Adopción (David Lipszyc, 2009), Francia (Adrián Caetano, 2009), Por tu culpa (Anahí Berneri, 2010), Rompecabezas (Natalia Smirnoff, 2010).
Cuatro experiencias de familia son descriptas, desde diferentes puntos de vista, en otros tantos films nacionales presentes en la cartelera de este año. El más singular es Adopción, del veterano David Lipszyc, estrenado en febrero, sobre el caso verídico de un homosexual que en plena época militar (ocultando su inclinación) logró recibir legalmente un niño, y pudo criarlo con su pareja de entonces. Luego, en democracia, padre e hijo rastrearon la verdadera identidad del chico, que ya la sospechará el lector sin demasiada exigencia. De esa forma se entrelazan dos temas de actualidad y, además, “políticamente correctos” según cánones del progresismo en uso. El asunto tiene su interés, y el personaje del padre tiene simpatía y calidez, pero la credibilidad se pone en duda, culpa de una decisión artística desafortunada: por razones de sonido, el director hizo grabar los relatos del hijo a un actor, que –esto es evidente– recita como de memoria un texto ajeno. Tampoco ayuda demasiado la intercalación de tomas experimentales con intención poética. En suma, dan ganas de ir nuevamente a los personajes reales, y hacer un documental como Dios manda (sobre cosas que no manda, agregará alguien).
Por tu culpa, de Anahí Berneri, que estrena en marzo, luce más logrado. Es el tenso relato de una noche, tal como la vive una joven madre incapaz de imponer su autoridad y establecer límites a dos hijos hiperkinéticos, el más pequeño de los cuales termina lastimado. Ya en la clínica, la fácil acusación del hijo mayor (y más malcriado) contra su madre, y la también muy fácil e inmediata decisión de los médicos muy poco hábiles hacen que la propia madre termine en la comisaría.
En nada ayuda el padre que llega de viaje dando órdenes por celular y opinando de lo que no sabe. Cada uno aplica la frase del título al otro. Nadie hace una autocrítica, ni un pedido de disculpas. Pero el espectador, que lo ha visto todo, tiene buen material para analizar, además de apreciar los notables avances de la directora en éste, su tercer film.
En cambio, en Rompecabezas, de Natalia Smirnoff (debutante pero ya bien experimentada asistente de dirección y directora de casting) no parece haber conflictos familiares. Los personajes integran un matrimonio mayor, con hijos que ya salen de la adolescencia, y, ayudados, también están en condiciones de salir de la casa paterna y hacer su propio nido. Los varones trabajan afuera, y la mujer se ocupa del hogar. Vaya si se ocupa. Antes de su viaje a Berlín, donde participó en la competencia oficial, le preguntamos a la directora por el origen de ese personaje, al que incluso vemos amasando sobre un mantel de hule, como se hacía antes. “Cuando estudiaba ingeniería tenía una compañera de Turdera, cerca de Temperley”, nos respondió. “Cada vez que iba a su casa me sorprendía la sensación de descubrir que hay como otra vida cerca de Capital. Algo como de otro tiempo. La madre de mi amiga era de vivir trabajando en las cosas del hogar, una abanderada de la limpieza, una mujer orgullosa de ver que comías lo que ella había cocinado expresamente.
Me inspiré un poco en ella para esos aspectos del personaje. El resto es fantasía, es pensar lo que puede hacer alguien lleno de energía cuando los hijos ya son grandes y la casa y el marido exigen menos”.
Bueno, lo que puede hacer esa persona llena de energía es buscarse otra actividad. En este caso, la señora descubre el hobby de armar rompecabezas, y pronto la vemos entrar a un concurso nacional, en dupla con un señor con quien se fue preparando por las tardes (y que no es su marido). Eso, y otras cosas, sin dejar de atender en ningún momento a su familia ni las tareas del hogar. Se aprecia el humor sutil, afectuoso, y hasta respetuoso del cariño conyugal, que nunca parece correr riesgo alguno. Estrena a mitad de año, quizá después que en Alemania, donde una famosa marca de puzzles está dispuesta a servirle de sponsor.
Y llegamos a nuestra favorita: Francia, comedia amable de Adrián Caetano, con su propia hija como una chica de barrio, que nunca irá a Francia (de ahí el título), pero tiene sus juegos, evasiones, rebeldías escolares (en este caso, contra las maestras insulsas), y tiene también un sueño que más o menos se le cumple: la reconciliación de sus padres. Al menos, aunque “sólo por razones económicas”, el padre ha vuelto a la piecita de arriba. Hay que ver la cara de la nena cuando entra a una nueva escuela de la mano de papá y mamá. Una película chiquita, dicen algunos con desdén y lo decimos nosotros con placer. Quizá sea un tanto irregular, pero es afectuosa, entretenida, bien actuada, con lindas observaciones de la vida cotidiana, y fantasías sobre gente reconocible, sean los patrones de mamá, empleada doméstica, o el psicólogo de hospital consultado por el papá, un profesional muy sui generis, cuyo consultorio se adorna con sendas fotos de Freud y de Perón (un solo corazón, como decía la muchachada).
La protagonista es muy compradora y natural, nada de rostro publicitario surgido de concurso, y la mamá está a cargo de Natalia Oreiro, que además de buena actriz es muy linda, tal como toda hija ve a su madre. En resumen, un soplo de aire fresco, que se estrenará a fines de abril.