«Necesitamos pensar la Argentina de la próxima generación y no la que resulta de una elección», plantea el autor en el marco de la apertura del XII Encuentro Anual de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa. La tarea de reflexionar sobre los comportamientos de la dirigencia argentina y su rol para alcanzar el progreso consolidado de la Nación compete a todos: tanto a la dirigencia política, empresarial, social, religiosa, sindical como a los intelectuales.
El presidente de la Corte Suprema, Dr. Ricardo Lorenzetti*, destacó recientemente que en nuestro país los cambios son abruptos, por oposición a los cambios adaptativos. Vale decir: los dirigentes no combinan los eventuales valores y visiones que pudieran tener en común sino que de manera casi violenta (no necesariamente apelando a la violencia física, pero sí a la discursiva), imponen una visión no matizada, que descarta lo edificado por otros.
También es característica de nuestra Argentina la tendencia de su dirigencia a “volver a empezar”; la condena y el desprecio por todo lo realizado, inclusive por aquellos que actuaron en el pasado reciente. Quienes defendieron, reniegan; quienes apoyaron, olvidan. Es así que, década tras década, estamos condenados a repetir errores, sin detenernos a analizar lo ocurrido y preguntarnos qué salió mal. Nos justificamos con frases “políticamente correctas”, sin el coraje y la sinceridad que nos permitirían mirar los errores y superarlos. La cíclica repetición de nuestras faltas nos impide avanzar y convence a la sociedad de que no es merecedora de un futuro mejor. La convivencia diaria con el atraso hace que amplios sectores de la sociedad desconfíen y rechacen el progreso.
Por el contrario, otras naciones, con dificultades de toda naturaleza, han comenzado a recorrer el camino de la combinación de valores, para construir y debatir dentro de marcos previamente acordados.
Quizá convenga puntualizar una cuestión que empieza a emerger como consecuencia, diría directa, de esta manera consecutiva de intentar llevar adelante el proyecto común: una división entre sectores, en donde resulta cada vez más difícil combinar aquello que nos puede unir como nación. La erosión que lentamente va causando este esquema de manejo de lo público trae aparejada la incapacidad para volver a unir aquello que se separó.
Si la Constitución Nacional debería marcar las fronteras en las que discutir el mejor camino para orientar a la nación hacia el progreso, resulta ilustrativo lo que entendía Alberdi en sus Bases: “He aquí el fin de las constituciones de hoy día: ellas deben propender a organizar y constituir los grandes medios prácticos de sacar a la América emancipada del estado oscuro y subalterno en que se encuentra”.
Marcos de contención, andamios que sostengan y permitan consensos y coincidencias fundamentales. Todas frases y locuciones que se expresan como un “deber ser” inalcanzable, tendiente a construir progreso. En los hechos, dos cabezas –o quizá varias– se disputan su visión de la Argentina. Cuando una prevalece, la otra queda agazapada, esperando tomar las riendas del destino del cuerpo e imponer su manera de entender la realidad. Este círculo vicioso se contrapone al deseo de que las discusiones –sanas y necesarias– se den en un marco de convivencia, generando un acuerdo básico en el que los dirigentes que circunstancialmente ejercen el liderazgo tengan los medios prácticos de construcción de progreso, comunes para todos.
La consecuencia de este ejercicio del poder y de la falta de combinación de valores genera la profunda división de la que hablamos. Esta separación corroe lentamente las posibilidades de reconstrucción de un marco común. En efecto, el deterioro social (y un ejemplo es nuestro conurbano) hace que las aspiraciones de cada sector paulatinamente se disocien. Cada vez resulta más dificultoso que cada individuo pueda escuchar y entender las necesidades, aspiraciones y sueños del otro. O quizá, poniéndolo en términos crudos y prácticos: ¿qué deseo de consenso republicano puede tener aquel cuya única y vital preocupación es el alimento de hoy para él y sus hijos?
