por Federico Peltzer. Nuevohacer, Grupo Editor Latinoamericano. Buenos Aires, 2009, 60 págs.
La muerte ha sido presencia real en la literatura y la vida de Federico Peltzer. Su realeza hace epifanía desde la primera novela, estalla en títulos (Con muerte y con niños, La mi muerte, El cementerio del tiempo, Antes del réquiem) y es, junto con el tema de Dios y del amor, piedra angular de la trilogía semántica en su obra.
En este libro póstumo, que dejara corregido y publica ahora Gladys Marín en el sello editorial Nuevohacer, la muerte conforma la figura del verso y la encarnadura de cada poema. Y el mar es palabra definitiva para decirlo todo: El mar es solapado / y acepta muchos nombres. / Unos lo llaman Vida, otros Dolor, / algunos Muerte.
Orquestado con precisión y rigor, se abre con un poema que los contiene a todos, sigue la danza del mar contemplado desde la orilla en Pleamar y Bajamar hasta lanzarse a Mar abierto.
Pleamar se inicia rotundo en el tema: Recién nacido y ya la muerte asoma. / Abierto ante la luz, la sombra aguarda. / Tarda el amor, pero el dolor no tarda, / la mano que hizo el don, su don retoma.
Los poemas de esta primera parte tejen lo erótico en urdimbre con la muerte. El poeta es …aquel que de amor muere todavía, / pájaro desolado cuyo vuelo / no acierta ni su árbol ni su tumba. Un lugar, la última poesía de esta parte, asalta al lector con dos versos dolorosos: La muerte es un poblado basural / que dispersa memorias por higiene. Y se cierra con una trágica definición de la finitud: Fue nada, como todos; / apenas un lugar. Bajamar nos sumerge en un eterno descontento, en el sueño frustrado de la desmesura y el constante reproche de …la voz que dice: “No suma un hombre entero lo que has hecho. / ¿Cómo soñar pudiste lo imposible?”
La melancolía irrumpe por doquier. En los títulos: La queja, Perdidos paraísos, Recuento de cenizas…, en los versos: ¿Cómo dar fin a este suplicio / de ser para morir / con el agua a mi lado? Y siempre el oxímoron vida-muerta, muerte-viva, la una en la otra, siempre en duelo, nunca en boda: …la vida, mar imprevisible / y la muerte que apremia su vigilia.
Sin embargo, se reitera la pregunta por la luz final: ¿Habrá un punto final, / cuando la ambigua convivencia / aplaque su falaz itinerario / y reúna las turbias paralelas / en el vértice mismo de la luz? Poemas íntegros muestran una síntesis nítida de la relación Diosmuerte. Es el caso de Silencio arrodillado, una oración nacida de la noche oscura del alma que, tras desafiar a Dios (¡Cien años más de vida (por lo menos) / para mostrar apenas lo que soy! / Y que después proceda, / si se anima…), termina murmurando: Quizá lo más discreto / sea un callar humilde, / silencio arrodillado, / paz que oculta su guerra.
La presencia ineludible de Quevedo ante el tema de la muerte aparece en un poema mayor, Recuento de cenizas, en el que Peltzer disiente con el maestro: No vale tu sentencia, Francisco de Quevedo: / es polvo, sólo polvo, y como espectros, / sentidos y memoria bailan la danza en fuga / que imaginaste tuya, que no te pertenece.
Mar abierto revela al nadador sumido en la meditación de su travesía. Conmueve esta laboriosa preparación del viaje final hecha verso, esta batalla teológica sostenida, esta oscilación entre la duda que increpa y el destello de luz que convoca al amor, al encuentro. Y el dolor de las palabras mordaces y feroces ante la finitud, siempre: ¿Por qué este desperdicio? / ¿Este mundo de rosas y carroña, de peces y serpientes / de ratones, de águilas, / de gusanos que almuerzan / finalmente a su rey?
La desesperanza le dispara su asalto repetido: Y Dios, en cada hombre, / se plagia su derrota. Insiste en la imagen de lo humano que nada tiene de “semejanza”: El hombre, como el perro, / rebusca algún lugar para tenderse. Y tanta angustia se vuelve sinsentido: Todo va siendo una emisión de nada.
El tema recurrente de la muerte pone al poeta al acecho de la esperada. En su no querer ser sorprendido, convierte a la vida en una cita con la muerte: Tal vez sea esta noche… / “En el nombre del Padre”, / por si acaso. A lo largo de este libro final aparecen dos palabras-tema recurrentes. Por un lado, la luz: la idea de la nada que lo espera / o la luz prometida / de Dios… Por otro lado, el ángel custodio: y se desvela tu ángel de la guarda.
La estética del silencio que cultivara Peltzer revela en lo que calla o en lo que alude tanto como oculta en lo que manifiesta. La presencia del ángel y de la luz parecen operar en ese Ya lo he dejado unido del último poema. Porque el ángel es mensajero de la luz que puede salvar sus contradicciones: Fue olvidos y memorias. / Chapoteó por la tierra / sin descartar el cielo.
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Join discussionGracias por el aporte pero nesecito la bibliografia para hoy please