01-carlos20morelliLo define como “Festival boutique” pero el encuentro cinematográfico que se desarrolla en Pinamar sigue creciendo. A escasos días del fin de la sexta edición, Carlos Morelli no sólo comenta los alcances de Pantalla Pinamar 2010 sino también se permite hilvanar sus magistrales recuerdos sobre el periodismo cinematográfico, con el que celebra su medio siglo.

En el imaginario colectivo, Carlos Morelli es uno de los rostros de aquél inolvidable ciclo que se llamó “Función Privada”, el otro es el de Rómulo Berruti, y que en sus 17 temporadas fue uno de los mejores sobre cine que tuvo la televisión argentina. Su trayectoria también involucra una tesonera labor en la difusión del cine español, en incontables ciclos y semanas, e incluso con un festival que se presentó durante años en la vecina Punta del Este. Desde hace seis ediciones Pantalla Pinamar ha consolidado su presencia como uno de los eventos más importantes en materia cinematográfica.

 

– ¿Cómo nace Pantalla Pinamar?

-Pantalla Pinamar es desde el año 2004 el primer y hasta hoy único Encuentro Cinematográfico Argentino- Europeo de la desbordante agenda internacional de eventos de la especialidad. Desde el punto de vista de los contenidos extranjeros y del diseño general, como “festival boutique” es una clara derivación de “Europa, un Cine de Punta”, el evento que creé y dirigí en Punta del Este entre 1998 y 2002. La suma del producto argentino y su integración con el europeo fue una feliz idea de Jorge Coscia, entonces presidente del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de la Argentina (INCAA). Sus sucesores, Jorge Álvarez y Liliana Mazure, le dieron generosa continuidad al evento.

 

– Originariamente tenía lugar en diciembre; esta es la segunda edición que se lleva a cabo en marzo. ¿A que se debió el cambio? ¿Benefició al evento?

-Luego de cuatro ediciones, crecientemente exitosas, realizadas en el mes de diciembre, el cambio a marzo se produjo una vez tomada la decisión de trasladar la celebración del Festival de Mar del Plata de ese mes a noviembre. Aunque entre ambas manifestaciones hay sustanciales diferencias de contenidos, presupuesto y volumen, está claro, también, que las dos son ofertas del INCAA, y que, por lo tanto, desde cualquier punto de vista convenía distanciar razonablemente sus fechas. En cualquier caso, la medida nos ha beneficiado netamente: al comenzar marzo estamos en pleno verano; durante esos días no hay en la agenda mundial un festival que obligue a los europeos a optar, y, por otra parte ya somos conscientes de que un alto porcentaje del público de “Pantalla Pinamar” viaja puntualmente para el evento, sin mirar al almanaque.

 

– ¿Qué objetivos se cumplieron en esta edición?

-La sexta edición de Pantalla Pinamar marcó, de entrada, una ampliación visible de su programación. En diciembre de 2004 habíamos empezado con cuarenta proyecciones diferentes. Este año tuvimos sesenta y seis. Un rubro en el que nos estamos consolidando es el de las cinematografías invitadas, que aportan caudalosas revelaciones a una platea que prácticamente desconoce sus productos. En este 2010 fueron las de Armenia y Grecia. Por otra parte, la gran celebración nacional de este año nos ha inspirado una mayor presencia del cine argentino y la institución del premio especial “Edición del Bicentenario” para distinguir a personalidades nacionales y europeas.

 

– Su nombre es fundamental para muchas generaciones que crecieron amando el cine gracias a su labor en la prensa gráfica y en la televisión. ¿Se sentía mejor como periodista o ahora como director artístico de este festival?

-Por suerte, cuando acabo de cumplir, el pasado 1º de enero, exactamente cincuenta años de profesión, el festejo me encuentra desarrollando todavía, en fluida relación con el INCAA, las dos facetas que han sido, y son, mis favoritas: presentador de películas en televisión y director de festivales de cine. A veces tengo cierta nostalgia de mis muchos años como especialista en cine en la prensa gráfica (seis en La Nación, veintitrés en Clarín, más una cantidad de otras experiencias). Pero lo mío es, definitivamente, lo de hoy.

