspectos que hacen a la visión religiosa de Lagerlöf, y también algunos personajes y situaciones importantes -aun cuando se ocupa una duración cercana a las tres horas-. Autor de esta traslación es el conocido Billie August, el mismo de Pelle el conquistador y Con las mejores intenciones. No pasa del resumen ilustrativo, que no parece resumen, pero eso sí: lo ilustra muy bien, y además, el solo hecho de rescatar ese texto ya es buen mérito.

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