En este contexto hay dos Argentinas. Una defiende los valores republicanos y sostiene que las prácticas clientelares afectan la libertad del votante y, en consecuencia, son malas. El silogismo se resolvería, para esta visión, eliminando el clientelismo. Desde la otra Argentina, quien recibe la asistencia supuestamente clientelar, la identifica como un piso de supervivencia para intentar desarrollarse como persona y cumplir sus sueños.
El desafío es gigantesco, pero no imposible: combinar los valores de las dos Argentinas en marcos que permitan articular un camino hacia el progreso. El punto de partida debería estar impregnado de la realidad profunda de la Argentina de hoy. Caso contrario, el riesgo será entretenerse en reuniones y tertulias acerca de los eternos problemas del país, diagnosticando soluciones que, en los umbrales del Bicentenario, no han resultado eficaces.
En el siglo XIX la Argentina tuvo una “generación del progreso”. Detrás de la pluralidad de identificaciones partidarias podía advertirse que la clase dirigente compartía la fe en su destino. Casi todos coincidían en la voluntad de incorporar a la Argentina, tan rápido como fuera posible, a la expansión mundial, formando parte del primer proyecto globalizador, liderado por Gran Bretaña y escoltado por Francia, Alemania y los Estados Unidos. Al mismo tiempo la dirigencia argentina del Centenario justificaba un crecimiento a toda costa que no reparaba demasiado en los medios –por ejemplo, en el fraudulento sistema electoral–; tampoco en los eventuales perdedores. El diario La Nación resumía este espíritu durante la crisis de 1890: “¡Ah, progreso, cuántas víctimas en tu nombre!”. En ese camino de organización nacional, aquella generación intentó combinar los valores del progreso con los de los derechos de voto para todos los ciudadanos, lo cual se logró a medias: la etapa que se inició en 1930 y culminó en 1983 es una muestra.
El Bicentenario nos encuentra a nosotros, la dirigencia argentina, con un nuevo y enorme desafío: no renunciar al progreso, que no significa otra cosa que desarrollo económico, trabajo, educación, salud y dignidad para todos los argentinos. En palabras de Sarmiento en su Facundo: “¡No!; no se renuncia a un porvenir tan inmenso, a una misión tan elevada por ese cúmulo de contradicciones y dificultades: ¡las dificultades se vencen, las contradicciones se acaban a fuerza de contradecirlas!”.
Necesitamos contradecir las contradicciones, no repetir errores. Trabajar juntos para construir los caminos posibles para encauzar a la Argentina hacia el progreso de todos, no renunciar jamás al progreso.
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Join discussionQuijotes demagogos y destartalados ( la política en Argentina)
40 años o más , donde un océano verde interminable y una tierra tan generosa se desperdicia de la forma más descarada e insolente que se pueda concebir.
Tantos años de monarquías disfrazadas de democracia, cometen todo tipo de herejías con una impunidad que la envidiaría hasta el mismo Lucifer.
Izquierdas y derechas en sus eternas peleas van dejando surcos de sal, deudas descomunales y una crisis social como nunca se vio.
Cada presidente llegará con su ropa Cesar y con algunos discursos emotivos y patrióticos, llenará las plazas de ciudadanos desesperados clamando por la solución rápida y definitiva.
Y el pueblo al poco tiempo pagará una vez más por cada voto regalado.
Así una y otra vez, como un péndulo que va y viene, donde siempre el pasado será presente y el futuro no existe en el catálogo de los políticos.
Endeudada, exiliada del mundo, miseria, droga y demasiado populismo perverso y mentiroso, así se vive hoy en la Argentina, un país donde su tierra te lo regala todo.
Cada mandatario que llega al poder instala su propia monarquía, no duda en colocar sus jueces al poder y obtener la mayor impunidad posible, divide a la sociedad en pequeñas islas irreconciliables ya sea por medio de la política o ideología, digamos que hoy cada ciudadano es enemigo de otro ciudadano.
Con este autoritarismo comienzan a gobernar, el costo que se paga para mantener este sistema perverso es el dinero, prebendas, coimas, comprar voluntades, extorsión, etc.
