Conversación en Roma con la autora de la novela La culpa es de Fidel, que fuera llevada al cine con éxito por Julie Gavras en Francia.
En enero del año pasado se conoció en el circuito comercial de cine de la Argentina una deliciosa película de producción franco-italiana titulada La culpa es de Fidel (La faute à Fidel!), dirigida por Julie Gavras, hija del prestigioso autor de cine político franco-griego Costa-Gavras.
La protagonista se llama Anna y tiene nueve años. Sus padres, María (periodista e hija de una familia de la alta burguesía de Burdeos) y Fernando (abogado español radicado en París), optan por los ideales y la militancia de izquierda que dominaban la intelectualidad de esa época. La historia acontece en la capital francesa durante los primeros años de la década del 70. Los jóvenes padres, bajo el influjo del mayo del 68 francés y de las iniciativas revolucionarias latinoamericanas, deciden abrazar el progresismo de izquierda: admiran con devoción a Fidel Castro, luchan en favor del gobierno de Salvador Allende en Chile, defienden el aborto, aborrecen la religión católica, odian al generalísimo Francisco Franco, “caudillo de España por gracia de Dios” (la tía de Anna, hermana de su padre, ha perdido al esposo en las cárceles del franquismo). Pero la niña no está de acuerdo con ellos. Se siente a gusto con sus convencionales y ricos abuelos, añora la mansión familiar, es feliz en el tradicional colegio de religiosas donde exigió quedarse a pesar de la insistencia del padre y no simpatiza con los barbudos marxistas que cada vez más frecuentan su nueva casa, ahora un modesto departamento. Anna sigue creyéndole a su ex niñera cubana, la anticastrista Filomena: la culpa de todos los males la tiene Fidel. Con expresión severa y escrutadora, la niña es auténtica y encantadoramente reaccionaria: no entiende por qué hay que cambiar costumbres, dejar de pelar la fruta con cuchillo y tenedor, o renegar de los orígenes familiares. Sólo con el tiempo sabrá de sus abuelos castellanos, condes, amigos de Francisco Franco, residentes en una finca cercana a Toledo. De la misma manera, verá a su abuelo francés quedar abatido con la muerte del general Charles De Gaulle (“Francia quedó viuda”, dicen por televisión). Tampoco entiende por qué para su padre y
amigos políticos el ratón Mickey es derechista. Eran los años en que el pobre pato Donald también era acusado de ideólogo imperialista. Después de la brusca “conversión” política de sus padres, Anna verá desfilar nuevas niñeras: una griega cuyo marido lucha contra el gobierno militar en Atenas, una joven vietnamita refugiada que les cuenta leyendas asiáticas; y aprenderá la canción de los republicanos españoles “Ay, Carmela”.
Escribía con acierto el crítico Diego Battle en La Nación de Buenos Aires, con ocasión de su estreno: “Es una película política sin por eso apelar a discursos aleccionadores ni subrayados. Describe con delicadeza y sin excesos (trágicos ni cómicos) el caos íntimo familiar y la confusión de muchas parejas burguesas que se apasionaron en aquel momento con la idea de cambiar el mundo.
Para la protagonista de nueve años y para su hermano menor, todos los cambios se viven con esa mezcla de tragedia y ligereza con que los niños padecen e inmediatamente absorben los golpes de la vida”.
La escena cuando Anna arrastra de la mano a su fiel hermanito Francisco hasta la biblioteca, enojada como está por la discusión de sus padres, para no regresar hasta tarde, es de antología. También son de señalar su amor por las monjas o por las clases de catecismo, a las que su padre no le permite asistir. O la discusión ideológica que mantiene con los “barbudos” sobre la propiedad privada y la plusvalía.
La autora de la novela que dio origen a este film, con quien nos reunimos recientemente en Roma, es Domitilla Calamai, en cuya familia se conjugan tradiciones londinenses, romanas y madrileñas. El libro original se tituló Tutta colpa di Fidel y acontece en la capital italiana. La obra, contada desde la inflexible mirada de una niña, cautivó a la directora francesa para su primer film de ficción. Julie Gavras decidió cambiar algunos elementos de la historia para trasladar el escenario a París. La actitud de la niña, de alguna manera, cuestiona y pone en ridículo a la generación de sus padres, sumergidos en la ola intelectual y rebelde de los ‘70. Domitilla, que estudió arte dramático y trabajó en periodismo y en producción televisiva, habla un perfecto español con neto acento madrileño y aclara que si bien la historia refleja cosas vividas no se trata de un libro autobiográfico. Ya se publicó su segunda novela (Vado via) y trabaja en la tercera de esa saga. Aclara que se trata de un tríptico que abarca la niñez, la adolescencia y ahora la juventud. “Mi idea –explica– es contar con diferentes personajes tres temporadas de la vida y desde tres formas distintas de narrar”. Domitilla está casada y tiene dos hijos varones: Lupo y Orso, antiguos nombres como sacados de una fábula.
–¿Por qué un film como éste, elogiado en varios países de Europa y América, ganador de menciones en festivales, no se dio en Italia?
–Porque quien debía ocuparse de la distribución tuvo problemas económicos. De manera que se conoció en toda Europa, en Japón, con traducción inglesa en los Estados Unidos y Gran Bretaña, en la Argentina subtitulado en español… pero aquí sólo se proyectó en el nuevo festival llamado “La Fiesta Internacional de Roma”. Estamos en Italia.
–¿Cómo surgió la idea del film?