 

-No podemos dejar de mencionar el hermoso recuerdo que le entregaron en el Festival de Cine de Cannes…

-Más que un recuerdo se trata de un testimonio de reconocimiento a una fidelidad, a una pasión y a la voluntad de contagiarla. Ocurrió hace seis años. La actual Jefa de Prensa del festival, Christine Aimé, me invitó a participar de una ceremonia privada en la que el por entonces delegado general (y hoy presidente), Gilles Jacob, entregaría distinciones a un pequeño grupo de periodistas extranjeros especialmente considerados por su sostenida obra de difusión del evento. Jacob nos recibió en su despacho a los enviados del periódico Los Angeles Times, de la televisión de El Cairo y de Moscú, y a mí, y nos ofrendó medallones con la leyenda “Festival de Cannes” y la reproducción de la Palma en una cara, y con unos chicos que cazan mariposas con sus redes en la otra. Luego brindó por nosotros y nos dedicó palabras muy afectuosas: “porque ustedes son, esencialmente, cazadores de sueños”. Ese medallón del Festival de Cannes y la Cruz de Oficial de la Orden de Isabel la Católica concedida por el Rey Juan Carlos por mis tareas de acercamiento cinematográfico de España y la Argentina son los reconocimientos que más valoro en tantos años de carrera.

 

Resulta innegable que las formas de comunicar cambiaron. ¿Cómo era cubrir un festival en aquellos primeros años?

-Era un doble desafío esparcido por las doce jornadas de cada edición. El primero, cubrir tanto como fuese posible… o ligeramente imposible. En mi caso, yo me había impuesto hacer una amplísima cobertura diaria para Clarín –primero como jefe de la sección Espectáculos, luego como prosecretario de Redacción a cargo de la misma – y mi afán era mantener la frecuencia de tres envíos cada veinticuatro horas. El primero, con una nota de ambiente que le permitiera al lector viajar virtualmente conmigo y ver y sentir todo lo que yo iba experimentando más allá de lo mostrado en las pantallas. En realidad, ese era el enfoque que más me gustaba. Luego, un seguimiento de las películas de la competencia oficial. Y, a continuación, una entrevista exclusiva con algún notable, destinado a las tapas y contratapas del suplemento respectivo. Luego venía el segundo desafío, que era conseguir que las teletipos del festival cumplieran en tiempo con el tipeo de los originales que yo les había entregado a sus extenuados operadores para que los textos llegaran a Buenos Aires en las horas debidas. Claro que los husos horarios corrían a mi favor. Era una enorme pero dulce fatiga…

 

– Faltan pocas semanas para que dé inicio una nueva edición de Cannes, pero la pasada tuvo a su film polémico con la firma de Lars Von Trier y un título, a todas luces, provocador: Anticristo. ¿Qué debe tener una película polémica para que resista el paso del tiempo?

-Voy por partes. No creo que pueda hablarse de Anticristo, el nuevo “opus” de Von Trier, como film polémico. Al menos, no como rótulo central. Lo veo como una obra gratuitamente provocativa y rayana en el mal gusto que, más allá de alturas estéticas y de actuación, abrió un anchísimo margen para el desencanto de quienes tenemos al cineasta danés como un creador esencial del cine contemporáneo. Personalmente, lo sigo sintiendo así, pese a este descenso y al divismo que le hizo declarar en Cannes “Yo soy el mejor director del mundo”. En cuanto a lo que debe tener una película polémica para resistir el paso del tiempo, supongo que la respuesta más adecuada podría ser que esa obra tenga una calidad cinematográfica que conserve vigencia cuando ya haya perdido su parte provocativa.

 

-Tres décadas en el Festival de Cannes deben resumir tres tomos de anécdotas. ¿Cuáles serían las tres fundamentales para Carlos Morelli?