Quizás esta forma de vivir tan peculiar hizo que el argentino adopte una forma egoísta de vida, indiferente, amante de cualquier feriado largo, mediático, agresivo, etc. será porque aprendió por la fuerza claro, a vivir siendo feliz de a ratitos, frases como:
– Disfruto hoy porque mañana no se sabe que pasara en este país…
y tantas otras como “ Yo no fui “ o el clásico “Yo no soy así” nos da una idea concreta de adoptar un modo de vida en emergencia permanente.
Argentina está rota, exiliada del mundo y como si fuese poco sus amigos, son aquellos que la terminan de hundir del todo, cada partido instala su ideología y luego buscara sus pares, caso Chavez o Irán sólo por dar un ejemplo, lo mismo hizo la derecha en su momento, aliada con la Iglesia y un falso nacionalismo destruyo parte de su historia y partió de un sablazo certero a la sociedad en dos pedazos hasta el día de hoy.
Repito, hoy el argentino es su propio enemigo y está tan desesperado que votaría al mismo Satanás con tal de obtener un poco de estabilidad.
Las empresas, inversores y empresarios no tienen mas remedio que acordar con el poder de turno, porque cualquier sindicalista les haría la vida imposible o el estado monárquico se apodera de la misma sin pedir permiso siquiera.
Desde el exterior ningún inversor serio vendría a un país , porque no solo le brindan reglas claras de juego, si no que deberá vivir enrejado con cien cámaras de seguridad y en anonimato perpetuo, porque su vida aquí no vale nada .
Jamás lo políticos mostraron tanto desparpajo y su falta de civilidad con el ciudadano.
No sólo cobran cifras descomunales sino que ni siquiera se presentan a sus funciones básicas, como concurrir al congreso y debatir leyes para el país.
Será que ya poco les importa la opinión del ciudadano, todo se reduce a robar hoy y guardar para mañana, dejar paso al que viene y vuelta a empezar …
Hoy sicólogos , sociólogos y opinologos de toda índole debaten si esto que padece la Argentina obedece al voto del ciudadano o tal vez a la maldita tradición heredada de nuestros ancestros.
Creo que ya poco importa buscar el o los culpables, todos los países pasaron casi por lo mismo y hoy dejaron su historia para los libros, crecen y se expanden. Argentina no, sólo vive por y para el pasado, un misterio muy difícil de resolver.
Jaker2:
Le pregunto, ¿usted es ideólogo o simplemente optimista?
Yo también estoy descreído de nuestros políticos aunque no de la política.
Las verdaderas promesas las encuentro en el Evangelio.
UN territorio vacío de habitantes como el nuestro ya que sus 44 millones de pobladores mal distribuídos se les ha asignado -entre tierra firme y mar epicontinental un espacio de casi 6 millones de kilómetros cuadrados-ver reciente declaracion de las naciones unidas. NO ES UN PAIS.
UN PAIS Poco o nada memorioso que repite una u otra vez sus errores en vez de aprovechar las malas experiencias pasadas para NO VOLVER A COMETERLAS NO ES UNA NACION.
UNA NACION que carece de JUSTICIA como lo desmuestran los vergonzosos shows mediáticos DE TODA CALAÑA a los que venimos asistiendo desde hace años con JUeces y procesos impresentables para lo que se entiende sería la correcta aplicación de las normas y acciones procesales NO ES UNA REPÜBLICA.
Que somos entonces los argentinos, por cierto UNA REPUBLIQUETA SOJERA.
Si alguna vez aspiramos a algo , si alguna vez soñamos dale una correcta educación a nuestros hijos y ostentábamos CON ORGULLO nuestra educación primaria, secundaria y universitaria, TAMBIEN HEMOS FRACASADOcosultemos los actuales rangkings NO munidales, tan solo regionales .
no ENTIENDO NADA. fALTA LA LETRA DE ALGÚN TANGO QUEME LO EXPLIQUE