–Julie Gavras buscaba una idea para su primera película de ficción y compró en Roma mi libro porque una productora colombiana se lo recomendó. Leyó la novela y sintió como propia la historia. Yo no quise trabajar en el guión cinematográfico aunque se me consultó siempre. Julie, que es una persona muy seria, supo preservar bien la ironía del libro porque se había identificado emocionalmente con la protagonista. La empresa le llevó mucho tiempo: tuvo que conseguir el dinero, adaptar el texto y cambiar Roma por París.
–¿Es tu historia?
–Si bien he depositado en el libro mucho de personal, de mi sensibilidad, en realidad la obra no relata mi vida. Curiosamente, mucha gente se identificó con la novela y con el film en diferentes países.
–Anna es muy conservadora…
–Los niños en general lo son, les gusta repetir; la rutina da seguridad a la arquitectura interna. El punto de vista de Anna, que va de los 8 a los 12 años en el libro, es así. Desde allí observa su mundo familiar. Los cambios, incluso en el campo económico, son difíciles de absorber. Yo también viví una niñez con grandes cambios, pero me pareció exagerado para el libro sumarle la separación de los padres, como fue en mi caso.
–¿Y cómo nace la novela La culpa es de Fidel?
–Insisto en que es una historia que me pertenece mucho pero no relata mi infancia. El trabajo fue construir con algunos elementos personales y otros de ficción un libro que ofreciera una mirada crítica del mundo adulto de esos años. Anna está enfadada. Lo que pasa no le gusta. Se trata de un juicio sobre la inmadurez de la generación de sus padres, que en el fondo fueron niños mimados y rebeldes. Además traté de que estuviera presente la experiencia traumática de los bruscos cambios en la educación. En Italia esos cambios siempre fueron para mal. Los años ‘70 eran realmente complicados. Muchas cosas cambiaron entonces, pero no para mejor. Yo tuve que modificar un poco los años de mi historia familiar porque las del matrimonio del libro son personas más jóvenes que mis padres. Los lazos familiares españoles me sirvieron, claramente. En esos años, en España todavía gobernaba Franco.
–Después de tu segunda novela publicada, “Vado via”, estás trabajando en la tercera. ¿Por qué ir construyendo una saga?
–El yo narrativo va cambiando, y eso me permite reflejar momentos diferentes de la vida, edades diversas, otras situaciones y percepciones. Cada punto de vista para una narración nace de una decisión: hay que elegir la voz. Siempre aparece el tema de la voz narrativa. Debes elegir la que tú creas mejor para lo que hay que contar, y seguirla. Para mí importa que sea una voz femenina. Hubiera podido ser distinto, pero creo que fue algo instintivo, no ideológico.
–¿Y cómo están las cosas en el cine italiano?
–No hay criterios de selección. Italia es un país donde no cuentan los méritos, todo se logra a través de amigos o de contactos. El dinero público pasa siempre a través de favores políticos. No existe un mercado interno competitivo y de calidad. Por otra parte, el cine que la gente ve y gusta no es considerado por la crítica. Autores tan populares como Neri Parenti y sus “Navidades” o las aventuras de Fantuzzi ni siquiera son registrados por los críticos. El gusto mayoritario está más cerca del cine norteamericano que del de autor. Si bien no es un director imprescindible, los films de Carlo Verdone son interesantes, incluso como fenómeno social. (Nota: mientras conversábamos se acaba de estrenar el film “Io, loro e Lara” en numerosas salas italianas). Quizá también haya que nombrar a Paolo Virzì. (Nota: Autor, entre otras, de la comedia crítica “Caterina va in città”). Pero convengamos que los grandes nombres del cine italiano ya pasaron, eso es así. Hoy están de moda las historias de amor y de teenagers con ritmo televisivo. O las historias de vampiros. Siempre gustan las obras con ternura, con amores que encuentran obstáculos; temas universales y menos violentos que en otras épocas.
–¿Y Pupi Avati?
–Sabe contar historias. Es un profesional, sin duda. A mí no me apasiona.
–¿Y la literatura?
–No podemos dejar de mencionar a Roberto Saviano y su obra Gomorra sobre la camorra napolitana, que tuvo tanto éxito en todo el mundo. También me interesa Giancarlo De Cataldo, su libro Una novela criminal, y ahora Italia cosa nostra. Un autor que escribe muy bien. Es un tipo de literatura que ilustra la realidad actual. A mí siempre me gusta cuando se parte de hechos y circunstancias reales para escribir ficción. Quisiera también recordar a la escritora y actriz Goliarda Sapienza y su El arte del placer. Se trata de una obra increíble, ahora publicada en Francia por Gallimard. Ella supo crear un gran personaje femenino para abarcar el siglo XX. ¡Ah!, acabo de leer un libro realmente interesante, de un joven escritor ruso que está casado con una italiana y vive en Turín: La educación siberiana del urca y tatuado Nikolái Lilin, todo un ícono.
–También te interesan la historia del arte y la condición femenina…
–Tuve ocasión de escribir un libro ilustrado con fotos sobre la historia de las plazas romanas. Además, como colaboro con notas periodísticas en España, sigo la problemática tan denunciada de la violencia familiar y el lugar de la mujer. Si bien en Italia la condición de las mujeres no es brillante, y ni siquiera hay políticas familiares, éste es un país complicado también para los hombres. Reina una grandísima ilegalidad a todo nivel. Pero es cierto que, a paridad de trabajo, las mujeres ganan menos. Seguramente no hay tanta violencia como en España, pero hay mucho trecho por caminar.