-Sería más lógico hablar de tres anécdotas diarias. Pero, bueno… Empezaré por el principio. Mi primera vez en Cannes fue en 1977. Llegué dos días después de iniciada esa edición, por la tarde, cuando ya era imposible acceder a ninguna acreditación y, por lo mismo, a ninguna función de nada. Resignado, decidí vivir ese resto de jornada como forzado turista. Estaba alojado en un hotel pegado a la autopista, que entonces se llamaba Acapulco, luego cambió su denominación por King David, y ahora se presenta como Cannes Riviera. Mi primera idea, una vez instalado, fue subir por un rato al pequeño solarium de la terraza. Al llegar, encontré una minúscula piscina textualmente desbordada por tres rozagantes suecas que parecían salidas de Las Hijas del Mercader de Caballos, cuyas opulencias además optaban por el topless. Decidí buscar refugio y sosiego en una reposera y en una fingida lectura de un ejemplar de Le Monde. A los pocos minutos una de las chicas vino para tratar de informarme, en impenetrable lengua bergmaniana, que el periódico estaba al revés… Está claro que yo también estaba dado vuelta.

 

– ¿La segunda?

– Un atardecer encuentro en el bar al aire libre (en francés, la terrace) del emblemático Hotel Carlton

a un señor parecidísimo a Orson Welles. El caballero advierte mi estupor, me invita a sentarme, le pide al mozo una segunda copa de cognac, y me sirve una generosa medida de brandy español de la botella a medio llenar que tenía y acariciaba en su mesa. Dentro del enorme saco blanco y de la camisa negra XXL, detrás de la barba plateada y de esos ojos irrepetibles, estaba –Believe it or Not– el genio de El Ciudadano y El Tercer Hombre. Sólo que en este caso, como inesperado vendedor de la bebida convidada, y en una variante profesional destinada a sumar dineros para su próxima aventura cinematográfica. De allí salieron una entrevista inolvidable, una foto que guardo en mi museo íntimo… y el maravilloso sabor en estreno de una bebida que todavía sigo comprando cada vez que piso suelo español.

 

– ¿La tercera?

– Cuando el Festival de Cannes llegó a su quincuagésima edición, como nota mayúscula entre otros variados fastos, decidió reunir a todos los ganadores históricos de la Palma de Oro en una noche memorable, sobre el escenario del Grand Auditorium Lumiere. Pude acceder a esa presentación (donde sólo faltaron los que ya no estaban, más Ingmar Bergman, reemplazado por su hija) y, en el momento de la salida a escena de tantos genios allí reunidos, primero los ovacioné y después me puse a llorar. Todavía hoy taso como un privilegio absolutamente excepcional el haber podido estar allí y tenerlos a todos juntos en una única mirada. Y todavía hoy esa memoria me estremece.

 

– Con respecto a Pantalla Pinamar, ¿podemos elegir también tres buenos recuerdos?

– Las ediciones no son todavía tantas. Pero han sido lo suficientemente intensas y residuales como para almacenar recuerdos, encima buenos y lindos. ¿Elijo tres? Haber tenido el honor de que “Pantalla Pinamar” fuera el festival elegido por Carlos Sorín para que su sublime La Ventana iniciara su andadura por el territorio argentino. Escuchar los aplausos, ovaciones y gritos de placer que confirmaron que no me había equivocado decidiendo que Fados, de Carlos Saura, inaugurara la edición del 2008. Y recibir, respectivamente ese mismo año, y al siguiente, a dos colosos tan maravillosamente humildes y abiertos como Kenneth Branagh y Laurent Cantet que presentaron, nada más y nada menos que La flauta mágica y Juego macabro, en el caso de Branagh, y Entre los muros, esa vigorosa película con el sello de Cantet que aplaude el mundo y que el público ovacionó por primera vez en la Argentina en Pinamar.

 

 

1 Readers Commented

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  1. DR. DANIEL MALTZMAN on 16 julio, 2010

    DE TAL PALO TAL ASTILLA! UN SALUDO AFECTUOSO A ALEJANDRINA, DE DANIEL MALTZMAN, EL DOC.

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