La Pivellina es la tercera realización en conjunto de Tizza Covi y Rainer Frimmel. Por esta obra –que tiene estreno en salas de cine en Buenos Aires– el dúo de realizadores obtuvo uno de los premios del Jurado UNICEF en la última edición del BAFICI, donde también se proyectaron That’s All y Babooska, en una pequeña pero fundamental retrospectiva.
Acompañando su presentación, y como parte del Jurado de la Selección Oficial Argentina del festival porteño, Tizza Covi visitó nuestro país y develó algunos detalles de su sensible última obra, laureada en Cannes, Gijón y Valdivia, que mira a la infancia y a una Italia humana, generosa y honesta aunque en los márgenes.
– La retrospectiva que presentó el BAFICI mostró una labor con grandes aciertos. ¿Es difícil dirigir de manera conjunta?
-No, todo lo contrario, es mucho más fácil para nosotros. Primero porque antes que directores somos técnicos, entonces uno se encarga de la cámara y otro del sonido directo. No somos sólo directores; consideramos a una película como una labor diversa. Aunque debo aclarar que siempre es difícil, incluso psíquicamente, realizar un film con todos los problemas que debes sortear. Cuando está terminado sólo queda saber si será un suceso pero cuando estás en proceso no sabes si funcionará, si la historia es sólida, si le gustará al público. Demasiados interrogantes; para nosotros es muy importante estar juntos porque podemos sostenernos.
– ¿Cómo nace la idea de La Pivellina?
-En realidad es la unión de dos circunstancias distintas. En primer término, conocíamos a Patty (N.d.R. la maravillosa protagonista Patrizia Gerardi), desde hacía diez años. Luego también teníamos la idea de cambiar un punto de vista sobre gente mal vista en Italia: aquellos que viven en el campo, de manera nómade o sin techo. En resumen, toda persona que vive fuera de la sociedad en Italia es mal vista y existe el prejuicio, increíble pero arraigado en la cabeza de las personas, de que aquellos que son nómades roban niños. Entonces tomamos el espacio cotidiano y le introdujimos un elemento exterior, pero vemos a través de esos ojos cómo viven estas personas. En esta intolerancia tienen mucho que ver los mass-media que crean una realidad absolutamente distorsionada, pero principalmente la actitud del gobierno berlusconiano que tenemos ahora.
– La Pivellina y Babooska están insertas en el universo del circo, es imposible no pensar en Fellini…
-La historia del circo es contada como no la podemos ver habitualmente. Porque en la arena del circo todo es brillo, color y alegría, pero detrás existe otra vida y nos interesaba contarlo. Fellini ha visto todo de un modo muy poético y un poco menos real, aunque debo decir que La Strada es una historia muy auténtica. La influencia de Fellini quizás esté más cercana a nosotros en sus primeras películas, como Luces de varieté o Los inútiles y principalmente en películas del neorrealismo como Ladrones de bicicletas o incluso aquellas que no lo eran tanto, como Mamma Roma de Pier Paolo Pasolini, por la idea de cambiar el punto de vista original, tener a un chico como un personaje importante, trabajar con actores no profesionales…
– ¿Existe alguna herencia palpable del neorrealismo en el cine italiano contemporáneo?
–Desgraciadamente es ínfima. Resulta triste comparar la calidad de lo que hoy se produce con respecto al bagaje cultural del cine italiano. Es un pecado que nuestro cine se haya uniformado detrás de variables de producción que influyen en su estética: mucha música, grandes sets, actores reconocidos. Pocas películas escapan de esta definición, creo que La bocca del lupo está entre ellas, como así las de Matteo Garrone (director de L’imbalsamatore y Gomorra) o la importante labor en el campo documental.
– Es muy interesante el retrato de la familia en La Pivellina.
-Sí, de hecho la idea es mostrar una familia no convencional, distinta. Al igual que el clima porque en Italia en invierno no hay sol, llueve muchísimo, pero el cine italiano se vale de ese clisé: “la familia que debe ser de sangre y el sol tiene que brillar siempre” (risas). Lo fundamental en La Pivellina fue la confianza con la que pudimos desarrollar un film al que considero sensible. Creo, igualmente, que no puedo cambiar nada con una película. Eso es lo que pienso, no lo que hago pero sí lo que pienso.


















